Dr. José Martínez-Romero Gandos
A Coruña – Galicia
octubre de 2018
Como
consecuencia de las guerras que se desarrollan en gran parte de África y
Oriente Medio y Cercano estamos frente a una masiva huida de hombres, mujeres y
niños que buscan refugio en los países europeos como asilados. Muchos mueren en
el intento y miles permanecen bloqueados a las puertas de Europa.
Los
retos para asistir en las necesidades y demandas de los diferentes colectivos
de asilados que llegan a Europa en el siglo XXI no son pocos. Obligan a la
asistencia, cobijo y protección. Los gobiernos e instituciones elaboran planes
de asistencia que no siempre se ajustan a las necesidades de millares de
personas asiladas. No es una tarea fácil por muchos motivos pero,
especialmente, por las grandes diferencias culturales que obligan a la práctica
de la Mediación Intercultural aplicada en el conocimiento y la especial
configuración de estas personas.
Vivimos
en comunidades donde la esperanza es que se manifieste la coexistencia y que
ésta se presente como una relación yo-tú con un innegable carácter dialógico.
Diálogo que para lograr su autenticidad debe llegar a la dimensión del sentido
co-participado de los integrantes superando los condicionamientos sociales que
distorsionan la comunicación y manifestando el respeto por la condición de
Persona en sus valores más esenciales, manifestados por cada uno de una manera
única y singular. Cuanto más amplio sea ese sentido dialógico y menos racional
más respuestas existenciales encontrarán cada uno de los integrantes, ya sea a
la luz de la conciencia o ante la posibilidad de una relación interpersonal
amplia.
Este
“suprasentido” conciente o trascendente encuentra su mejor expresión si la
relación interpersonal no se limita a un mero intercambio de símbolos y signos
protocolares. En el encuentro con el otro, el “suprasentido” (capacidad y
posibilidad de proyectarnos más allá de la inmediatez de lo cotidiano) se
construye mediante la reciprocidad de la relación de afecto, aceptación o
solidaridad sin condiciones. Y esto no puede realizarse fuera de un grupo donde
el hombre no puede dejar de “pertenecer”.
Trataré
de explicar aquí porqué un instrumento técnico como la participación en grupos
(dinámica grupal) puede cumplir, satisfactoriamente, con ambos propósitos.
Las
investigaciones, publicaciones y comunicaciones acerca de la práctica grupal se
multiplican en el mundo científico, con especial énfasis en los países del área
iberoamericana. Trabajar en la mediación intercultural es una oportunidad
magnífica para contribuir a su desarrollo y encontrar posibilidades de
aplicación en una práctica con fundamento y creatividad.
Los
científicos que aplican la dinámica grupal para la atención de personas en los
diversos ámbitos de su profesión afirman que muy pronto se tendrá que
justificar porqué, en muchas circunstancias, se utilizan entrevistas
individuales, de escaso tiempo de dedicación, con poca información y menor
participación de las personas que acuden a ellas y no se utiliza la dinámica
grupal.
Permítanme
algunas consideraciones teóricas antes de concretar los retos a los que nos
enfrentamos.
Quien
conozca los pormenores de esta dinámica grupal y tenga capacidad de análisis de
la situación podrá aceptar que esta relación “dialógica” entre personas de un
grupo no es posible, en su realización plena, sin que se produzca una
“trascendencia recíproca”. Veremos este concepto un poco más por lo menudo.
Muchas personas y no pocos técnicos insisten
en que ésta actividad grupal no deja de constituir una “reunión catártica” de
personas con conflictos que solamente ejercen esta función de descarga y luego
permanecen en igual situación. En nuestra experiencia de muchos años de
inmersión en la actividad de los grupos hemos podido comprobar como resultan
inmensamente útiles en las circunstancias en las que las personas atraviesan
una situación de crisis, de angustia o de conflicto, desarrollándose una
actividad de “trascendencia recíproca”, es decir, de paulatino y concreto
compromiso mutuo.
Lo
importante de esta actividad se manifiesta a través de una actividad que
denominamos de “encuentro”. Cuando este “encuentro” es comunitario la
“trascendentalidad recíproca” es mucho más importante que la que pueda
establecer una sola persona con otra. La persona produce su propia actividad
trascendente que prepara la recíproca. Pero ambas se complementan y
potencializan en una actividad grupal comprometida.
No
es fácil sostener encuentros grupales en los que se produzcan estos “encuentros
trascendentes”. Los instrumentos principales para ello son la comunicación, el
reconocimiento mutuo, la afirmación de la identidad, la autenticidad, la
apelación al otro y el cuidado mutuo.
