Dr. Frankl y Dr. Martínez-Romero en Caracas 1985

lunes, 15 de octubre de 2018

ENCUENTRO, DIALOGO Y COMUNICACIÓN EN LA RECEPCIÓN DE PERSONAS QUE HUYEN DE LA GUERRA Y PIDEN ASILO EN EUROPA.



Dr. José Martínez-Romero Gandos
A Coruña – Galicia
octubre de 2018


Como consecuencia de las guerras que se desarrollan en gran parte de África y Oriente Medio y Cercano estamos frente a una masiva huida de hombres, mujeres y niños que buscan refugio en los países europeos como asilados. Muchos mueren en el intento y miles permanecen bloqueados a las puertas de Europa.

Los retos para asistir en las necesidades y demandas de los diferentes colectivos de asilados que llegan a Europa en el siglo XXI no son pocos. Obligan a la asistencia, cobijo y protección. Los gobiernos e instituciones elaboran planes de asistencia que no siempre se ajustan a las necesidades de millares de personas asiladas. No es una tarea fácil por muchos motivos pero, especialmente, por las grandes diferencias culturales que obligan a la práctica de la Mediación Intercultural aplicada en el conocimiento y la especial configuración de estas personas.


Vivimos en comunidades donde la esperanza es que se manifieste la coexistencia y que ésta se presente como una relación yo-tú con un innegable carácter dialógico. Diálogo que para lograr su autenticidad debe llegar a la dimensión del sentido co-participado de los integrantes superando los condicionamientos sociales que distorsionan la comunicación y manifestando el respeto por la condición de Persona en sus valores más esenciales, manifestados por cada uno de una manera única y singular. Cuanto más amplio sea ese sentido dialógico y menos racional más respuestas existenciales encontrarán cada uno de los integrantes, ya sea a la luz de la conciencia o ante la posibilidad de una relación interpersonal amplia.

Este “suprasentido” conciente o trascendente encuentra su mejor expresión si la relación interpersonal no se limita a un mero intercambio de símbolos y signos protocolares. En el encuentro con el otro, el “suprasentido” (capacidad y posibilidad de proyectarnos más allá de la inmediatez de lo cotidiano) se construye mediante la reciprocidad de la relación de afecto, aceptación o solidaridad sin condiciones. Y esto no puede realizarse fuera de un grupo donde el hombre no puede dejar de “pertenecer”.

Trataré de explicar aquí porqué un instrumento técnico como la participación en grupos (dinámica grupal) puede cumplir, satisfactoriamente, con ambos propósitos.
Las investigaciones, publicaciones y comunicaciones acerca de la práctica grupal se multiplican en el mundo científico, con especial énfasis en los países del área iberoamericana. Trabajar en la mediación intercultural es una oportunidad magnífica para contribuir a su desarrollo y encontrar posibilidades de aplicación en una práctica con fundamento y creatividad.

Los científicos que aplican la dinámica grupal para la atención de personas en los diversos ámbitos de su profesión afirman que muy pronto se tendrá que justificar porqué, en muchas circunstancias, se utilizan entrevistas individuales, de escaso tiempo de dedicación, con poca información y menor participación de las personas que acuden a ellas y no se utiliza la dinámica grupal.
Permítanme algunas consideraciones teóricas antes de concretar los retos a los que nos enfrentamos.
Quien conozca los pormenores de esta dinámica grupal y tenga capacidad de análisis de la situación podrá aceptar que esta relación “dialógica” entre personas de un grupo no es posible, en su realización plena, sin que se produzca una “trascendencia recíproca”. Veremos este concepto un poco más por lo menudo.


 Muchas personas y no pocos técnicos insisten en que ésta actividad grupal no deja de constituir una “reunión catártica” de personas con conflictos que solamente ejercen esta función de descarga y luego permanecen en igual situación. En nuestra experiencia de muchos años de inmersión en la actividad de los grupos hemos podido comprobar como resultan inmensamente útiles en las circunstancias en las que las personas atraviesan una situación de crisis, de angustia o de conflicto, desarrollándose una actividad de “trascendencia recíproca”, es decir, de paulatino y concreto compromiso mutuo.

Lo importante de esta actividad se manifiesta a través de una actividad que denominamos de “encuentro”. Cuando este “encuentro” es comunitario la “trascendentalidad recíproca” es mucho más importante que la que pueda establecer una sola persona con otra. La persona produce su propia actividad trascendente que prepara la recíproca. Pero ambas se complementan y potencializan en una actividad grupal comprometida.

