Dr. Frankl y Dr. Martínez-Romero en Caracas 1985

lunes, 18 de marzo de 2013

Consideración de los grados de libertad para ayudar en la realización de sentido en las mujeres víctimas de violencia doméstica





Dr. José V. Martínez-Romero Gandos
A Coruña – Galicia – Spain
(2013)
Palabras clave: libertad – sentido de vida – violencia doméstica – proyecto vital – 

     Partiendo de la concepción de la analítica existencial que considera a la Persona como un ser-en-el-mundo esencialmente constituído por el ser-con, el ser los-unos-con-los-otros, la violencia doméstica ejercida contra las mujeres provoca que la existencia de estas víctimas desemboque en un proceso de extrañamiento que las aleja de los modos de comunicación propios de la comunidad del amor.
     Es lo que afirma la Logoterapia, una corriente psicológica fundada por Viktor E. Frankl  que propone una visión integral del ser humano (bio-psico-social y existencial-espiritual) afirmando que la aspiración fundamental del ser humano es la lucha por encontrar un sentido a la vida. Según esta teoría, cuando no encontramos el sentido, padecemos sufrimiento, vacío existencial, depresión, etc.
     A la postre esta existencia cae en un sin sentido de vida, en un divorcio con la experiencia comunicacional con el mundo, en un desconocimiento de los nexos referenciales con la libertad y la dignidad humanas o en un aislamiento afectivo que le impide cualquier tipo de realización de un proyecto vital.
     Los diferentes modos de violencia que ejercen los maltratadores provocan la alienación (caída en la cosificación) de sus víctimas, el asalto de la angustia a la totalidad del ser y la pérdida de la dimensión histórica como Personas.
     Este aislamiento descripto, en especial en todo lo referido a la comunidad del amor, incluye la extrañeza del ejercicio de la propia libertad, del manejo del tiempo y el espacio y de todo atisbo de deseo personal de realización.
     Realizarse o malograrse, en el sentido amplio de la existencia, nos lleva a considerar a ésta como la posibilidad de ser libre para lograr la autenticidad de su ser. Si se renuncia a las posibilidades puede que la persona se extravíe en el proceso, se equivoque o simplemente se desconozca.
     Antes de avanzar en nuestras consideraciones es conveniente aclarar que la analítica de la existencia solamente constituye el fundamento ontológico, imprescindible pero no suficiente sin las consideraciones debidas a este aspecto de la existencia humana, la violencia, por parte de la Sociología, el Derecho, la Biología, la Psicología, la Psiquiatría y todas las ramas pertinentes de estas Ciencias.
     Nuestra experiencia en la asistencia psicológica a víctimas nos muestra la multiplicidad estructural de los orígenes y posibilidades de modificación del sufrimiento por violencia de género y doméstica.
     Debemos insistir, asimismo, que la descripción de las formas en las que se expresa la existencia de estas mujeres-víctimas se sitúa en el terreno de la experiencia analítico-existencial-fenomenológica. Y recordar que esta violencia ha de repercutir, necesariamente, en la conformación de una sintomatología propia de la comprensión clínica psicológica y psiquiátrica presidida, siempre, por la angustia.
     La violencia, en su expresión más general, y la violencia doméstica ejercida por los hombres contra sus parejas, en particular, puede ser relacionada con sujetos impulsados a conseguir algo que no pueden lograr de un modo socialmente adecuado y normal. Su inseguridad o insatisfacción personales es transformada en una actitud hostil contra los otros. Una cobardía siempre latente les impide, generalmente, concretar esta acción violenta en el mundo circundante y la realizan contra sus mujeres. Existe una escisión interior de su afectividad que se reproduce en una conciencia conflictiva constituyendo lo que Paul Ricoeur llamó “el drama moral del hombre dividido de nuestro tiempo”[1]
     División que consiste en la constitución de una “mascara”, habitualmente de hombre socialmente aceptado y aceptable, pero con una personalidad de componentes instintivos agresivos predisponentes, profunda inautenticidad y normas y tradiciones culturales “machistas”.