Imaginemos
una situación de intervención mediante la mediación intercultural y ubiquémonos
en dos contextos diferentes: un contexto de encuentro individual con la persona
asistida y otro en el que participemos de un grupo. Los mismos instrumentos
utilizados desde siempre en las entrevistas individuales cobran una dimensión
especial y promueven la manifestación de conductas, conceptos, ideas o relatos
permiten una mayor participación de unos y otros. Para alguno de los
integrantes es difícil la comunicación. Aparecerá algún otro que apelará a su
comprensión. Podrá manifestarse reacio y hasta inauténtico. Si nadie olvidó la
principal herramienta “cuidado mutuo” aparecerá una mayor autenticidad y una
afirmación de la identidad de cada uno de los integrantes.
¿Se
producirá esto tan rápida y espontáneamente?
Cuando
nos proponemos sostener en un grupo esta trascendentalidad recíproca es
necesario iniciar la relación mediante la propuesta de compromiso y utilización
de algunas herramientas fundamentales de la dinámica grupal. Más adelante
describiremos algunas de estas herramientas.
En
los grupos más superficiales este compromiso puede ser poco duradero y no
alcanzar para la relación de verdadero encuentro y trascendencia. A pesar de
ello, en determinadas circunstancias, pueden transformarse en grupos de
encuentro duradero. Encontramos un ejemplo si consideramos un grupo de
excursión o un encuentro de atracción sexual. La alianza superficial deberá
culminar en un compromiso duradero. En el caso de la excursión en la
constitución de un grupo verdadero de personas amigas y en el caso del
encuentro de atracción sexual en un compromiso que se plasma en el amor de
pareja.
El
compromiso da lugar a una relación con sentido transpersonal. Supone confianza,
fidelidad y esperanza. Es capaz de iluminar y animar en los momentos difíciles.
Sus modelos clásicos son el matrimonio, el equipo de trabajo, la comunidad
religiosa o el grupo de amigos.
Como
lo afirman todas las escuelas psicológicas, nada de esto es posible sin una
buena comunicación. No es el lugar aquí de explicar este concepto clásico. Pero
recordemos que nadie puede no comunicarse y que los grupos humanos son
inevitables. La comunicación debe contribuir a permitir la relación yo-tú que
debe transformarse en “nosotros”.
La
queja, habitual en los grupos y especialmente los que necesitan de mayor
comprensión y asistencia, es la apreciación clara de una comunicación sin
sentido trascendente. Apenas llegan a ser auto-referenciales. No ponen en
marcha la acción de los valores de creatividad. Evitan que surjan comentarios
acerca de sufrimientos genuinos, no permiten la participación de los valores de
actitud. Se vivencia solamente lo negativo. Se pone en marcha el círculo
vicioso que reclama desde la queja la atención egocéntrica o la mera descarga
catártica.
Para
salir de la queja es necesario que el grupo “apele” al integrante quejoso a que
ponga en marcha su capacidad de auto-distanciamiento, su capacidad de ir al
encuentro del otro, la posibilidad de transformar el sufrimiento en sentido de
ayuda al otro, especialmente a partir de la experiencia de los propios dolores,
penas y frustraciones.
Siendo
así constituimos una relación de compromiso entre los integrantes de los grupos
en los que participamos y lo manifestamos como un encuentro humano, como una
tarea de servicio en el que asistimos en el cuidado ofreciendo la propia
experiencia, creatividad, razón y voluntad de sentido. Todo esto aderezado de
mucha Esperanza. Y, como no, de algunas técnicas.
No
es fácil acompañar al hombre del tercer milenio, luego que en la centuria
anterior estuvieran en peligro referencias tradicionales y aparecieran crisis
existenciales ante el vacío de la sociedad contemporánea. Mucho más si nos
dedicamos a un colectivo tan especial como el colectivo inmigrante. Debemos
constituirnos en especialistas en aceptar esa crisis propia del que emigra, el
vacío existencial que produce el choque con la cultura de acogida, las
frivolidades de los trámites administrativos ante la vivencia de la catástrofe
personal, la inutilidad de la ayuda automática sin la promoción del trabajo y
la superficialidad de los medios con que contamos para comunicarnos
debidamente. Lograr vivir con todo esto no es fácil para el inmigrante y ayudar
a su transformación no es tarea sencilla ni aparecerá en aquellos que no toman
este trabajo comprometidamente y con vocación de servicio.
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