En un post anterior insertado en
este blog escribimos un artículo sobre BENJAMIN
FONDANE: Un filósofo existencialista francés poco conocido en el S.XXI (https://logoterapiagalicia.blogspot.com/2020/07/benjamin-fondane-un-filosofo.html)
En esta ocasión deseamos hacer
llegar al lector un comentario sobre el libro EL LUNES EXISTENCIAL Y EL DOMINGO
DE LA HISTORIA, de este autor francés sobre el que decíamos era poco conocido
en el S.XXI. Varios colegas me han escrito para manifestar su agrado por la
actualización de su producción y para comentar algunos puntos de su postura
filosófica. Nos parece adecuado leer las primeras páginas de su libro para
orientarnos en el tipo de discurso del autor.
Javier O’Donnell, en la página
Web de la Asociación Fania Cultura sin fronteras (http://fania.es/el-lunes-existencial-domingo-de-historiaaebenjamin-fondane/
visto 14/7/20) nos dice sobre este libro de Benjamin Fondane
“El lunes existencial y el
domingo de la historia es un magnífico libro de Benjamin Fondane, a quien el
régimen nazi envió a morir a Auschwitz.
Es curioso cómo ocurren estas
cosas en la Historia, de forma desafecta, gradualmente, maquinalmente, casi sin
pensar, con una total indiferencia.
El régimen nazi actuaba como lo
hace en ocasiones la naturaleza: de forma irrevocable… Salvo por el hecho de
que el hombre no es estrictamente una “bestia” y la naturaleza ataca a sus
víctimas por necesidad. Pero un paulatino deterioro, una relajación de los
valores, va transformando poco a poco el espíritu en una máscara que ya no
encierra un verdadero rostro, sino que es ella, la máscara, la que ha ocupado
el lugar de lo verdadero.
Hay en todo el texto de Fondane
un espíritu que no nos abandona, y es a lo largo de éste como se manifiesta, de
forma subterránea, entre miles de explicaciones y razonamientos. Es extraño
como existe entre unos y otros filósofos una diferencia que no está en su
capacidad o en su temperamento, ni en sus convicciones, -razón muchas veces de
la Filosofía-, sino en su alma. Es el caso de Fondane, quien apela al
existencialismo como forma de concebir la filosofía, frente a la filosofía
especulativa de Hegel, y de toda la filosofía anterior a éste, remontándose a
los griegos, también a los judíos y a su Antiguo y Nuevo Testamento. Es
seguramente difícil para un filósofo que pretende dejar un corpus explicativo
de su tesis, apelar a algo como la vida sin aferrarse a algo tan claro como el
lenguaje. Existen sin duda para el lenguaje múltiples posibilidades, porque
éste puede bucear en la historia desde el pálpito de un solo corazón, pero
igualmente puede resultar árido para este mismo corazón entregarse a vivir tan
solo de ideas. Por eso el existencialismo se sumerge en lo que para la
conciencia no es sino una paradoja, pero para el existencialismo su razón de
ser. La vida se vive desde la propia individualidad y así ocurre también con la
muerte.
Ciertamente hay en el individuo
aspectos universales, seguramente más que aspectos subjetivos, o por lo menos
en igual medida, pero éstos solo pueden ser vividos desde la individualidad o
no ser vividos en absoluto. Y si no pueden ser vividos, entonces ¿de qué sirve
enumerarlos, sino es para fantasear con su existencia y desearlos o recrearlos
nostálgicamente? Hay en la vida seguramente un gran dolor, un dolor universal
de gran arraigo, que no se somete a la voluntad ni al pensamiento, pero que
abre las puertas al sentido último de la existencia, es por ello que toda
acción seria -que debe ser la acción del compromiso del filósofo-, radicaría en
esta inmersión en la vida hasta el límite, no en la expansión sin limite del
pensamiento que avanza a través del tiempo y que va sumando matices a una realidad
que corre siempre paralela al mundo sumando nombres y cosas, pero nunca
parándose en presencia de la belleza o del dolor humano.
Efectivamente, ante la potencia
del conocimiento, la vida solo puede arrodillarse y apelar a esa otra visión
asombrada e intimidada ante el horizonte que se estremece con cada nuevo giro
de la inocencia, de la criatura o de las estrellas, ante las cosas que el
pensamiento no ha creado. Aunque esta postura nos haga vulnerables, nos
confiere también una certeza, la de nuestra propia naturaleza cuando la
influencia de todo lo demás conserva una distancia porque ese espacio nos
pertenece aunque desafíe toda forma de expresión, todo afán de resistir, de
perseverar frente a todo o frente a todos.”
