Dr. Frankl y Dr. Martínez-Romero en Caracas 1985

lunes, 31 de enero de 2022

Encontrar sentido en tiempos de pandemia, a pesar de todo. Apelación a los valores de actitud según el modelo frankleano.

En estos tiempos de COVID-19 nos preguntamos, constantemente, que nos está pasando, que está pasando en el mundo, cuál será nuestro porvenir. Tuvimos que pasar por experiencias que tal vez fueron difíciles, sin precedentes y con gran impacto social.

Muchos de nosotros hemos estado confinados en el hogar por más de 60 días. Mientras tanto, allá afuera, las ciudades intercambiaban su ruido por silencio, menos tráfico y no había gente en las calles.

Hoy algunas medidas de prevención siguen siendo restrictivas y hay nuevas reglas colectivas de regulación del contacto social

Cuando salimos a la calle luego de una cuarentena, como si fuera la primera vez, nuestra mirada se centra en una multitud de aspectos familiares, pero ahora con una nueva perspectiva y atractivo. Esto sucede porque somos seres sociales y habitamos territorios con diferentes características cada uno de ellos que reconocemos según nuestra experiencia.

La pandemia del COVID-19 tiene que dejarnos alguna enseñanza. Las amenazas ecológicas al planeta ahora son más evidentes. La cuarentena nos hizo tomar conciencia de las amenazas a los sistemas naturales y sociales. No somos amos da la naturaleza. Somos “otros” diferentes a esa naturaleza, pero también parte de ella. Lo que el Hombre hace con la naturaleza según sus deseos deriva en una forma especial de ética y responsabilidades muchas veces al servicio de intereses espúreos o al mandato de capitales multinacionales. Estas grandes empresas deberían pagar dinero extra por el daño que le hacen a la naturaleza (basura, restos contaminantes de la producción, contaminación en general, etc.)

Estas consideraciones son fácilmente asumibles por todos. Pensar que le dejamos a la posteridad. Recobrar el dominio pleno de nuestra conciencia ecológica y recuperar un protagonismo humano equilibrado con esa realidad que nos rodea. Habitar sin destruir. Habitar con sentido. Habitar sin poner en peligro nuestra cultura y nuestro patrimonio histórico, geográfico y cultural.

Todos nos preguntamos por el mundo del futuro en la post-pandemia. No hay respuestas certeras, no hay probabilidades imaginables, no hay predicciones. Porque tal vez, desde siempre, no hay pasado ni futuro. Solamente el presente. ¿O no?

Dice Emmanuel Levinas en “De l’existence a l’existant”: “Tener tiempo e historia es tener un futuro y un pasado. No tenemos presente. Él huye entre nuestros dedos. Sin embargo, es en el presente que somos y que podemos tener pasado y futuro”

Tratando de asumir esta realidad del Siglo XXI nos fijamos en el pasado para intentar comprender o justificar la pandemia y los actos de gobiernos y personas al respecto. Pero nuestro presente, este instante especial en medio de la pandemia puede no satisfacernos. Dirigimos, entonces, una mirada al futuro para imaginar una salida aceptable para nuestro bienestar y comunicación con nuestro entorno.

Y cuando vemos las numerosas fallas de los humanos en cuanto a la responsabilidad de luchar contra la instalación del virus según recomendaciones de los expertos, podemos darnos cuenta de la importancia de no “cosificar” al presente y parafraseando a Levinas “arrojarlo en el tiempo de los políticos, de los capitales, de los bancos o de los poderosos”.

Parecería que las diferentes culturas actuales en nuestro planeta debieran reaccionar de manera diferente de acuerdo a sus respectivas historias o proyectos futuros. Pero no es así. Hay una globalización de la irresponsabilidad, de la estupidez y de la soberbia.

