Dr. Frankl y Dr. Martínez-Romero en Caracas 1985

martes, 21 de abril de 2020

SE SUSPENDE el V Congreso Mundial de Logoterapia (El Futuro de la Logoterapia)

Recibimos, con pesar pero estando conformes con la decisión, la comunicación de Comité Organizador del V Congreso Mundial de Logoterapia (El Futuro de la Logoterapia) que se iba a realizar en Valencia (España) en septiembre de 2020.
Las autoridades nos envían el siguiente comunicado:

THE FUTURE OF LOGOTHERAPY
INTERNATIONAL VIKTOR FRANKL CONGRESSES

 Vienna & Valencia, the 19th of April 2020

Queridos amigos, queridos colegas,
    Durante las últimas semanas muchos nos habéis preguntado si el V Congreso Mundial de Logoterapia (El Futuro de la Logoterapia) se llevará a cabo como está previsto.
Y algunos de los que han asistido fielmente a todos los congresos desde el primer congreso de Viena en 2012 nos han dicho que, dada la incierta situación de Covid-19 y las especulaciones sobre una posible segunda ola a finales de este año, no asistirán este año.
   Entendemos perfectamente que la organización del viaje a Valencia se ve efectivamente obstaculizada por una incertidumbre de planificación considerable, dado que la situación es y sigue siendo muy dinámica y podría pedir cambios de última hora (a menudo costosos). En este contexto, nosotros -el comité organizador del Congreso- buscamos alternativas.
Una alternativa obvia habría sido realizar el congreso en línea. Sin embargo, como la mayoría de los que asistieron a nuestros anteriores congresos atestiguarán, nuestros congresos no son meras ocasiones de intercambio de información, sino que son reuniones de viejos y nuevos amigos de todo el mundo.
   En otras palabras, gran parte, si no la mayoría, de lo que hace que estos congresos sean valiosos y memorables es lo que ocurre antes, entre y después de las conferencias y seminarios. Un congreso en línea habría sido, por lo tanto, un sustituto limitado -demasiado limitado en nuestra opinión- de lo que constituye un verdadero congreso de logoterapia: disfrutar de la compañía de los demás.
   Después de mucha reflexión y escucha interior, el comité organizador decidió posponer el congreso de este año en Valencia.
Como nuestros Congresos Internacionales V. Frankl siempre tienen lugar en años pares (2012, 2014, 2016, 2018), mientras que los Congresos del Instituto de los Estados Unidos en Dallas tradicionalmente tienen lugar en años impares, pensamos que sería mejor planificar un retraso de dos años (de nuevo, en la hermosa Valencia).
   Esperamos que se entienda, no ha sido una decisión fácil. Hasta esta semana, esperábamos organizar otro maravilloso congreso mundial para todos. Sin embargo, en vista de la crisis actual y sus probables consecuencias, cancelar el congreso de este año nos parece la única decisión responsable y sensata en tiempos difíciles.
   En nombre del comité organizador,
Alexander Batthyány, José Luis Guinot y Mª Ángeles Noblejas



martes, 14 de abril de 2020

Hacia una psicología del confinamiento. Cuerpo, espacio e interioridad. Giuliano Milla Segovia

Nos complacemos en reproducir aquí un artículo muy interesante de Giuliano Milla Segovia, joven psicólogo peruano que combina el análisis de la realidad coronavírica con una prosa casi poética y profunda.


Hacia una psicología del confinamiento
Cuerpo, espacio e interioridad.

Giuliano Milla Segovia

                   Este aislamiento impuesto ha traído consigo una nueva forma de enfrentar el día a día, a pesar de que las cuarentenas con sus respectivas pestes no son cosa nueva, los tiempos son otros, el orden social es distinto. Podríamos atrevernos a decir que las tecnologías de la información con su respectiva cibersociedad son de los aspectos más contrastantes con otras épocas, con todas sus consecuencias socioeconómicas, morales y psicológicas. Además, históricamente el individuo tiene “más libertad”, pensemos en los antiguos patriotismos, los enlistamientos para los conflictos bélicos, las grandes ideologías y las rígidas costumbres. Es cierto que hemos abandonado los grandes relatos de occidente como apuntaba Lyotard (1987) (v.g. el socialismo, el fascismo, el cristianismo moderno) y que nos hemos quedado huérfanos en términos de sentido, pero reconozcamos, finalmente con un campo de acción más ancho, con una libertad de elección más generosa –elegir bien o mal ya es error o acierto de cada quién-, aunque algunos desconfíen de esa libertad.

