Dr. Frankl y Dr. Martínez-Romero en Caracas 1985

viernes, 25 de enero de 2013

La acción grupal en la Mediación Intercultural



 Dr. José Martínez-Romero Gandos
A Coruña – enero de 2013[i].


          Las investigaciones, publicaciones y comunicaciones acerca de la práctica grupal se multiplican en el mundo científico, con especial énfasis en los países del área iberoamericana. Trabajar en la Mediación Intercultural es una oportunidad magnífica para contribuir a su desarrollo y encontrar posibilidades de aplicación en una práctica con fundamento y creatividad.

Los retos para asistir en las necesidades y demandas de los diferentes colectivos migrantes en el siglo XXI no son pocos y obligan a un desarrollo de la investigación y la práctica de la Mediación Intercultural, especializándose en el conocimiento y el especial modo-de-ser-en-el-mundo de estas personas. La obligación también se extiende a la posibilidad de elaborar planes para su asistencia. Trataré de explicar aquí porqué un instrumento técnico como la participación en grupos (dinámica grupal) puede cumplir, satisfactoriamente, con ambos propósitos.

Los científicos que aplican la dinámica grupal para la atención de personas en los diversos ámbitos de su profesión afirman que muy pronto se tendrá que justificar porqué, en muchas circunstancias, se utilizan entrevistas individuales, de escaso tiempo de dedicación, con poca información y menor participación de las personas que acuden a ellas y no se utiliza la dinámica grupal.

Permítanme algunas consideraciones teóricas antes de concretar los retos a los que nos enfrentamos.

Vivimos en comunidades donde la coexistencia se manifiesta como una relación yo-tú con un innegable carácter dialógico. Diálogo que para lograr su autenticidad debe llegar a la dimensión del sentido co-participado de los integrantes superando los condicionamientos sociales que distorsionan la comunicación. La premisa debiera ser el respeto por la condición de Persona en sus valores más esenciales, manifestados por cadaquién de una manera única y singular. Cuanto más amplio y menos racional sea ese sentido dialógico más respuestas existenciales encontrarán cada uno de los integrantes, ya sea a la luz de la conciencia o ante la posibilidad de una relación interpersonal amplia.

Este “suprasentido” conciente o trascendente encuentra su mejor expresión si la relación interpersonal no se limita a un mero intercambio de símbolos y signos protocolares. En el encuentro con el otro, el “suprasentido” (capacidad y posibilidad de proyectarnos más allá de la inmediatez de lo cotidiano) se construye mediante la reciprocidad de la relación de afecto, aceptación o solidaridad sin condiciones. Y esto no puede realizarse fuera de un grupo donde el hombre no puede dejar de “pertenecer”.

Quien conozca los pormenores de esta dinámica grupal y tenga capacidad de análisis de la situación podrá aceptar que esta relación “dialógica” entre personas de un grupo no es posible, en su realización plena, sin que se produzca una “trascendencia recíproca”. Veremos este concepto un poco más por lo menudo.

Muchas personas y no pocos técnicos insisten en que ésta actividad grupal no deja de constituir una “reunión catártica” de personas con conflictos que solamente ejercen esta función de descarga y luego permanecen en igual situación. En nuestra experiencia de muchos años de inmersión en la actividad de los grupos hemos podido comprobar como resultan inmensamente útiles en las circunstancias en las que las personas atraviesan una situación de crisis, de angustia o de conflicto, desarrollándose una actividad de “trascendencia recíproca”, es decir, de paulatino y concreto compromiso mutuo.

Lo importante de esta actividad se manifiesta a través de una actividad que denominamos de “encuentro”. Cuando este “encuentro” es comunitario la “trascendentalidad recíproca” es mucho más importante que la que pueda establecer una sola persona con otra. La persona produce su propia actividad trascendente que prepara la recíproca. Pero ambas se complementan y potencializan en una actividad grupal comprometida.

No es fácil sostener encuentros grupales en los que se produzcan estos “encuentros trascendentes”. Los instrumentos principales para ello son la comunicación, el reconocimiento mutuo, la afirmación de la identidad, la autenticidad, la apelación al otro y el cuidado mutuo.

Imaginemos una situación de intervención en Mediación Intercultural y ubiquémonos en dos contextos diferentes: un contexto de encuentro individual con la persona asistida y otro en el que participemos de un grupo. Los mismos instrumentos utilizados desde siempre en las entrevistas individuales cobran una dimensión especial y promueven la manifestación de conductas, conceptos, ideas o relatos permiten una mayor participación de unos y otros. Para alguno de los integrantes es difícil la comunicación. Aparecerá algún otro que apelará a su comprensión. Podrá manifestarse reacio y hasta inauténtico. Si nadie olvidó la principal herramienta “cuidado mutuo” aparecerá una mayor autenticidad y una afirmación de la identidad de cada uno de los integrantes.

¿Se producirá esto tan rápida y espontáneamente?

Cuando nos proponemos sostener en un grupo esta trascendentalidad recíproca es necesario iniciar la relación mediante la propuesta de compromiso y utilización de algunas herramientas fundamentales de la dinámica grupal. Más adelante describiremos algunas de estas herramientas.

En los grupos más superficiales este compromiso puede ser poco duradero y no alcanzar para la relación de verdadero encuentro y trascendencia. A pesar de ello, en determinadas circunstancias, pueden transformarse en grupos de encuentro duradero. Encontramos un ejemplo si consideramos un grupo de excursión o un encuentro de atracción sexual. La alianza superficial deberá culminar en un compromiso duradero. En el caso de la excursión en la constitución de un grupo verdadero de personas amigas y en el caso del encuentro de atracción sexual en un compromiso que se plasma en el amor de pareja.

El compromiso da lugar a una relación con sentido transpersonal. Supone confianza, fidelidad y esperanza. Es capaz de iluminar y animar en los momentos difíciles. Sus modelos clásicos son el matrimonio, el equipo de trabajo, la comunidad religiosa o el grupo de amigos.

Como lo afirman todas las escuelas psicológicas, nada de esto es posible sin una buena comunicación. No es el lugar aquí de explicar este concepto clásico. Pero recordemos que nadie puede no comunicarse y que los grupos humanos son inevitables. La comunicación debe contribuir a permitir la relación yo-tú que debe transformarse en “nosotros”.

La queja, habitual en los grupos y especialmente los que necesitan de mayor comprensión y asistencia, es la apreciación clara de una comunicación sin sentido trascendente. Apenas llegan a ser autoreferenciales. No ponen en marcha la acción de los valores de creatividad. Evitan que surjan comentarios acerca de sufrimientos genuinos, no permiten la participación de los valores de actitud. Se vivencia solamente lo negativo. Se pone en marcha el círculo vicioso que reclama desde la queja la atención egocéntrica o la mera descarga catártica.

Para salir de la queja es necesario que el grupo “apele” al integrante quejoso a que ponga en marcha su capacidad de autodistanciamiento, su capacidad de ir al encuentro del otro, la posibilidad de transformar el sufrimiento en sentido de ayuda al otro, especialmente a partir de la experiencia de los propios dolores, penas y frustraciones.

Siendo así constituimos una relación de compromiso entre los integrantes de los grupos en los que participamos y lo manifestamos como un encuentro humano, como una tarea de servicio en el que asistimos en el cuidado ofreciendo la propia experiencia, creatividad, razón y voluntad de sentido. Todo esto aderezado de mucha Esperanza. Y, como no, de algunas técnicas.

No es fácil acompañar al hombre del tercer milenio, luego que en la centuria anterior estuvieran en peligro referencias tradicionales y aparecieran crisis existenciales ante el vacío de la sociedad contemporánea. Mucho más si nos dedicamos a un colectivo tan especial como el colectivo migrante. Debemos constituirnos en especialistas en aceptar esa crisis propia del que emigra, el vacío existencial que produce el choque con la cultura de acogida, las frivolidades de los trámites administrativos ante la vivencia de la catástrofe personal, la inutilidad de la ayuda automática sin la promoción del trabajo y la superficialidad de los medios con que contamos para comunicarnos debidamente. Lograr vivir con todo esto no es fácil para el inmigrante y ayudar a su transformación no es tarea sencilla ni aparecerá en aquellos que no toman este trabajo comprometidamente y con vocación de servicio.

Tanto en la actividad propiamente medidadora como en las actuaciones institucionales el profesional debe ser conciente de la realidad y lograr que también lo sea su consultante. En estos momentos de la sociedad en la que vivimos con claros síntomas de crisis social, la vida del hombre común y la del que sufre pérdidas, carencias, angustias o discriminación debe seguir teniendo sentido “a pesar de todo.

¿Cómo podemos permitirnos afirmar que la vida no deja nunca de tener un sentido para cada uno de nosotros? Lo afirmamos desde nuestra fundamentación antropológica y epistemológica y desde nuestro conocimiento de los autores que dieron fundamentación a la analítica existencial: El hombre es capaz de transformar en servicio cualquier situación que, humanamente considerada, no tenga aparente salida.

 A través de la actividad grupal es posible ayudar a las personas para que cada una pueda ver por sí misma su aislamiento, su carencia de sentido, sus necesidades individuales, errores, diferencias  y aún el significado de las agresiones que pueda haber recibido en su lugar de acogida. Es un procedimiento de “educación” en el sentido etimológico del término (e-ducere, “conducir desde”, “sacar lo propio del otro”) permitiendo el logro de una mejor calidad de vida y un sentido asumido y adquirido a través de los otros, de la comunidad.

La persona acepta, de este modo, la posibilidad trascendente de su existencia, su libertad y su responsabilidad, su capacidad de proyectar y llevar a buen puerto sus proyectos, en las difíciles circunstancias de la inmigración. Este logro será propio y único, no impuesto por ninguna ideología, por ningún lider terapéutico, por ninguna “cuidado” autocrático.



[i]  Texto completo publicado en Manuais Nº 24, Servicio de Publicacións, Universidade da Coruña,
junio 2006, ISBN 84-9749-204-8 Versión en CD.Extracto por el autor.