Dr. Frankl y Dr. Martínez-Romero en Caracas 1985

viernes, 31 de julio de 2020

LA CUARENTENA COMO POSIBILIDAD: UN ENSAYO FENOMENOLÓGICO SOBRE LA LIBERTAD EN TIEMPOS DE ENCIERRO por Alejandro K. Salomon Paredes

  Quarantine as a possibility: A phenomenological essay on freedom in confinement time 

Publicado en Avances en Psicología

Universidad Femenina del Sagrado Corazón UNIFE

Lima – Perú

Ene-Jul.2020, Vol.28.N1:pp. 9

 http://orcid.org/0000-0002-5147-12709-16https://doi.org/10.33539/avpsicol.2020.v28n1.2109

 

 

Resumen

 En este ensayo se describe la experiencia de la cuarentena desde una perspectiva psicológica y  existencial  en  primera  persona,  con  una  postura  investigativa  sustentada  en  el  análisis  existencial  y  la  logoterapia,  que  explora  entre  otras  cosas  la  vivencia  de  la  falta  de  sentido,  las  actitudes  frente  a  la  situación  adversa,  las  emociones  que  se  experimentan,  el  margen  de  libertad y la responsabilidad frente a la circunstancia, así como las posibilidades de realización de valores que la cuarentena brinda, recurriendo a la antropología de Viktor Frankl y autores como Scheler, Kierkegaard, Jaspers, Heidegger, Buber, entre otros.

Palabras  clave:    Cuarentena,  logoterapia,  libertad,  responsabilidad,  sentido  de  vida,  valores,  actualización de posibilidades.

Abstract

This essay describes the quarantine experience from a psychological and existential perspective in  the  first  person,  with  an  investigative  position  supported  by  existential  analysis  and logotherapy, which explores, among other things, the experience of lack of meaning, attitudes towards  the  adverse  situation,  the  emotions  that  are  experienced,  the  margin  of  freedom  and responsibility in the face of the circumstance, as well as the possibilities of realization of values that the quarantine offers, resorting to the anthropology of Viktor Frankl and authors such as Scheler, Kierkegaard, Jaspers , Heidegger, Buber, among others.

Keywords:  Quarantine,  logotherapy,  freedom,  responsibility,  meaning  of  life,  values,  update  possibilities.

 

DESCRIPCIÓN INICIAL DE LA EXPERIENCIA

Hoy es viernes 10 de abril de 2020. Me encuentro sentado en el sillón de la sala de mi casa.  Por la mampara que da a la calle se filtra la luz de la tarde. El silencio envuelve todo, salvo por algún perro que ladra o un auto de la policía que pasa haciendo sonar su circulina. Salgo al balcón y observo la avenida que encuentro desolada y las voces de algunas personas desde sus casas.  Son tiempos de un confinamiento necesario para intentar frenar una pandemia. Le echo una mirada a mi experiencia y me hallo frustrado y entristecido. Son   las   manifestaciones   anímicas   de   algo valioso que en el mundo cambia, algo valioso que de pronto no se llega a realizar o algo importante que   desaparece, que   se   pierde (Salomón, 2017).   La situación me lleva a sentir esto y noto cuánto me cuesta afrontar esta circunstancia que no puedo modificar porque escapa a mi control. Mientras miro la calle desierta tengo una sensación que me invade y me incomoda, que me hace sentir muy limitado, una especie de pérdida de libertad. Reflexiono y encuentro restringida mi libertad para desplazarme, pues esta cuarentena me impone no poder tomar mi auto e ir a mi consultorio a recoger mis libros, los cuales dejé casi en su totalidad allá. Los vuelos internacionales se vieron suspendidos y tuve que dejar una ponencia importante en un congreso fuera del país. Así mismo me perdí de un cumpleaños muy valioso y la visita a personas muy queridas. Y ni qué decir del trabajo, que por supuesto también se ve afectado. No me siento libre, es cierto, y descubro que me encuentro en la queja, en el lamento constante, pero siento que o hay espacio para nada más  ahora.  Volteo y veo lo que aún hay, lo que  al  menos  me  queda:  quizá  tener  a  mi  familia  conmigo,  tener  mi  laptop,  tener  salud,  pero  estas  cosas  se  me  presentan  sin  que  me  entusiasmen.  La pérdida de mi libertad me conmociona y hasta paraliza.