Para superar esta situación pandémica estamos obligados y debemos comprometernos a encontrar, según Frankl, el suprasentido. Es decir, alcanzar o presentir por medio de la creencia que algo será posible trascendiendo la capacidad de comprensión racional. Cuando hablamos de “suprasentido” nos basamos en la definición básica de “sentido” que es aquello potencial que necesita ser actualizado por la persona en la circunstancia actual. Es un valor “encarnado”, es parte de nuestra condición como existentes. Es único y personal, singular en cada situación y solamente se alcanza en un proceso de búsqueda.

Si nos atenemos al eje “éxito-fracaso” no podemos dejar de pasar por el otro eje “desesperación-plenitud”. Estos dos ejes fueron tratados magníficamente por Frankl y ha quedado entre nosotros como “la cruz de Frankl”. Si se pierde el horizonte de valores y no apelamos frente al sufrimiento a ellos (homo patiens) quedaremos reducidos a un accionar racional (homo sapiens).

La pérdida de esta visión axiológica produce la caída en el absurdo de la existencia y la caída en el vacío existencial. La comprensión de estos valores es intuida por el hombre a partir de su auto-comprensión axiológica pre reflexiva.

Nos ayudará en la pandemia recordar a nuestros consultantes la posibilidad de apelar a valores de actitud, que son aquellos que encarnan la capacidad del hombre de encontrar un sentido al sufrimiento, logrando transformar una tragedia en un triunfo (Frankl, El hombre doliente, p.21 por ejemplo).  Situación difícil de transmitir, ciertamente. Pero Frankl insiste en ello: transformar el sufrimiento y el dolor en sentido.

Claro que estos valores de actitud no son exclusivos ni excluyentes de los valores de creación y los vivenciales. Los de creación permiten dar una respuesta al mundo personal y peculiar. Los vivenciales se relacionan con la experiencia y especialmente en la relación del hombre, a través de sus sentidos, con los semejantes y con la naturaleza.

Sabemos que todo esto hay que motivarlo. La felicidad no es un sentimiento alcanzable automáticamente. Recordar lo que decía Kieerkegaard: “La felicidad es una puerta que se abre siempre desde adentro hacia afuera. Nuestros actos intencionales nos conducen al encuentro con el sentido, concientes de buscarlo no solamente en lo “que es” sino también “en lo que puede ser”.

Los políticos actuales se limitan a gestionar el presente teniendo una visión nublada de las perspectivas futuras y de las acciones pertinentes para esa situación. Se necesita algo más que gestionar la pandemia actual. Se necesita considerar la complejidad de la situación que afecta a personas, comunidades, instituciones y medios de producción.

El filósofo Dr. Daniel Inneraty, en su libro “Una teoría de la democracia compleja” nos señala la posibilidad que en ese futuro se cree un “sistema organizado de alertas tempranas” que nos permita y les permita a los responsables de la salud mundial decidir que se va a hacer después. Decisiones que no podrán eliminar o modificar su carácter dramático.

¿Quién ganará la batalla? Espero que la naturaleza y los hombres haciendo uso de su capacidad de predecir y encontrar soluciones llámense éstas vacunas, solidaridad, reparto equitativo de los bienes imprescindibles para la supervivencia, etc.

Lo que seguramente será común y universal será la incertidumbre. Hoy esa incertidumbre aún permanece provocando ansiedad. ¿Cuándo podremos abrazarnos, salir normalmente a nuestro mundo, dejar de usar mascarillas o reunirnos o reunirse la gente en número y sitios de su incumbencia? Chi lo sá!!!

Lo que sí sabemos porque lo estamos comprobando los psicólogos a partir de consultas de personas que sufren efectos posteriores al sufrimiento del COVID-19 o el de sus familiares, especialmente cuando hay muertes cercanas, es que esta pandemia afecta la salud mental de todos nosotros.

Observamos un efecto directo por el sufrimiento en estas situaciones que mencionamos. Efectos que pueden producir secuelas tanto neurológicas como psicológicas.

Pero hay un efecto indirecto sobre las personas que observamos a partir de sentimientos de soledad, alarma o angustia provocada por la falta de trabajo o empeoramiento de las condiciones socio-económicas. Los síntomas indirectos producidos son la ansiedad, el insomnio, la depresión y en contados casos el suicidio.