            Imaginémonos los campos de concentración de Auschwitz, de Dachau, de Treblinka, por mencionar algunos de la Alemania Nazi. Ese claustrofóbico encerramiento en el que judíos, eslavos, polacos y otros eran aniquilados con método en esas fábricas de muerte a la que llamaron eufemísticamente “solución final”. Los lugares donde dormían eran reducidos, cuartos precarios atestados de gente, los cuerpos apretados unos a otros. Vejados en su dignidad les quitaban a los internos sus zapatos para darles en su lugar otros calzados, viejos, rotos, con alambres en vez de pasadores, solo figúrense el congelamiento de los pies durante el tiempo de nieve. Los retretes eran huecos improvisados que por lo común no se limpiaban. A todo ello agreguémosle el hambre, a veces una sopa rala o un pedazo de pan que solían guardar para otro momento. Los nazis y los Judenrat (policía judía o capos) vigilando todo el tiempo, una panvigilancia que violentaba el pudor. No había una expresión externa de la intimidad, pues no había privacidad, eso que llamamos “espacio propio”, “espacio íntimo”. El lugar donde “estar solos” solo se podía buscar en la interioridad, en el adentramiento. Pues un digno espacio físico no había, un lugar en el que recrearse y en el que expresar el cuerpo, era nostalgia.
            El judío-austriaco, fundador de la logoterapia, Viktor Frankl estuvo encerrado en estos campos de exterminio, donde formuló su obra Un Psicólogo en los Campos de Concentración [1946], que más tarde llamarían El Hombre en Busca de Sentido, donde en palabras de él se desató “una dura lucha por la existencia” (1991, p.13). En su obra, él denomina existencia desnuda a la soledad de su cuerpo despojado de sus posesiones y objetos personales, que sufre el duro arrebato de otros cuerpos a los que antes estaba vinculado. Hoy podríamos hablar de una existencia desnuda de otros cuerpos. Mi cuerpo, que ya no toca ni presencia otros cuerpos, con sus olores, sus sonidos, su cercanía, sus muestras de afecto. Esas ausencias que sufro. Pero también esas presencias a las que diariamente me enfrento. Estamos en la Noche Oscura del Cuerpo (1955), como titularía su poemario uno de los precursores del arte conceptual, Jorge Eduardo Eielson, vale recordar su pluma:
     CUERPO EN EXILIO
Tropezando con mis brazos
Mi nariz y mis orejas      sigo adelante
Caminando con el páncreas   y a veces
Hasta con los pies. Me sale luz de las solapas
Me duele la bragueta y el mundo entero
Es una esfera de plomo que me aplasta el corazón
No tengo patria ni corbata
Vivo de espaldas a los astros
Las personas y las cosas me dan miedo
Tan sólo escucho el sonido
De un saxofón hundido entre mis huesos
Los tambores silenciosos de mi sexo
Y mi cabeza. Siempre rodeado de espuma
Siempre luchando
Con mis intestinos    mi tristeza
Mi pantalón y mi camisa