LA INQUIETUD EXISTENCIAL

Pero   me   surge   una   inquietud   además, una   sensación extraña que me cuesta identificar, algo que me invita a cuestionarme si acaso este sentimiento de pérdida de  libertad,  que  identifico  como  real  en  mi experiencia,  guarda  congruencia  con  mi  condición  humana.   Viene   a   mi   mente   Sören   Kierkegaard, aquel filósofo  danés,  quien  decía  que  la  consciencia del  yo  trae  así  mismo  algo  que  revela  al  hombre  sus  posibilidades  y  su  libertad  (Kierkegaard,  1984),  una  angustia que me estremece ante una realidad de la que no  puedo  escapar.  Eso es  justamente  lo  que  siento,  un  peso  que  recae  sobre    junto  con  la  adversidad  y  ante  el  cual  no  puedo  ser  indiferente.  Hay  algo  en  medio de toda esta situación límite que me interpela, incluso sintiendo esta pérdida de libertad que refiero. Recuerdo haber leído a Karl Jaspers decir que somos un  ser  siempre  en  situación  (Jaspers,  2006),  y  que  esto  de  alguna  manera  moviliza  en    algo  que  me  es  inherente  como  persona,  algo  que  me  recuerda  a  aquel ser – en – el – mundo del que habla Heidegger (2009),  arrojado  a  sus  posibilidades.  Me  pregunto  ¿cuáles son esas posibilidades? O ¿seré yo mismo mi propia  posibilidad?,  tomando  en  cuenta  que  hay  algo  dentro de toda esta circunstancia que depende de mí y es  precisamente  esta  consciencia  la  que  me  perturba,  me angustia, me incomoda. Abro  un  pdf  de  un  libro  de  Viktor  Frankl  donde  menciona  que  solo  un  ser  que  es  libre  puede  sentir  angustia  (Frankl,  2008)  y  me  siento  inmediatamente  identificado,  pues  esto  que  siento  no  puede  ser  otra cosa que angustia, esta inquietud al saber que aunque sienta  que  he  perdido  mi  libertad,  hay  una  libertad  que  no  puedo  perder,  porque  no  la  tengo  sino  que  me  constituye,  y  me  confronta  con  mis  posibilidades  de  elección.  Pero,  ¿cuáles  posibilidades?  Incluso  me  llego  a  preguntar  ¿qué  es  una  posibilidad?  Algo  que  puede  ser  y  algo  por  lo  cual  optar.  Y  opto  a  partir  de  mis  elecciones,  me  decido  por  lo  uno  o  por  lo  otro  (Kierkegaard,  1984)  y  siempre  actualizo  alguna  posibilidad, lo cual me lleva a pensar que esta libertad de la que habla Frankl viene inevitablemente acompañada de la otra cara de la moneda, la responsabilidad, ya que soy responsable por la actitud con la que elijo enfrentar mis circunstancias. La pandemia y la cuarentena son lo que  son,  y  viene  a  mi  mente  Heidegger  y  eso  de  que  lo que es, es (Heidegger, 2009); pero es el qué de mi experiencia, el cómo lo aporto yo, quiera o no quiera, y por eso la actitud con la que vivo cada instante es una elección  personal  irremplazable.  Ante  esta  realidad  es  que  siento  esta  tensión,  esta  responsabilidad,  que  no  es  sino  darle  respuesta  a  mi  situación.  Y  regreso  a  observarme  en  la  queja,  pero  con  esta  consciencia  de  que  soy  libre  para  elegir  mi  actitud,  lo  cual  me  confronta  y  me  lleva  a  descubrirme  en  esa  decisión.  Tras   lo   legítimo   del   malestar,   del   sufrimiento inevitable  que  me  acarrea  frustración  y  pena,  está  la  elección  de  qué  hago  con  todo  eso,  de  qué  actitud  pongo  en  marcha  ante  esta  adversidad,  que  es  mía  y  que  estoy  llamado  a  enfrentar.  La  queja  es  entonces  una conducta escogida, un comportamiento que deriva de una actitud específica que no aparece sola sino que yo  elijo  libremente,  pues  podría  elegir  algo  distinto.  Pero,  ¿no  es  acaso  en  eso  que  radica  esta  libertad  de  la  que  nos  habla  Frankl?  Me  remito  entonces  a  Max  Scheler, filósofo alemán que planteó que esta libertad es lo espiritual del ser humano (Scheler, 1957), lo que lo  faculta  para  poder  oponerse  a  cualquier  condición  interna o externa, para poder asumir un protagonismo en su propia vida y en su propio destino.