Los que sufren intensamente son, asimismo, los familiares de los muertos por COVID-19 cuando la despedida está muy condicionada por normas o incluso estas normas impiden la despedida y la elaboración del duelo pertinente.

Paradojalmente la opinión de los expertos de clínicas psiquiátricas o de los psiquiatras en general es que los enfermos mentales graves o crónicos como psicóticos o pacientes con T.O.C. mejoran en relación a los efectos de la pandemia, especialmente aquellos que no podían salir a la calle o estaban limitados porque su entorno transmite la realidad exterior como limitada. Los pacientes obsesivos encuentran justificación a sus síntomas y se sienten beneficiados por tener que lavarse las manos tantas veces, usar mascarillas, alejarse de determinados sitios, etc.

No debemos olvidar una incidencia importante de la pandemia sobre los inmigrantes, las personas sin familia de apoyo, los homeless o los desocupados de cualquier oficio. Y especialmente, tener en cuenta a los niños. Se publicó en Canadá un artículo de mi autoría sobre LIBERTAD, RESPONSABILIDAD Y ESPIRITUALIDAD EN NIÑOS DURANTE LA PANDEMIA COVID-19. (“Carried by the Spirit: Our Hearts Sing”. Discerning Meaning during the COVID-19 Pandemic. (“Llevados por el Espíritu: Nuestros corazones cantan”. Discerniendo el sentido durante la pandemia COVID-19) https://logoterapiagalicia.blogspot.com/2020/09/carried-by-spirit-our-hearts-sing.html

El propósito de este artículo es describir la experiencia del Dr. Frankl en los campos de concentración y su posterior adaptación a la vida social normal. Desde este punto de vista, explorará la capacidad de recuperación de niños y adultos después de la pandemia llamada Covid-19.

En algunos casos la obligación del aislamiento lleva a familias a encontrar nuevos canales y formas de comunicación. O a empeorarlos. También aumentan las formas de agresión machista en parejas confinadas con conflictos previos.

Lo que sí podemos decir que coincidimos con muchos expertos es en tener cuidado con las afirmaciones o campañas de políticos y gobernantes acerca de lo que se ha llamado “la desescalada para lograr paulatinamente llegar a la nueva normalidad”. La nueva normalidad no existe. Es un concepto errado. Existe una realidad presente, con un pasado condicionante o productor de experiencias y un futuro incierto. Normal no es lo que abunda.

Tal vez convenga que todos los psicólogos/psicólogas recordemos los aprendizajes que realizamos (por lo menos teóricamente) cuando nos transmitían los conceptos del modelo de Olson que nos permitiría  identificar y describir las dimensiones centrales de cohesión y adaptabilidad de la familia, así como también mostrar cómo las relaciones familiares pueden distribuirse, en un balance dinámico, entre constancia y cambio (dimensión de adaptabilidad) y entre amalgamada y desligada (dimensión de cohesión).

El sociólogo David Olson de origen estadounidense, profesor de la Universidad de Minnesota y experto en temas de familia, desarrolló el "modelo circumplejo” de funcionamiento familiar, que tiene en cuenta dos criterios: la cohesión y la flexibilidad. Según la rigurosidad de los criterios, se pueden diferenciar 16 tipos de sistemas familiares. De estos, 4 son equilibrados o funcionales, 8 son medianamente equilibrados o semifuncionales, y 4 tipos extremos son desequilibrados o disfuncionales.

La cohesión familiar tiene que ver con el grado de cercanía emocional, la presencia o ausencia de relaciones emocionales sinceras y cálidas. La flexibilidad familiar es la capacidad del sistema familiar para adaptarse con flexibilidad, cambiar cuando se expone a factores estresantes, así como ser apta para resolver problemas de la vida que surgen frente a ella cuando transita a través de las etapas del ciclo vital.

 Dr. José Martínez-Romero Gandos   jmrsentido@gmail.com 

A Coruña - Galicia - España

enero de 2022