            En el poema hay una clara enajenación del cuerpo. El yo lírico padece la realidad, por eso “vive de espaldas a los astros”, mutilado del cosmos, de ese paraíso terrenal del que participamos como seres vivos, como naturaleza encarnada. Sin embargo, la voz poética lucha, gracias al “saxofón hundido entre mis [los] huesos”, el arte que sobrevive al espacio, la distancia, el tiempo y que nace de “los tambores silenciosos de mi sexo”, dice el poeta. La literata peruana Lizbeth Talledo (2009), nos da más luces sobre esta composición. Nos dice que en ella se plantea el problema de un ser dislocado en su dualidad, aplastado por el mundo, exiliado en su propio cuerpo. Menciona: “A primera vista las partes del cuerpo se han desnaturalizado y confundido su función pero […] con mayor detenimiento, deducimos que   el objetivo está en afirmar que la fuerza motor que mueve al ser y lo conduce proviene de su interior, de sus vísceras” (p. 111).
            Nuestros cuerpos están en exilio, desterrados del escenario social y por lo tanto, afectivo. Nuestras tramas pausadas, también la vida pública. Hoy, esta se reduce al campo virtual y a unas controladas horas en las calles para un par de compras necesarias (sin tomar en cuenta a los imprudentes que salen por otros motivos, algunos quizá sin motivos).
            Es común que en el campo de la psicología el papel del cuerpo quede relegado solamente a su rol fisiológico, químico y hormonal o a las tan de moda neurociencias. Esto no es así, el cuerpo trasciende lo biológico en la vida psicológica de las personas, ya lo había dejado claro el psicoterapeuta americano Alexander Lowen en el Lenguaje del Cuerpo o el psicoanalista austriaco Wilhem Reich con la Teoría de la Coraza Muscular. El cuerpo y nuestra psique son un mismo organismo. Teóricamente los separamos con propósito científico o académico, pero son una unidad. Somos un cuerpo vivido, Leib. La ansiedad es sentida en nuestro cuerpo, acelerado, tembloroso, agitado, con rápida respiración, sudor excesivo, resequedad en la boca o quizás con cambios del ritmo cardiaco; igualmente la depresión se reconoce por la baja vitalidad física, dolores y fatiga inusitada, se revela en la postura, los mareos, en los cambios de apetito. Esto solo por citar el papel del cuerpo en los trastornos de salud mental más comunes. ¿Qué vivencias desatan en nosotros todos los síntomas mencionados? La respuesta que demos será la referente al cuerpo vivido. Ahora, preguntémonos, ¿qué consecuencias tiene el confinamiento sufrido por nuestros cuerpos en nuestra psique?
            La cuarentena nos obliga a estar todo el tiempo en un espacio determinado. Algunos en espacios holgados, de abundantes cuartos, otros menos favorecidos en casas angostas y mezquinas, con apenas 1 o 2 habitaciones, más cercanos a las celdas de Auschwitz, sin sumarle a ello las carencias que complejizan aún más la situación. Este contraste hace que cada persona reaccione diferente a la situación. El escenario donde se va a desarrollar la vida psicológica es notablemente disímil. Unos tendrán la oportunidad de enfrentar este tiempo haciendo deporte, desarrollando una habilidad artística, incluso corriendo. Se irán a una habitación en la que puedan estar solos, consigo mismos un rato, sin escuchar las voces ni oler los humores de los demás. Tendrán un lugar para poner sus objetos y controlarán su propio orden. El home office será más cómodo, libre de ruidos molestos. La vida sexual íntima seguirá conservada en la privacidad personal
            ¿Y en la otra cara de la moneda? Un golpe al pudor, a la añoranza de soledad, de poder estar a solas y consigo mismo. Piensen en los hogares de una sola habitación donde padres negligentes tienen intimidad a riesgo de que sus hijos los vean. En la irritación causada por los ruidos de los niños por ejemplo en quienes desean concentrarse en el trabajo (si es que tienen uno). En la frustración al no poder llevar a cabo cómodamente el ejercicio del mindfulness, la meditación, el deporte o el desempeño de algún tipo de arte, todo comúnmente aconsejado por psicólogos y psiquiatras. Sumémosle la incertidumbre por el factor económico para solventar las necesidades primarias y la ansiedad desatada por el temor al contagio y el encierro ¿Qué pasa cuando las personas ya se cansaron de mirarse las caras? Sobre ello recordemos el ensayo del polígrafo Marco Aurelio Denegri (2015) llamado: ¿Cuántas horas diarias es soportable el ser humano? En él concluye que somos soportables 4 horas en promedio. Un desafío a la inteligencia emocional, a la tolerancia y la paciencia. Nuestra subjetividad necesita un respiro de las subjetividades que nos rodean. Parecemos estar en una encrucijada.
            Por las redes sociales, andaban circulando publicaciones y avisos de psicólogos que ofrecían soporte emocional y consejería a las personas que atraviesen por crisis. Aquí hay por lo menos tres problemas. El primero es que no todos tienen acceso a una cámara web o a un teléfono, el segundo reside en que un profesional puede tener la mejor intención, pero ¿ayudará de la mejor manera?, sin mencionar la iatrogenia. Y por último, ¿los que tienen acceso a la cámara web o teléfono tendrán la privacidad necesaria para la consulta? Solo piensen en una consulta relacionada a violencia familiar, a alguna vivencia confidencial o el simple pudor, si es que el pudor es simple. Todos estos son problemas que necesitan ser apuntados.  