LA   INMANENCIA   COMO   EL   VERDADERO   ENCIERRO

Pero  me  conviene  analizar  existencialmente  esta  queja  que  elijo,  pues  al  quejarme  me  decido  por  esa  posibilidad y dejo de lado otras, pues no puedo tenerlo todo como dice Jaspers (2006), y encuentro que estar en  queja  es  estar  luchando  contra  lo  que  es,  con  una  frustración  predominante  que  me  carcome.  No  hay  nada  más  irresponsable  que  quejarme,  y  más  aún  quedarme  estancado  en  la  queja.  También  me  noto  preocupado, con la mente en lo que pudo haber sido, en  cómo  sería  si  se  hubiera  dado  y  en  lo  que  podría  ocurrir en la situación futura. Y también me encuentro postocupado (Salomón  y  Díaz  del  Castillo,  2019),  es decir, pensando en lo que ya pasó y no hay forma de  cambiar,  aquellas  cosas  que  ya  no  se  pueden  dar,  es  decir,  todo  aquello  que  perdí,  que  siento  que  la  cuarentena me arrebató. Con ambas posturas me alejo de  la  realidad  del  presente,  donde  inevitablemente  se  dan las decisiones, pues no puedo decidir en el pasado ni  en  el  futuro.  Entonces  me  cuestiono:  por  estar  preocupado o postocupado, ¿de qué me dejo de ocupar? Aquí siento la inquietud existencial de qué cosas dejo de hacer por estar huyendo de lo que es, porque dirigir mi mente fuera del presente es huir. Así que estancado en  la  queja  lucho  contra  lo  que  es  y  preocupándome  huyo de lo que es, y recuerdo a Frankl (2008) decir que esas son reacciones evitativas de la responsabilidad, lo que llamó actividad y pasividad incorrectas, modos de ser en los que no doy respuesta. Quizá por eso siento esta  sensación  que  me  paraliza.  De  pronto  hay  una  angustia  que  no  quiero  validar,  una  frustración  y  una  pena que no quiero sentir, y una cuarentena en la que no quiero estar. ¿Es  entonces  este  cuestionamiento  el  inicio  de  un cambio de actitud? Quizá sea este el comienzo de una  modificación  de  postura  ante  mi  circunstancia, que  de  alguna  manera  me  lleva  a  ser  más  consciente  de  que  yo  mismo  soy  posibilidad,  puedo  ser  siempre  una   versión   distinta   de   mí,   porque   esto   requiere   ser  diferente  a  como  vengo  siendo,  a  como  vengo  afrontando esta situación límite. Y la comprensión de mí mismo, este observarme con cierta acogida, como dándome  la  bienvenida  al  “club  de  los  humanos”  (Salomón y Díaz del Castillo, 2019) me ayuda a notar mi  posición  existencial,  pues  estando  en  la  queja  o  en  la  preocupación  me  mantengo  inmanente (Frankl, 2007),  sin  ir  más  allá  de  mis  propios  pensamientos,  sin salir de mi propia psique, dando vueltas y vueltas, perdiéndome  del  mundo  que  es  de  alguna  forma  allá  afuera.  Es  el  origen  de  la  palabra  existir,  exsistere, palabra  en  latín  que  se  traduce  como  emerger,  un  ir hacia que revela una intencionalidad hacia el mundo, hacia  los  otros,  en  lo  que  Viktor  Frankl  (2004)  llama  autotrascendencia,  esto  es  un  ir  más  allá  de    mismo al encuentro de otro ser humano con amor o la realización  de  algo  con  sentido.  Inmediatamente  me  surge  cuestionarme  acerca  de  qué  aspectos  valiosos  puedo estar dejando de ver y cómo lo hago, cual es mi elección respecto a hacia donde dirijo mi atención y mi interés. Y noto que en la inmanencia al no salir de mi mismo no puedo ni siquiera cuestionarme, como estar realmente en la caverna de Platón, a ciegas, creyendo que esto que es, es lo único que puede ser. Entonces,  en  la  inmanencia,  ¿de  qué  me  pierdo?  ¿Tendrá  que  ver  con  esos  aspectos  que  aún  quedan  a  pesar  del  encierro  obligatorio?,  pero  que  se  me  muestran  sin  entusiasmarme.  Entonces  descubro  que  tiene que ver más con mi actitud hacia esas cosas, pues ahí  están  pero  no  percibo  algo  importante  en  ellas.  Tiene que ver con mi mirada, con mi disposición hacia ellas y con las posibilidades que la situación límite me puede revelar, porque esta situación es inusual, escapa de  lo  cotidiano  del  día  a  día  convencional,  donde  creo  tener  todo  conocido,  donde  no  aprecio  nuevas  perspectivas.  Quizá  precisamente  sea  esta  situación  de la cuarentena la que rompe ese acostumbramiento para mostrarme nuevas opciones. No por nada Jaspers (2006) decía que las situaciones límite pueden sacar lo mejor  de  una  persona,  hacerla  más  consciente  de  sus  posibilidades,  y  esto  por  lo  radicalmente  distinto  de  la  circunstancia,  donde  se  revelan  oportunidades  que  así  nomás  no  se  logran  vislumbrar,  incluso  en  medio  del sufrimiento. Entonces reflexiono y me cuestiono: ¿cómo dirigir mi mirada hacia el mundo?, ¿cuál es el acto necesario, la elección justa o con más sentido?