No es fácil sostener encuentros grupales en los que se produzcan estos “encuentros trascendentes”. Los instrumentos principales para ello son la comunicación, el reconocimiento mutuo, la afirmación de la identidad, la autenticidad, la apelación al otro y el cuidado mutuo.

Imaginemos una situación de intervención mediante la mediación intercultural y ubiquémonos en dos contextos diferentes: un contexto de encuentro individual con la persona asistida y otro en el que participemos de un grupo. Los mismos instrumentos utilizados desde siempre en las entrevistas individuales cobran una dimensión especial y promueven la manifestación de conductas, conceptos, ideas o relatos permiten una mayor participación de unos y otros. Para alguno de los integrantes es difícil la comunicación. Aparecerá algún otro que apelará a su comprensión. Podrá manifestarse reacio y hasta inauténtico. Si nadie olvidó la principal herramienta “cuidado mutuo” aparecerá una mayor autenticidad y una afirmación de la identidad de cada uno de los integrantes.
¿Se producirá esto tan rápida y espontáneamente?


Cuando nos proponemos sostener en un grupo esta trascendentalidad recíproca es necesario iniciar la relación mediante la propuesta de compromiso y utilización de algunas herramientas fundamentales de la dinámica grupal. Más adelante describiremos algunas de estas herramientas.

En los grupos más superficiales este compromiso puede ser poco duradero y no alcanzar para la relación de verdadero encuentro y trascendencia. A pesar de ello, en determinadas circunstancias, pueden transformarse en grupos de encuentro duradero. Encontramos un ejemplo si consideramos un grupo de excursión o un encuentro de atracción sexual. La alianza superficial deberá culminar en un compromiso duradero. En el caso de la excursión en la constitución de un grupo verdadero de personas amigas y en el caso del encuentro de atracción sexual en un compromiso que se plasma en el amor de pareja.

El compromiso da lugar a una relación con sentido transpersonal. Supone confianza, fidelidad y esperanza. Es capaz de iluminar y animar en los momentos difíciles. Sus modelos clásicos son el matrimonio, el equipo de trabajo, la comunidad religiosa o el grupo de amigos.

Como lo afirman todas las escuelas psicológicas, nada de esto es posible sin una buena comunicación. No es el lugar aquí de explicar este concepto clásico. Pero recordemos que nadie puede no comunicarse y que los grupos humanos son inevitables. La comunicación debe contribuir a permitir la relación yo-tú que debe transformarse en “nosotros”.

La queja, habitual en los grupos y especialmente los que necesitan de mayor comprensión y asistencia, es la apreciación clara de una comunicación sin sentido trascendente. Apenas llegan a ser auto-referenciales. No ponen en marcha la acción de los valores de creatividad. Evitan que surjan comentarios acerca de sufrimientos genuinos, no permiten la participación de los valores de actitud. Se vivencia solamente lo negativo. Se pone en marcha el círculo vicioso que reclama desde la queja la atención egocéntrica o la mera descarga catártica.

Para salir de la queja es necesario que el grupo “apele” al integrante quejoso a que ponga en marcha su capacidad de auto-distanciamiento, su capacidad de ir al encuentro del otro, la posibilidad de transformar el sufrimiento en sentido de ayuda al otro, especialmente a partir de la experiencia de los propios dolores, penas y frustraciones.

Siendo así constituimos una relación de compromiso entre los integrantes de los grupos en los que participamos y lo manifestamos como un encuentro humano, como una tarea de servicio en el que asistimos en el cuidado ofreciendo la propia experiencia, creatividad, razón y voluntad de sentido. Todo esto aderezado de mucha Esperanza. Y, como no, de algunas técnicas.

No es fácil acompañar al hombre del tercer milenio, luego que en la centuria anterior estuvieran en peligro referencias tradicionales y aparecieran crisis existenciales ante el vacío de la sociedad contemporánea. Mucho más si nos dedicamos a un colectivo tan especial como el colectivo inmigrante. Debemos constituirnos en especialistas en aceptar esa crisis propia del que emigra, el vacío existencial que produce el choque con la cultura de acogida, las frivolidades de los trámites administrativos ante la vivencia de la catástrofe personal, la inutilidad de la ayuda automática sin la promoción del trabajo y la superficialidad de los medios con que contamos para comunicarnos debidamente. Lograr vivir con todo esto no es fácil para el inmigrante y ayudar a su transformación no es tarea sencilla ni aparecerá en aquellos que no toman este trabajo comprometidamente y con vocación de servicio.

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