            ¿Qué salida hay a todo esto? Traigamos nuevamente el testimonio de Viktor Frankl en Auschwitz:
                        “A pesar del primitivismo físico y mental imperantes a la fuerza, en  la vida del campo de concentración aún era posible desarrollar una      profunda vida espiritual. No cabe duda que las personas sensibles   acostumbradas a una vida intelectual rica sufrieron muchísimo (su constitución era a menudo endeble), pero el daño causado a su ser        íntimo fue menor: eran capaces de aislarse del terrible entorno   retrotrayéndose a una vida de riqueza interior y libertad espiritual” (1991,   p.44).
            Aparentemente, ante las limitaciones espaciales y vitales impuestas a nuestro cuerpo hay una salida, la vida interior, la intraversión. Que no necesariamente es una evacuación o huida a la mente (esto podría ser contraproducente por los pensamientos rumiantes cargados de miedo y pánico frente a la pandemia, o para los cuadros esquizoides) sino más bien, los recuerdos, las anécdotas e historias compartidas y narradas en familia. Los diálogos sobre temas cruciales del vivir, conocerse más. Por otro parte, nos queda el sentido del humor, quizá satirizar la propia circunstancia, decía VF que “el humor es otra de las armas con las que el alma lucha por su supervivencia” (1991, p. 51), reírnos de la mezquindad de la vida y de nosotros mismos no nos viene mal. Gracias a la libertad interior que no se pierde aún en las peores circunstancias es que V.F. pudo sobrevivir a Auschwitz, narra:
                        “Los que estuvimos en campos de concentración recordamos a     los hombres que iban de barracón en barracón consolando a los demás,        dándoles el último trozo de pan que les quedaba. Puede que fueran  pocos en número, pero ofrecían pruebas suficientes de que al hombre se     le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertad   humanas —la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias— para decidir su propio camino (…) Es esta libertad espiritual, que no se nos puede arrebatar, lo que hace que la vida tenga sentido y propósito” (1991, p.71-72).
            Las personas son responsables de la actitud que tendrán ante la adversidad, si caerán en la desesperación o si buscarán salidas. Esto nos da un horizonte de esperanza. Frankl en su obra Psicoanálisis y Existencialismo (1963) explica que el ser humano desarrolla tres tipos de valores: valores de creación, ligados al ingenio para hacer y crear; en esta cuarentena pensemos en la creatividad de los padres para jugar con los niños, de ese juguete llamado imaginación como decía Charles Chaplin en Luces de la Ciudad (1931), de la habilidad para crear e improvisar historias y chistes, en resumen, en esa potencia que tiene todo ser humano para usar su fantasía e inteligencia. Además, están los valores de experiencia, estos se dan al valorar, al sentir, al vivenciar las experiencias que se suscitan en cada segundo de nuestra vida, una buena charla, una comida compartida, la vista de un bello atardecer, de una luminosa tarde, el aprecio de una luna llena, lo satisfactorio de disfrutar de alguna habilidad de un integrante de mi familia, compartir nuestros anhelos, proyectos, miedos; en conclusión, toda experiencia rescatable, en la que encontremos algo bueno, algo bello, de valor. Y por último, tenemos los valores de actitud, estos más trascendentes que los anteriores porque en ellos se intenta otorgarle un sentido a la adversidad (al sufrimiento diría Frankl), nos permiten darte un propósito a la desventura y los infortunios. En este caso la salud, la vida. Hoy toleramos el encierro para mañana gozar de la vida.
                El ser humano, lejos de ser un organismo determinado por reflejos condicionados o preso de sus tendencias oscuras e inconscientes, es un ser capaz de responder con coraje aún en las peores situaciones. Recordemos cómo inicia uno de los cuentos de La Palabra del Mundo de nuestro genial Julio Ramón Ribeyro titulado Al Pie del Acantilado:
                        “Nosotros somos como la higuerilla, como esa planta salvaje que brota y se multiplica en los lugares más amargos y escarpados. Véanla    cómo crece en el arenal, sobre el canto rodado, en las acequias sin riego, en el desmonte, alrededor de los muladares. Ella no pide favores a nadie, pide tan solo un pedazo de espacio para sobrevivir. No le dan        tregua el sol ni la sal de los vientos del mar, la pisan los hombres y los    tractores, pero la higuerilla sigue creciendo, propagándose,  alimentándose de piedras y de basura. Por eso digo que somos como la         higuerilla, nosotros, la gente del pueblo. Allí donde el hombre de la costa   encuentra una higuerilla, allí hace su casa porque sabe que allí podrá también él vivir” (1980, p. 127).
            Esta cuarentena nos permite descubrir la potencial higuerilla de nuestras almas, a pesar de la ruindad del mundo. En nosotros está el poder de elegir la actitud ante esto que nos llevará a vivir un sórdido Auschwitz mental o el fuego incesante de una higuerilla.