EL MARGEN DE LIBERTAD

De  pronto  noto  esta  consciencia  de  mis  propias  posibilidades  gracias  a  la  angustia  que  he  venido  sintiendo,  al  anuncio  de  que  soy  libre  para  dirigir  mi  vista  hacia  donde  yo  elija,  asumiendo  el  riesgo  de  salir de la costumbre y dejar de ser la misma versión quejumbrosa y preocupada de mí. ¿Qué significa esto? ¿Qué  hay  en  este  acto  de  trascenderme  y  ver  lo  que  hay  más  allá  de  mi  propia  mente?  Y  pueda  ser  que  aquellas  cosas  que  aún  quedan  sea  que  felizmente  quedan,  como  para  redimensionar  mi  malestar,  pues  hay mucha gente que atraviesa con esta cuarentena una situación  más  adversa.  Pero  solo  puedo  hablar  de  mi  experiencia,  de  mi  situación  que  es  únicamente  mía  pues ante ella es que he de dar respuesta. Y creo que la respuesta puede venir de la mano de mi actitud para con el mundo, para con los otros, para con todo lo que está  ahí  afuera  en  mi  propia  vida  a  la  espera  de  que  me  decida  a  abrirme  y  dejarme  tocar.  ¿Habrá  algún  riesgo?  Creo  que  sin  duda  lo  hay,  pues  mirar  hacia  el  mundo  me  invita  a  apropiarme  de  mi  momento,  me  mueve  a  ocuparme  de  lo  realmente  importante  con  la  convicción  de  que  depende  de    encontrarle  o  no  sentido  a  esta  cuarentena,  a  este  encierro  donde  se mantiene mi libertad intacta para decidir la actitud con  la  cual  enfrentar  esto.  Al  respecto  recuerdo  a  Max Scheler (1957) y esta idea de que el ser humano está abierto a la trascendencia, porque como humano hace  de  la  naturaleza  su  objeto  y  tiene  la  posibilidad  de  abrirse  o  cerrarse  al  mundo,  a  la  objetividad  de  la  existencia  donde  están  los  valores,  lo  importante  de  su  vida  que  se  halla  en  la  realización  de  acciones  basadas  en  actitudes  y  que  pueden  conferir  sentido  a  la  existencia.  Entonces  comprendo  que  estos  valores  no  están  en  mi  cabeza,  no  los  invento  ni  los  creo,  los  descubro  y  los  realizo,  los  capto  en  una  especie  de   percepción   afectiva   (Martínez,   2011),   ya   que   ciertamente  el  sentimiento  tiene  un  papel  crucial  en  mi  relación  con  lo  importante  de  mi  vida,  en  aquello  que  me  mueve  hacia  eso  valioso.  Pero  para  que  dote  de sentido al momento ha de haber una participación activa de mi parte, una realización que deriva de una decisión,  es  decir,  una  acción  en  el  mundo  que  es  elegida. Decía Viktor Frankl (2007) que el sentido en la vida no es algo que pueda ser creado o inventado, algo que parta exclusivamente de la mente, sino descubierto y  realizado  en  el  mundo,  en  una  inescindible  unidad  entre  subjetividad  y  objetividad,  superando  cualquier  psicologismo y cualquier objetivismo. Entonces estos valores  están  depositados  en  esa  suerte  de  afuera, y  me  es  necesario  ir  más  allá  de    en  una  acción  autotrascendente hacia su encuentro.