     Para tal desarrollo de la personalidad la Psicoterapia Existencial debe ofrecer a las mujeres víctimas de violencia que accedan a una mayor posibilidad de autonomía y autenticidad. Estos logros son de más fácil acceso cuando podemos ayudarlas a recuperar el uso pleno de su libertad, la percepción de una corporalidad recuperada y un tiempo y un espacio vivido sin la presión que genera el stress y la frustración de la violencia recibida.
     Podemos definir a la mujer maltratada en el ámbito doméstico como una víctima indefensa de la crueldad en su propio hogar con impedimentos y sin medios para alcanzar un remedio a su situación.
     Esta definición inicial ha provocado y provoca cierta desconfianza o incredulidad en muchos medios, inclusive los profesionales y los judiciales. Podríamos citar numerosos casos reales de violencia doméstica y todos han sucedido entre nosotros. Podemos apartar la vista pero seguirá sucediendo. Excepto que pongamos en marcha todos los recursos posibles del Estado y de las Ciencias para disminuirlos y finalmente reducirlos a su mínima expresión.
     Una mujer golpeada es aquella que sufre maltrato intencional, de orden emocional, físico y sexual, ocasionado por el hombre con quien mantiene un vínculo íntimo. Él la obliga a realizar acciones que no desea y le impide llevar a cabo otras que sí desea. Dicha pareja, por sus características, entra en un círculo de violencia reiterado que dificulta la ruptura de la relación o su transformación en un vínculo no violento.
     Pareciera que por pertenecer esta situación al fuero íntimo de la relación entre personas no podemos intervenir, interferir o sancionar a la violencia ínsita de esa relación.
     Surgen los mitos o comentarios, no siempre ingenuos y populares:
”Si está tan mal en la pareja,¿porqué se queda?”, “aguantó tanto tiempo y aún persiste en la relación”, como si fuera tan sencillo o fácil apartarse de la violencia.
“La violencia es un problema de las clases bajas o incultas”, desconociendo los datos que provee la estadística acerca de la pertenencia de las víctimas a todas las clases sociales y a toda la escala étarea de las mujeres.
     Este desconocimiento o mala intención en los comentarios pretende afirmarse en aquello que rueda por nuestro mundo “civilizado” acerca de la carencia de violencia de las personas educadas, cultas o religiosas. Recuerdo, en el correr de la pluma, a un magistrado, a un profesor universitario y a un hombre de misa diaria como maltratadores peligrosos y juzgados.
     Ante esto, la réplica superficial: “Se trata de casos aislados…”. Cuando no la respuesta: “La violencia la provocó la mujer”. Que sí puede haber sucedido en casos aislados, pero no en la generalidad de las mujeres víctimas de violencia.
   Se ha atribuido el problema, generalizando demasiado, a que la violencia en el ámbito doméstico surge cuando se instala el conflicto entre necesidad y libertad. En el juego dialéctico entre estos dos elementos, el equilibrio de sentimientos positivos contribuye al bienestar general. Lo contrario supone la infiltración en el proyecto vital de algunos, varios o todos los miembros de la familia que supone una limitación de la libertad, un progresivo y constante deterioro o hundimiento del proyecto vital y la supresión parcial o total de los círculos funcionales superiores de la vida humana.
     La salud está íntimamente ligada al uso de la libertad, característica del hombre sano espiritualmente. Condicionada ésta por la violencia en el ámbito doméstico el poder “ilegítimo” mediante el logro de una vida inauténtica en el resto de los integrantes.
     Si en la intimidad del hogar nos sentimos libres podemos asegurar nuestra elección de estilo de vida y responsabilizarnos por el modo de encuentro en el amor. Desde la óptica de la analítica existencial es primordial la concepción de unidad bio-psico-social del ser humano. En esa unidad el ejercicio de la voluntad de sentido para el logro de un proyecto vital, la conciencia de responsabilidad y el uso de la libertad nos permite diferenciar salud de enfermedad y describir el nivel de conflicto expresado en la violencia.
     A través del uso de la violencia el agresor controla o agrede porque cree tener derecho a ello. Lo hace en el ámbito doméstico o apela a toda su energía, recursos y contactos para hacer valer “sus derechos”, pasando las víctimas a ser consideradas “victimarios”, en muchos casos.