  
Bibliografía
Chaplin, C. (productor). Chaplin, C. (director).  (1931). Luces de la ciudad [cinta             cinematográfica]. Estados Unidos: United Artists.
Denegri, M.A. (2015). Miscelánea Humanística. Lima: Fondo Editorial de                                  la Universidad Inca Garcilaso de la Vega.
Eielson, J.E. (1955). Noche oscura del cuerpo. Madrid: Visor Libros.
Frankl, V. (1963). Psicoanálisis y existencialismo. México D.F.: Fondo de            Cultura Económica.
Frankl, V. (1991). El hombre en busca de sentido. Barcelona: Editorial Herder.
Lyotard, J-F. (1987). La condición postmoderna. Madrid: Ediciones Cátedra.
Ribeyro, J.R. (1980). La palabra del mudo. Lima: Editorial Milla Batres.
Talledo, L. (2009). Manifestación de la crisis de sentido en el hombre moderno en Noche oscura del cuerpo de Jorge Eduardo Eielson. [Tesis de   Licenciatura]. Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima.

lunes, 6 de abril de 2020

LOGOTERAPIA GRUPAL (comics)

Recientemente publiqué "LOGOTERAPIA GRUPAL. Notas para una práctica con sentido y fundamentación Analítico-Existencial (Editorial Académica Española).
En este mismo blog aparece su prólogo e índice para ilustrar a los lectores.
Para adentrarnos en algunos conceptos acerca de la teoría nos parece oportuno publicar una serie de comics al respecto.







sábado, 4 de abril de 2020

Soteria. Sobre el veneno de la información. Por Giuliano Milla Segovia

     Con la autorización del autor, Giuliano Milla Segovia (Lima - Perú) publico este interesante y profundo artículo.
     El artículo  me ha parecido extraordinario. Muy bien escrito. Tiene todo el “sabor” de muchas lecturas  y también refleja una vena poética. Los contenidos son muy importantes, con abundantes referencias a autores que admiro. En estos momentos en que la información nos abruma desde un capitalismo salvaje que tiene en los medios personeros eficientes este artículo nos deja claro que la muerte “se hace presente” en nuestro mundo. Y tal como diría Binswanger, acentúa nuestra relación con el mitwelt pero hace temblar a nuestro eigenwelt pues son momentos especiales, casi novedosos, en los que nos vemos lanzados a confrontarnos con la íntima pregunta por nuestro suprasentido o por el absurdo de nuestra existencia. 



Soteria. Sobre el veneno de la información.

Giuliano Milla Segovia   

           
«A tal punto estaban abandonados a la peste que a veces les sucedía no  sperar sino en su sueño […] ya estaban dormidos; todo aquel tiempo fue como un largo sueño.»  Albert Camus. La Peste.         

«La muerte tampoco es mi tipo y no obstante, muchas veces me atrae.»   Ernesto Sábato. El túnel.