LO QUE PUEDO DAR

Decía    Frankl    que    estos    valores    podemos    encontrarlos y realizarlos en tres formas o a través de tres caminos (Frankl, 2004), y ver de qué forma están presentes  aunque  invisibles  para    en  mi  vida  en  este momento y con esta circunstancia de cuarentena, pues como he reflexionado líneas arriba, una situación inusual me puede mostrar posibilidades que así nomás no se muestran o que así nomás no logro ver, por así decirlo,  en  el  día  a  día  común  y  corriente.  En  cierta  forma Frankl solía hablar de una Gestalt de sentido, de un  emerger  de  algo  importante  que  se  muestra  como  posibilidad  y  resalta  del  fondo  de  la  existencia  y  se  me  revela  para  así  elegir  o  no  realizarlo.  El  primer  camino  que  propone  Frankl  es  a  través  de  lo  que  la  persona  puede  dar  a  mundo,  en  una  tarea,  en  una  labor,  principalmente  en  el  trabajo  (Frankl,  2004),  a  lo  que  llamó  valores  de  creación.  En  este  sentido  me  pregunto:  ¿qué  posibilidades  se  me  presentan  en  esta  situación  límite  que  tengan  que  ver  con  aportar  algo  al  mundo?  Frankl  habla  de  una  experiencia  de  valor  en  la  medida  en  que  esta  tarea  es  realizada  como  una  misión  personal,  como  algo  en  lo  cual  me  puedo comprometer y vivir de una manera apasionada como decía Kierkegaard (1984). Pero no solo está mi trabajo, sino mi trabajo en este contexto de pandemia y  cuarentena,  porque  si  ya  de  por    representa  la  posibilidad de realizar algo valioso, ¿qué posibilidades se  me  abren  ahora?,  ¿qué  otras  oportunidades  puedo  encontrar  a  pesar  de  la  situación  límite?  Pero  en  mi  reflexión voy más allá y me pregunto si acaso no es gracias  a  esta  circunstancia  que  puedo  vislumbrar nuevas  e  inusuales  posibilidades  de  realización,  más  que  a  pesar  de  ella.  Nuevamente  me  noto  decisivo,  pues depende de mí la actitud con la cual voy a dar ese giro  en  mi  perspectiva  para  así  poder  reconocer  con  gratitud toda esta situación. Ir más allá de la queja, ir más allá de la preocupación, ir más allá de mi mente inmanente,  son  de  por    ya  elecciones  complicadas  que requieren de mí una renuncia a lo que ya conozco y  una  actitud  que  me  lleva  a  ser  una  versión  distinta  de mí. ¿No es acaso el reto más grande reconocer mi ser posible gracias a la cuarentena? Agradecer a lo que me frustra, a lo que no es como yo quisiera, a lo que me ha quitado muchas cosas valiosas incluso al punto de  sentir  que  pierdo  libertad.  Pero  en  mi  reflexión encuentro  que  si  puedo  vislumbrar  posibilidades  de  valor en esta circunstancia adversa es inevitablemente gracias a ella, lo cual me confronta con aquel a pesar de  desde  el  cual  me  siento  en  una  lucha  amarga  contra lo que es. Entonces, ¿Qué hay en relación a mi trabajo y que no realizo así nomás en la cotidianidad del  día  a  día  común  y  corriente?  Es  decir,  ¿qué  posibilidades me muestra el límite, lo inusual, lo que sale precisamente de lo cotidiano, revolcándome como una  ola?  Sin  duda  esto  me  demanda  una  respuesta.  Aquí  viene  de  nuevo  a  mi  mente  Frankl  (Salomón  y  Díaz  del  Castillo,  2019)  diciendo  que  es  en  vano  esperar algo de la vida, cuando es la vida la que espera algo  de  mí.  Este  giro,  este  cambio  de  actitud  que  es  una  profunda  elección  personal,  tendría  que  ver  con  lograr esta visión de valores, de posibilidades de algo importante, incluso verme a mismo como posibilidad, lo que implica verme y ver al mundo de forma distinta. ¿Qué está a mi alcance hacer? Parece ser la pregunta, mientras reflexiono sobre aquellas cosas relacionadas a mi trabajo que he dejado de hacer o que han venido permaneciendo postergadas, de alguna forma como un no arriesgarme a algo nuevo. ¿Pero esto acaso no tiene que  ver  con  la  creatividad?,  ya  que  Frankl  habla  de  valores de creación, y entre la angustia y la creatividad hay  una  relación  directa  (May,  2000).  Quizá  la  crisis  brinde  esas  posibilidades,  como  un  misterio    a  ser  develado en sus posibilidades de valor. Por eso Frankl (2007)  habla  de  descubrir  el  sentido  y  no  inventarlo,  ya  que  aunque  mi  creatividad  tenga  que  ver  con  mi  mente, sé bien que nada podría realizar solo dentro de mi cabeza, pues todo lo que pueda realizar se da en una inseparable unidad con el mundo, en la realización de situaciones  concretas.  ¿Cuáles  son  esas  situaciones?  Empiezan a surgirme cada vez más preguntas que me confrontan y me mueven: ¿Qué es lo que aún no realizo y la situación actual me puede permitir realizar? ¿Qué hay respecto a mi misión personal que no he empezado aún? Mi trabajo no se puede reducir a lo que hasta ahora vengo haciendo, pues siempre existe la potencialidad, aquello  que  puede  ser  desarrollado,  innovado,  pero  que  requiere  de  la  creatividad  para  ir  más  allá  de  lo  que  ya  hago  y  me  mantiene  cómodo.  ¿Y  qué  hay  de  lo  que  ya  realizo,  pero  podría  estar  mejor?  ¿En  esta  circunstancia  puedo  contribuir  con  la  comunidad  de  alguna  manera  más  allá  de  mi  trabajo?  Decía  Frankl  (2013) que una característica de la condición humana es estar orientado hacia algo o alguien distinto de mí mismo, y que toda tarea siempre implica en mayor o menor medida a la comunidad. Es el sentido de ser con los demás, que también se convierte en un ser para los demás. Toda esta visión de los otros queda velada por la inmanencia. Pero esta inmanencia es una actitud, una elección  que  realizo  automáticamente,  porque  puedo  elegir abrirme al mundo y dirigir mi mirada hacia los que están ahí en mi vida de alguna manera. Ese es el sentido  profundo  de  la  responsabilidad  personal,  que  no puedo culpar a mi instinto o a mis impulsos o a mis aprendizajes  y  automatismos  por  mis  decisiones,  por  las actitudes que tengo. En toda esta situación adversa de  una  cuarentena  que  cada  vez  se  extiende  más  y  se  me  muestra  más  incierta,  tengo  la  oportunidad  de  contribuir en lo que sería un acto de autotrascendencia (Frankl, 2007).El tiempo es un factor clave, pues es algo que mi circunstancia me invita a ver. El tiempo ha cambiado en   términos   económicos,   y   noto   que   he   venido   viviéndolo  en  la  queja  y  la  preocupación.  Salir  de  la  inmanencia me mueve a encontrarme de cara con ese tiempo que de alguna forma se convierte en un espacio para la creación, para lo distinto, para ver de qué forma puedo comprometerme más con mi tarea.