El libro comienza así:
EL LUNES EXISTENCIAL Y EL
DOMINGO DE LA HISTORIA
«¡Estás destinado a un
gran lunes! ¡Bien dicho!
Pero el domingo nunca
terminará».
Franz Kafka
«El sábado fue hecho para el hombre, no el
hombre para el
sábado».
Marcos 2, 27
El joven Hegel, en su Vida de Jesús, un texto escrito en 1795, todavía
bajo la influencia de las obras breves de Kant sobre religión y el Tractatus
Theologico-Politici, imaginó a Jesús debatiendo con los «doctores de la Ley»
sobre el significado del sábado y sus prohibiciones, que él y sus discípulos
habían transgredido hacía poco. Sabemos que en esta ocasión Jesús expresó el
pensamiento judeocristiano más audaz y revolucionario: «Sabbatum propter
hominem factum est et non homo propter Sabbatum». O lo que viene a ser lo mismo:
la Ley fue hecha para el hombre, no el hombre para la Ley.
Podríamos entender esta afirmación incluso fuera de contexto. Está
animada por la misma pasión que impulsa tanto al Antiguo Testamento como al
Nuevo Testamento.
Ambos conjuntos de textos se ocupan una y otra vez, hasta el punto que
da la impresión de que se ocupan «exclusivamente» de esto: de las relaciones
entre el hombre y Dios.
Esta relación se considera mediada, dirigida desde fuera y formalizada
por la Ley, aunque transcurra en el escenario íntimo, directo e inmediato de la
fe. En ningún momento de la controversia, por no decir el litigio, entre Ley y
fe, ni siquiera en sus momentos más álgidos (un debate que alcanza sus cotas de
mayor intensidad especulativa con las aportaciones de san Pablo, san Agustín y
Lutero), llegó a ponerse en tela de juicio la santidad de la Ley. Cierto que
sus «detractores» consideraron la Ley como una gracia incompleta y
provisional, pensada para organizar la vida de un hombre caído, pero no fueron
más allá. Ni siquiera en los momentos más controvertidos se dudó de que la Ley
mirase siempre directamente hacia el hombre: «Dii estis et filii excelsi
omnes». «Ustedes son dioses e hijos del Altísimo», nos dicen los salmos. Ése es
el motivo por el que sostengo que el contexto previo del que brota este
pensamiento tan nuevo, intrigante y sugestivo de Jesús nos permite entender de
qué manera el espíritu del hombre concreto puede transgredirla Ley.
El Nuevo Testamento nos suministra dos ejemplos:
los discípulos recolectaron espigas en sábado porque tenían hambre,
mientras que Jesús transgredió el precepto de descanso radical para sanar a un
hombre cojo. La Ley sigue siendo sagrada, pero si fue hecha por y para el
hombre puede suspenderse cuando su aplicación práctica pone en peligro los
intereses del hombre. Si la aplicación de la Ley en un caso concreto amenaza
con lastimar a un hombre, tenemos no sólo el derecho, también el deber de
omitirla.
Sabemos que la filosofía de Hegel seguirá un plan muy diferente a los
argumentos que acabo de esbozar, pero en este punto de su trayectoria
intelectual el joven Hegel prefería tener a Jesús de su lado que admitir que se
separaba de él.
Éste es el motivo por el que en las disputas entre Jesús y los doctores de la Ley se convence de que el debate se reduce a una diferencia de opinión entre las «instituciones de la Iglesia» y el yo que se rebela contra esta Ley, porque siente que ya ninguna autoridad del cielo o de la tierra puede sujetarle, que en adelante sólo reconocerá un criterio: el de la razón y la ley eterna de la moral; y que gracias a esta razón se siente capaz de discernir, por no decir calcular, el castigo o la recompensa que merece su comportamiento en cada momento. Hegel, con gran descaro, se atrevió a poner en boca de Jesús unas palabras finales que eran de su propia cosecha y que sólo pueden entenderse en el contexto de su propia filosofía incipiente: «Someto mi comportamiento a la crítica de la razón universal, que determinará si he obrado bien o mal».
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