 El problema último develado por la pandemia es el del imperioso deseo Unamuniano de vivir. O dicho de otro modo: el inminente miedo de morir. El individuo quiere ser salvado. El Otro puede ser un óbice para mi salvamento, importa en la medida que entorpece mi salvación. Soteria y Thánatos se miran. La muerte ha salido de su letheia, de su ocultamiento, de su anonimato, de sus lugares comunes: velorios, hospitales, accidentes, y ahora yace en las puertas de nuestras casas, es aletheia (des-ocultamiento), verdad revelada. Salimos a aplaudir para ahuyentarla. La muerte es noticia, se notifica. Llevamos la cuenta y en la ilusión del número la alejamos. La estadística es abstracción. Ilusión matemática. Despoja de su significatividad épica a los acontecimientos. Los des-dramatiza. El filósofo surcoreano Byung Chul-Han (2015), en el marco de su disertación sobre el fin de los relatos, planteaba: 

  “Narrar una historia (Erzälen) es un modo concreto de contar  (zählen). Construye una tensión, que dota de sentido a la sucesión de  acontecimientos. Los enlaza más allá del mero recuento (Zälen), lo que  da lugar a una historia (Geschichte). El Ser, sin embargo, no se abre ni  en el número (Zahl) ni en el recuento (Zählung), ni en la numeración  (Aufzählung) ni en la narración (Erzählung)” (p.78).

 El número no tiene carne ni hueso, es puro dato, “informa”. Palabra cuya raíz etimológica deriva del sustantivo latino informatio, del verbo informare: dar forma, disciplinar, instruir, enseñar. Así, la información que nos llega es (in)formativa, nos disciplina, nos pone en forma. De ahí la quimérica sensación de que estar informados es estar seguros. Lo contrario a informar no es desinformar o no estar informado. Lo contrario a informar es pensar. La fórmula
del confinamiento es: me informo, luego existo. Ya sabemos de la angustia agravada por este procedimiento. Sin embargo, ¿realmente nos informamos para querer estar seguros? ¿Nos informamos para salvarnos? 

 Hay más de un ejemplo emblemático sobre el deseo de arengar a los que no contribuyen con el privado deseo de salvación de los individuos. De señalar. De juzgar. Una periodista peruana no muy querida por un sector de la población es criticada durante varios minutos en señal abierta. Se ha dedicado un espacio público para tal fin. Vigilar y castigar, panóptico foucaultiano. Se organizan un par de periodistas para manosear el desatino de esta otra periodista, que ya había sido objeto de shitstorm. Vuelve la pregunta, ¿nos informamos para estar seguros? ¿Para estar a salvo? Show. Otra vez La société du spectacle (1992). Morbo dicen algunos. Mirar lo que no es necesario mirar. Mirar inútilmente. Mirar por querer mirar. Ser mirón. Manosear con el ojo. 

 El deseo de una sensibilidad panóptica. De llevar al ojo a los extramuros de su razón. Se nos salen los ojos. El morbo es lo mórbido, señal de enfermedad. Mirar con morbo es mirar y enfermarse. Envenenarse.  El vocablo griego ἰός refiere a veneno, es decir, virus. En síntesis, el SARS-CoV-2 ataca a distancia. Su naturaleza submicroscópica que le da cualidad de invisible se revela en otro de sus signos en el Covid19 como ojo-morboso. Morbo para el que manosea la falta del irresponsable y voyeurismo para el que participa de lejos. El coyuntural Byung Chul-Han (2014) decía: “respeto presupone una mirada distanciada, un pathos de la distancia. Hoy esa actitud deja paso a una mirada sin distancias, que es típica del espectáculo” (p.13). Se ha pedido distancia de unos cuantos metros entre persona y persona para salvaguardarnos. De este mero distanciamiento preventivo podríamos dar el salto al distanciamiento de lo íntimo. Vale preguntarse ¿el mundo íntimo pierde dignidad en el espacio público? La distancia íntima es para el lingüista francés Pierre Guiraud (1986): “la distancia de la protección y del consuelo, la del afecto y del amor, pero también la de la hostilidad y de la agresión” (p. 91). Depende de qué queremos hacer con ese espacio íntimo: caldero de imprecaciones u hogar de confraternidad. Un abrazo es cálido, el exceso de abrazo abrasa, es decir, quema, asfixia. Tenemos allí una efigie de la hostilidad a ese Otro que me importa en la medida que pone en peligro mi salvación. 