LO QUE PUEDO RECIBIR

Realmente el tiempo se me presenta como la base de mis posibilidades, ya que me brinda la oportunidad de  realizar  también  el  segundo  camino  del  que  habla  el  psiquiatra  austriaco  y  que  tiene  que  ver  con  los  vínculos,  con  el  amor  en  las  relaciones  con  otras  personas,  en  recibir  sin  ningún  mérito  el  afecto  de  alguien  más.  A  este  camino  Frankl  llama  valores  de  experiencia  (Frankl,  2003)  y  me  pregunto  si  acaso  encontrar  esos  valores  tiene  que  ver  con  la  actitud  de  ver  más  allá  de  mí,  con  disponerme  al  mundo  abriéndome  al  encuentro  de  quienes  están  conmigo  ahora, junto a mí en esta situación, de alguna manera compartiéndola,  que  en  un  inicio  estaban  al  menos  y  que ahora pueden estar felizmente en la medida en que puedo  contemplarlos,  que  logro  verlos  presentes  en  esta  acción  autotrascendente  en  la  que  miro  más  allá  de    mismo.  Noto  que  voy  dejando  de  enfrascarme  en  mis  lamentos  mirando  la  calle  vacía  para  voltear  y  mirar  hacia  adentro  de  la  casa,  mientras  mi  vista  busca  a  aquellos  seres  con  quienes  en  el  vínculo  puedo  encontrar  algo  muy  valioso  que  sin  duda  dote  a mi vida de más sentido, o que aporte sentido a esta cuarentena.  Cada  vez  me  siento  en  un  papel  más  protagónico, como ubicándome en aquel puesto en el cosmos del que habla el maestro Scheler (1957) y cada vez distingo con más claridad cuan libre soy, aunque sea en medio de esta situación en la que también siento que he perdido libertad. Entonces, ¿qué está a mi alcance hacer respecto a mis vínculos? Y me decido a hurgar en mi sentir para así dar con aquello que de pronto puedo realizar en la relación  con  estas  personas  que  comparten  tiempo  y  espacio conmigo. Precisamente el tiempo y el espacio es algo que se revela importante en la cuarentena, como una  invitación  a  darle  una  mirada  y  captar  ese  valor  que  de  pronto  gracias  a  quedarnos  en  casa  podemos  vislumbrar.  Y  me  es  necesario  buscar  en  mi  sentir  porque son mis emociones las que me pueden revelar todo lo importante de mi vida, en este sentido, de mis vínculos,  junto  a  las  personas  que  me  acompañan  y  que venía dejando de percibir afectivamente por estar tan  ensimismado.  ¿Qué  siento  mientras  me  pregunto  por mis posibilidades de realización de valores con mi familia?, que son las personas más próximas, las que están junto a mí. Precisamente este estar junto a ellos es  lo  que  Frankl  (2007)  llama  “el  carácter  espiritual  del  ser  humano”  pues  es  el  único  ser  capaz  de  poder  estar  uno  junto  al  otro,  porque  justamente  puede  captar  la  presencia  de  un  otro,  de  un  alguien  con  el  cual poder ser, con el cual poder compartir existencia. He  de  aprovechar  entonces  esta  condición  humana,  esta posibilidad de ser juntos, y pienso en Max Scheler (2001) y la idea de que es el amor aquel movimiento que me abre a los valores, que me permite ver más allá de mis preocupaciones hasta alcanzar al ser amado, a aquel  ser  que  se  me  presenta  amable,  y  hacia  quien  la intencionalidad de mi consciencia tiende. Entonces me  surge  la  inquietud  fundamental  de  revisar  cómo  están  mis  vínculos,  cómo  está  mi  comunicación  con  estas  personas  con  las  cuales  puedo  estar  junto  a,  y  reflexiono  sobre  tres  cuestiones  fundamentales  de una  comunicación  auténtica  (Salomón,  2019):  decir,  pedir y preguntar. En este constante diálogo conmigo mismo  que  se  torna  necesario  y  que  es  precisamente  un  diálogo  y  no  un  monólogo  (Frankl,  2007)  es  que  me confronto con qué tanto digo, qué tanto pido, qué tanto pregunto y también qué tanto escucho, en sí, qué tanto me comunico auténticamente, qué tanto me abro al  encuentro  del  otro.  Quizá  este  tiempo  y  espacio  juntos   me   brinde   la   posibilidad   para   permitirme   echarle una mirada a la otra persona y a cómo la veo, cómo  la  percibo,  ya  que  mi  disposición  hacia  ella  radica en qué tanto la defino o si la veo como un ser posible,  como  Martin  Buber  diría,  confirmándola  en su  aquí  y  ahora  en  sus  posibilidades  (Buber,  1979).  Y  todo  es  una  multiplicidad  de  posibilidades,  yo,  el  otro,  la  relación  misma.  ¿Qué  tanto  me  atrevo  a  quedarme a la intemperie con quienes están a mi lado? Quizá  incluso  el  techo  que  uso  para  protegerme  sea  en  parte  esta  actitud  de  queja,  de  lamento  estancado,  de  preocupación  e  inmanencia,  ya  que  así  me  pierdo  de  todo  lo  que  la  circunstancia  me  puede  otorgar  como   potencia,   intentando   no   estar   frente   a   mis   posibilidades. Pero la apertura no solo implica ver más al otro sino también dejarme ver. ¿Hay algún riesgo en esto? Desde luego que lo hay, pues en la inmanencia no  alcanzo  a  ver  al  otro  pero  tampoco  me  dejo  ver,  mostrando  una  faceta  muy  reducida  de  mí,  dejando  guardados  muchos  aspectos  de  mi  personalidad,  que  permanecen inhibidos por la actitud dominante donde tiendo hacia mí mismo. Incluso puede que las demás personas me harten, me sature su presencia, me aburra con  tenerlas  aquí  tanto  tiempo,  porque  me  recuerdan  lo frustrado que estoy porque no puedo hacer mi vida normal,  y  por  supuesto  porque  tampoco  alcanzo  a  verlas en su unicidad y valor esencial – personal sino desde  una  mirada  sesgada  y  limitada.  Me  viene  una  sensación de querer estar solo mirando la calle vacía en el balcón. Sentirme así es algo legítimo pero quedarme así  es  algo  neurótico.  Pero  tengo  la  posibilidad  deautodistanciarme, de verme a mí mismo en situación como decía Frankl (2004) para así desde una distancia fecunda  poder  notar  mi  actitud  y  quizá  intuir  las  posibilidades de valor que se encuentran en un cambio de  dirección,  en  un  giro  hacia  el  mundo,  porque  es  en  el  mundo,  en  mi  vida,  donde  se  encuentran  los  valores,  no  dentro  de  mi  mente,  pues  siguiendo  a  Scheler  (2001)  estos  valores  son  objetivos  y  son  captados desde mi subjetividad de forma afectiva. Lo importante  de  mi  vida  se  deposita  en  situaciones,  en  vínculos, en tareas y siempre de su realización depende la vivencia del sentido, o de que todo aquello dote de sentido mi vida. Es en una acción concreta que realizo eso valioso, no basta con percibirlo, he de aperturarme a  ese  mundo  cargado  de  valor  pero  que  demanda  de    una  respuesta  a  mi  circunstancia,  y  esa  respuesta  tendría que ver con decidir dar el salto hacia lo nuevo que no he realizado aún con estas personas, con estas relaciones  tan  valiosas  que  me  esperan,  y  que  nadie  puede realizar por mí. También tengo la posibilidad de revisar con qué personas no me encuentro hace tiempo. Un  amigo  que  no  veo  hace  mucho  me  escribió  por  Facebook días atrás, saludándome y compartiéndome cómo  se  encuentran  él  y  su  familia  en  medio  de  este  aislamiento. Esto fue una invitación a que yo también le contara acerca de mí, de mi familia, de mi trabajo, y   conversamos   recordando   momentos.   Fue   una   grata  experiencia  donde  capté  y  realicé  valores  de  experiencia,  y  fue  además  una  invitación  a  sacar  mi  lista de vínculos olvidados, porque este tiempo que me es dado en la cuarentena puede servir para buscarlos, para religarnos y validar la amistad o el cariño a pesar de la distancia, o quizá más bien gracias a la distancia, o gracias a esta situación adversa, inmodificable, que de  alguna  manera  otorga  posibilidades  que  se  hacen  más  visibles,  como  vimos  líneas  arriba,  gracias  a  la  situación  inusual  que  representa  este  encierro.  Pero  además  de  mis  vínculos,  ¿de  qué  otras  formas  puedo  recibir del mundo algo valioso y que de alguna manera dote de sentido a esta situación de cuarentena? Porque los  valores  de  experiencia  de  los  que  habla  Frankl  no  solo  se  encuentran  en  las  relaciones  y  en  el  amor  sino  también  en  todo  aquello  que  puedo  recibir  del  mundo  y  que  puedo  captar  como  valioso  desde  mi  afectividad. Mientras escribo sentado en mi escritorio doy  vuelta  hacia  la  mampara  y  me  encuentro  con  el  atardecer,  que  desde  aquí  contemplo  hermoso.  ¿No  hay  acaso  en  este  momento  entre  el  atardecer  y  yo  la  posibilidad  de  encontrar  y  realizar  algo  valioso?  Pero esta contemplación requiere de una decisión, de un  acto  desde  mi  libre  voluntad,  no  solamente  es  un  girar  mi  cuerpo  para  ver  este  atardecer  sino  un  giro  existencial, una variación de mi actitud frente a aquello que se me presenta, y que tiene que ver con ese poder trascenderme, con ir más allá de mí mismo, pues toda situación está provista de la posibilidad de encontrarle sentido (Frankl, 2007). Viene a mi mente también todo aquello ante lo cual puedo emocionarme, como el arte, en  especial  la  música,  pues  recuerdo  que  tengo  un  órgano  que  no  utilizo  hace  buen  tiempo,  y  quizá  sea  motivo para desempolvarlo. Así, ¿cuántas cosas podría desempolvar   existencialmente?   ¿Acaso   este   giro   autotrascendente no tiene que ver con emocionarme?, si  la  emoción  es  el  correlato  subjetivo  de  lo  valioso  que  habita  mi  mundo,  aquello  importante  que  espera  por mí para ser realizado en acciones concretas.