     Esto es posible porque la “víctima” se hace cargo del sistema de creencias del “victimario”. A través de ese control instaurado, de esa creencia asumida y de la dosificación adecuada de fuerza, seducción y dialéctica verbal, el victimario destruye la Esperanza de la víctima. Recordemos la frase de Gabriel Marcel cuando dice: “La Esperanza es el arma de los indefensos. Y por ello tiene eficacia, por ser todo lo contrario a un arma”. El victimario usa el arma de la violencia. La víctima, si puede, apela a la Esperanza.
    La violencia no se puede predecir. Es imprescindible estar atentos. Solamente podemos contar con la descripción clínica de numerosos casos en los que se repite el ciclo de la violencia. Siguiendo este esquema lo único predecible es la repetición de los episodios de violencia. El significado de cada uno de estos episodios se suma e incorpora al “sin sentido” de la existencia de la víctima, constituyendo un verdadero “infierno”.
    Quien desee aportar su trabajo profesional para el mejor cuidado de la víctima deberá tener en cuenta o ejercer las acciones que terminará o impedirá la continuidad del círculo de violencia: agresión; culpa; pedido de perdón; sexo; placer; nueva agresión.
    Para ejercer convenientemente este papel es necesario contar o pertenecer a una “red de intervenciones” construida con el accionar de psicólogos, médicos, abogados, jueces, asistentes sociales y con la comunidad. La violencia se reduce mediante la aplicación de programas sociales y se comprende a través de investigaciones, trabajos publicados y comunicaciones entre colegas.
     Los agentes sociales o profesionales que asisten a mujeres víctimas de violencia saben que se trabaja con situaciones límite que no permiten pérdida de tiempo. Es necesario instruir para que se facilite la evitación de situaciones de violencia que nunca se resuelven en el corto plazo. Es muy importante la revalorización del sentido de vida de las víctimas, el restablecimiento de valores fundamentales y la auto-consideración como Persona.
    Se trata, asimismo, de lograr cambios que activen mecanismos y conductas de control que no actúen solamente sobre la violencia. En este campo es necesario recordar, especialmente, que cada persona es “unica e irrepetible”.
    Por lo que conocer lo que está pasando exige economía de medios y gasto de recursos asistenciales y técnicos. Conocer acerca de la realidad violenta, ayudar a reconocer sentimientos bloqueados, analizar el contenido de los mensajes de la violencia, elevar la autoestima y programar, conjuntamente, las acciones que permitan ayudar a renovar el sentido de vida pleno de las víctimas, para que sigan adelante a pesar de los sufrimientos y problemas que acarrea este tipo de situaciones.
    La discusión a nivel científico y judicial del problema y la investigación en los temas vinculados a la violencia permitirá contar con experiencia e instrumentos propios para la asistencia. La creación de la Escala de los Grados de Libertad para evaluar la posibilidad de realización de sentido de las mujeres víctimas de violencia doméstica es un aporte más al campo de necesidades descripto.
    Aún en estas circunstancias de sufrimiento, peligro, amenazas y violencia estamos agradecidos al poder colaborar para asistir a estas mujeres en la “cura” que reconoce su mejor test cuando pueden ellas mismas dedicarse a ayudar a otras a superar las inhibiciones que le impiden salir del círculo de la agresión.
    La actividad profesional implicará procedimientos urgentes para prevenir futuras crisis o agresiones, actitudes de espera por la dificultad de la víctima en reconocer sus posibilidades, continencia de la angustia, desarrollo de caminos de libertad sin imposiciones, creando el lugar apropiado para la confianza y desarrollando una creatividad técnica basada en la necesidad de conseguir cambios de conducta urgentes, perfectamente establecidos por autoridades y científicos.



[1] Citado en “La Psicología Fenomenológica en la prevención de la violencia”, Dra. Aída Kogan, Cátedra de Psicología Fenomenológica y Existencial de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, Coordinadora Ma. Lucrecia Rovaletti, Bs. Aires, agosto 1994.