 Así, la ética del deber, del imperativo, del mandato, es materia de soteriología. La salvación ya no está en el templo, en la advocación religiosa, ni en interior. Su lugar son las mass media, la nueva religión. Las plegarias ahora son execraciones. La inquisición es digital. El filósofo francés Luc Ferry (2007) nos dice: “Para ser salvado, hay que pasar por la fe y por Otro. La filosofía nos promete lo mismo, pero nos asegura que podemos conseguirlo por la razón y por nosotros mismos” (p.20). El sujeto de hoy no se salva ni por la fe, ni por la razón. Pretende salvarse por el dato. 
 Fe, razón y dato. Materia de especulación para la Grecia clásica. Veamos. Explicaba el filósofo peruano Víctor Li Carrillo en su Enseñanza de la Filosofía (2008) que la palabra griega theōría, θεωρία, es decir, teoría, que quiere decir en el idioma helénico: visión, se funda en tres significaciones principales: a) visión como información, que refiere a la intención de conservar datos y acontecimientos en la memoria, del testimonio de la realidad. De allí la razón de la historia, del vocablo hístoor, es decir, testigo, el que da fe de algo que ha visto; por otra parte b) visión como consideración, o sea, el conocimiento de los cuerpos celestes y los fenómenos naturales. Punto asociado a la razón y el entendimiento y, por último, c) visión como contemplación, en este caso la palabra toma un sentido religioso, de contemplatio, de templum. En síntesis teoría quiere decir visión en estos tres sentidos. De allí que la persona de hoy no se salve ni por la fe contemplativa, ni por la consideración reflexiva, sino más bien por la información volátil. Justamente por este carácter de inconstante, de etéreo, de voluble, la información deviene en engaño y persuasión. Se sabe que el veneno viene en formas imprevisibles, atractivas. Llega en el alimento: la manzana envenenada de Blancanieves. Así, el alimento que da salud, seguridad, vida, intoxica. Cabe agregar que en quechua la palabra para referirse a alimento y vida es la misma: kawsay. Entonces, ¿cómo esperar la salvación (o seguridad) de esta información envenenada? Otra vez: ¿Para qué nos informamos? 

 Se decía al principio que nos queremos salvar de la muerte. Recordemos un idóneo pasaje de la novela (o nivola) Niebla de Don Miguel de Unamuno (1985) en donde doña Ermelinda y su sobrina Eugenia Domingo del Arco dialogan sobre un acontecimiento de su comunidad:

 -¿No sabe usted [La sobrina a la tía] lo que ese bárbaro de Martín Rubio  le dijo al pobre don  Emeterio a los pocos días de quedarse éste viudo?  -No lo he oído, creo.  -Pues verá usted; fue cuando la epidemia aquella, ya sabe usted. Todo  el mundo estaba alarmadísimo, a mí no me dejaron ustedes salir de  casa en una porción de días y hasta tomaba agua hervida. Todos huían  los unos de los otros, y si se veía a alguien de luto reciente era como si  estuviese apestado. Pues bien: a los cinco o seis días de haber  enviudado el pobre don Emeterio tuvo que salir de casa, de luto por  supuesto, y se encontró de manos a boca con ese Bárbaro de Martín.  Este, al verle de luto, se mantuvo a cierta prudente distancia de él, como  temiendo el contagio, y le dijo: “Pero hombre, ¿qué es eso?, ¿alguna  desgracia en su casa?”. “Sí –le contestó el pobre don Emeterio-, acabo  de perder a mi pobre mujer…”. “¡Lástima! Y ¿cómo ha sido eso?” “De  sobreparto” –le dijo don Emeterio. “¡Ah, menos mal!” –le contestó el  bárbaro de Martín, y entonces se le acercó a darle la mano (p. 73).  

 Este epidémico episodio, oscuro homenaje a la situación actual, da cuenta del trasfondo ético y por lo tanto soteriológico que vivimos con la pandemia. El primer aspecto que destacar en él es el del carácter visible de la muerte bajo el distintivo del luto. Antes lo sólito ante la pérdida era vestir del luto o representar el duelo bajo una forma simbólico-social. Hoy es cuestión encargada a la funeraria, en donde la familia tiene poca o nula participación. La muerte se oculta, se enmascara (quizá con el maquillaje) o las mascarillas de prevención. Hace poco la muerte quedaba reclusa en la esfera privada y aún allí, se le escondía. 

 Hoy, la muerte se ha hecho pública, es incómoda. Sin embargo, están los memes y las goodnews para soportarla. Por eso, la muerte no termina de descubrirnos. No termina de develarnos. No ya la muerte develada. Sino esta vez, la Parca, la muerte personificada, no nos puede desnudar, porque ni la intoxicación por veneno informativo, ni el neo-nihilismo memelógico lo permiten. ¿Por qué nos intoxicamos? ¿Por qué nos narcotizamos? Aquí es preciso resaltar el segundo punto del pasaje literario. En voz de la Eugenia unamuniana: “Todos huían los unos de los otros”.

 El confinamiento nos ha obligado a mirar dentro. Ese mirar dentro es mirar mi-mundo-con-los-otros, en tanto que Mitwelt (Heidegger, 2009), es decir, el mundo en común con mis próximos, aquellos que constituyen mi vida. Entonces, ¿de quién huimos por medio del narcótico al que llamamos “información”? De ellos, de su finitud revelada, de su muerte. Nos envenenamos mórbidamente con esa falsa seguridad, con esa falsa eternidad del show. Finalmente, no es mi muerte la que me duele, sino la imagen de sus muertes las que me conduelen. Vivir mirando adentro, haciendo una flexión hacia sí mismo, una re-flexión, es mirar la verdad de la muerte de aquel que amo, bien amado o torpemente amado, a fin de cuentas, aquellos a los que amo. En palabras del filósofo y dramaturgo Gabriel Marcel: decir te amo, es decir, no morirás (Blázquez, 1988).     

 Finalmente, se quiebra la apariencia del no-morir, de que la vida no se acaba, de que la muerte le ocurre a los otros-que-no-son-mis-otros. Que no son los míos ni yo. Cuando se rompe ese falso mito, tenemos la oportunidad de vivir auténticamente, de mirar-los y mirarnos. De acercarme a ellos y tener un auténtico encuentro humano. No de individuo a individuo. Sino de persona a persona. Responsable de sus vidas y viceversa. Solo así, se puede mirar en los extramuros del mundo-propio, del mundo-con-los-míos. Saltar el muro de la indiferencia requiere pues, tomar conciencia de la verdad de la muerte de mis otros para ver sus rostros y responder a sus miradas. El ensayista y pedagogo argentino Jaime Barylko nos decía (2005): 

  “Cuando la apariencia entra en crisis, cuando falla, si estás  dispuesto a darte cuenta, se produce la fractura. La realidad se desgarra  como un velo, ahí te detienes, y piensas. Perder la protección que  brindan las apariencias es un dolor, pero saber que uno sale de la  oscuridad a la luz es una dicha (p.11).  

Esta pandemia es, pues, una oportunidad para salir de la niebla. 

Referencias

Barylko, J. (2005). La filosofía. Una invitación a pensar. Buenos Aires: 
Booket. Blázquez, F. (1988). La filosofía de Gabriel Marcel: De la dialéctica a la  invocación. Madrid: Ediciones Encuentro.   
Camus, A. (2003). La peste. Barcelona: Editorial Sol 90.  
Debord, G. (1992). La société du spectacle. Paris: Gallimard Ferry, L. (2007). Vencer los miedos. La filosofía como amor a la sabiduría.  Madrid: Editorial Edaf. 
Guiraud, P. (1986). El lenguaje del cuerpo. México, D.F.: Fondo de Cultura  Económica. 
Han, B-C. (2014). En el enjambre. Barcelona: Editorial Herder. 
Han, B-C. (2015). El aroma del tiempo. Un ensayo filosófico sobre el arte de  demorarse. Barcelona: Editorial Herder. 
Heidegger, M. (2009). Ser y Tiempo. Madrid: Trotta. 
Li Carrillo, V. (2008). La enseñanza de la filosofía. Lima: Fondo Editorial    de la Universidad Inca Garcilaso de la Vega. 
Sábato, E. (2000). El túnel. Lima: Adobe Editores S.A. 
Unamuno, M. (1985). Niebla. Colombia: Editorial La Oveja Negra.