EL SENTIDO DE LA ADVERSIDAD

Y el tercer camino que propone Frankl (2004) para hallar sentido tiene que ver con la actitud con la que se enfrenta el destino ineludible. Al respecto la cuarentena se me muestra como la situación límite que no puedo cambiar,  que  me  pide  una  respuesta,  y  todo  parte  de  una actitud de humildad ante la vida, que implica que renuncie a mis expectativas, a cómo quería yo que las cosas fueran. De por sí toda la experiencia que describo se  relaciona  a  esta  actitud,  el  giro  trascendente  es  precisamente  una  variación  de  mi  actitud,  ya  que  no  puedo modificar la situación pero tengo ese margen de libertad que me inquieta desde un inicio y que me señala que tengo la capacidad o posibilidad para elegir cómo voy a vivir lo que me toca vivir. Ya sé que quedándome en la queja no me hago cargo de mi situación, no me hago  responsable,  pues  de  alguna  forma  evito  ser  el  protagonista.  La  preocupación  y  la  postocupación  siguen  siendo  huidas,  escapes  de  la  realidad  que  me  confronta, pero he decidido algo distinto, he decidido mirar  más  allá  de  mí,  atravesando  el  sufrimiento  necesario,  aceptándome  en  mi  frustración  y  tristeza,  legitimándolas  como  parte  de  mi  experiencia  en  la  que  siento  que  pierdo  algo  valioso  que  no  se  llega  a  dar.  Solo  aceptándome,  acogiéndome,  es  que  puedo  realizar  el  movimiento  ocular,  la  vuelta  de  vista  que  está  movilizada  por  el  amor  hacia  lo  valioso  que  he  venido dejando pasar y que ahora se me muestra con más claridad, en lo que puedo realizar y que constituya un aporte a la comunidad a través de mi trabajo, de una tarea  que  pueda  constituir  como  misión,  así  como  en  la oportunidad que me ofrecen mis vínculos con otras personas  y  todo  lo  que  el  mundo  me  puede  ofrecer,  como un momento de música o un atardecer. Noto que al  asumir  esta  actitud  puedo  sentir  que  mi  vida  tiene  más sentido, que en la mañana cuando despierto siento que tiene sentido estar vivo, más que antes.

LA RESOLUCIÓN DE MI INQUIETUD

Es   entonces   esta   inquietud   la   que   me   trajo   hasta  aquí.  Esta  angustia  que  me  revela  que  es  mi  circunstancia  y  me  toca  decidir  la  actitud  con  la  que  voy  a  vivirla.  La  experiencia  no  solo  tiene  que  ver  con  lo  que  me  ocurre  desde  el  entorno  sino  también  con cómo la experimento, y esto tiene que ver con la inalienable libertad que me constituye. Por eso sé que la  angustia  no  es  solo  malestar  sino  el  vértigo  de  la  libertad  (Kierkegaard,  1984),  la  señal  inconfundible  de  que  me  encuentro  siempre  frente  a  posibilidades,  y no hay forma de eludir este tener que elegir casi sin quererlo incluso, o con el querer más fervoroso como expresión  de  mi  voluntad.  Lo  realmente  importante  no  está  en  mi  propia  mente  o  en  mi  propia  psique  (Frankl,  2007),  sino  que  desde  esa  mismidad  puedo  intencionarme hacia el mundo, en el verdadero acto de existir, de emerger hacia mis posibilidades para elegir alguna en un salto cualitativo (Kierkegaard, 1984), en asumir el riesgo de ser yo mismo y adueñarme de mi propia situación y de mi propia vida. Al final, si tomo la  pastilla  azul  o  la  roja,  depende  exclusivamente  de  mí.

 REFERENCIAS

  • Buber, M. (1979). Yo y Tú. Buenos Aires: Nueva Visión
  • Frankl, V. (2013). Psicoanálisis y existencialismo: De la Psicoterapia a la logoterapia. México: Fondo de Cultura Económica
  • Frankl,  V.  (2008).  Teoría  y  terapia  de  las  neurosis.  Iniciación a la logoterapia y al análisis existencial. Barcelona: Herder.
  • Frankl, V. (2007).  Logoterapia  y  análisis  existencial. Barcelona: Herder.
  • Frankl,  V.  (2004).  El  hombre  en  busca  de  sentido. Barcelona: Herder.
  • Frankl,  V.  (2003).  Psicoterapia  y  existencialismo.  Escritos  selectos  sobre  logoterapia.  Barcelona:  Herder.
  • Heidegger, M. (2009). Ser y tiempo. Madrid: Trotta
  • Jaspers,  K.  (2006).  La  filosofía.  México:  Fondo  de  Cultura Económica
  • Kierkegaard,  S.  (1984).  El  concepto  de  la  angustia. Madrid: Orbis
  • Martínez,  E.  (2011).  Los  modos  de  ser  inauténticos. Bogotá: Manual Moderno.
  • May,  R.  (2000).  El  Dilema  del  hombre.  Respuestas  a  los  problemas  del  amor  y  de  la  angustia. Barcelona: Gedisa.
  • Salomón,  A.,  Del  Castillo,  J.  (2019).  Encontrando  y  realizando sentido. Diálogo socrático y ejercicios vivenciales en logoterapia. México: LAG
  • Salomón,  A.  K.  (2019).  Logoterapia  para  parejas:  una   propuesta   antropológica,   metodológica   y   actitudinal. Avances en Psicología, 27(1), 35-47.
  • Salomón Paredes, A. (2017). La exploración axiológica en   psicoterapia:   la   logoterapia.   Avances   en   Psicología, 24(2), 123-133.
  • Scheler, M. (1957). El puesto del hombre en el cosmos. Buenos Aires: Losada.
  • Scheler,     M.     (2001).     Ética.     Nuevo     ensayo     fundamentación    de    un    personalismo    ético. Madrid: