Les
presentamos un cuento escrito por Franz Kafka en su versión castellana y un
video ilustrado (en inglés) que nos permitirá acercarnos a este genial
escritor. Consideramos que su contenido tiene una intensa connotación
existencial. El video presentado, The Guardian, es una interpretación libre de la parábola
"Ante la Ley" del libro de Kafka “La Prueba”. Un campesino,
después de viajes por el mundo, llega
delante de una puerta, controlada por un Guarda temible. El campesino trata de
pasar pero el Guarda lo niega la entrada.
El
texto de Kafka nos presenta el absurdo de una burocracia intransigente que no
permite al hombre acercarse a la Ley. El personaje central, un campesino, pide
ganar la entrada en la ley. Pero el portero dice que no le puede permitir la
entrada en ese momento. ¿Cuándo, entonces? ¿Más tarde? Puede ser. Pero no
ahora. El hombre lucha contra ello para conseguir entrar en ella pero no lo
consigue hasta el momento final de su vida. Una paradoja que nos deja abierta
la discusión acerca de la Verdad más allá de la muerte. El campesino y el
Guarda son el mismo personaje, el campesino, como cada uno de nosotros, delante
de su propio miedo; el guarda, algo desdibujado, que lo rodea y controla no permitiéndole ser él mismo, libre de elegir su camino y destino; la puerta las posibilidades que encontramos durante nuestra vida.
(VER VIDEO MÁS ABAJO)
Ante
la ley
[Cuento
- Texto completo.]
Franz
Kafka
Ante
la ley hay un guardián. Un campesino se presenta frente a este guardián, y
solicita que le permita entrar en la Ley. Pero el guardián contesta que por
ahora no puede dejarlo entrar. El hombre reflexiona y pregunta si más tarde lo
dejarán entrar.
-Tal
vez -dice el centinela- pero no por ahora.
La
puerta que da a la Ley está abierta, como de costumbre; cuando el guardián se
hace a un lado, el hombre se inclina para espiar. El guardián lo ve, se sonríe
y le dice:
-Si
tu deseo es tan grande haz la prueba de entrar a pesar de mi prohibición. Pero
recuerda que soy poderoso. Y sólo soy el último de los guardianes. Entre salón
y salón también hay guardianes, cada uno más poderoso que el otro. Ya el tercer
guardián es tan terrible que no puedo mirarlo siquiera.
El
campesino no había previsto estas dificultades; la Ley debería ser siempre
accesible para todos, piensa, pero al fijarse en el guardián, con su abrigo de
pieles, su nariz grande y aguileña, su barba negra de tártaro, rala y negra,
decide que le conviene más esperar. El guardián le da un escabel y le permite
sentarse a un costado de la puerta.
Allí
espera días y años. Intenta infinitas veces entrar y fatiga al guardián con sus
súplicas. Con frecuencia el guardián conversa brevemente con él, le hace preguntas
sobre su país y sobre muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como
las de los grandes señores, y, finalmente siempre le repite que no puede
dejarlo entrar. El hombre, que se ha provisto de muchas cosas para el viaje,
sacrifica todo, por valioso que sea, para sobornar al guardián. Este acepta
todo, en efecto, pero le dice:
-Lo
acepto para que no creas que has omitido ningún esfuerzo.
Durante
esos largos años, el hombre observa casi continuamente al guardián: se olvida
de los otros y le parece que éste es el único obstáculo que lo separa de la
Ley. Maldice su mala suerte, durante los primeros años audazmente y en voz
alta; más tarde, a medida que envejece, sólo murmura para sí. Retorna a la
infancia, y como en su cuidadosa y larga contemplación del guardián ha llegado
a conocer hasta las pulgas de su cuello de piel, también suplica a las pulgas
que lo ayuden y convenzan al guardián. Finalmente, su vista se debilita, y ya
no sabe si realmente hay menos luz, o si sólo lo engañan sus ojos. Pero en
medio de la oscuridad distingue un resplandor, que surge inextinguible de la
puerta de la Ley. Ya le queda poco tiempo de vida. Antes de morir, todas las
experiencias de esos largos años se confunden en su mente en una sola pregunta,
que hasta ahora no ha formulado. Hace señas al guardián para que se acerque, ya
que el rigor de la muerte comienza a endurecer su cuerpo. El guardián se ve
obligado a agacharse mucho para hablar con él, porque la disparidad de
estaturas entre ambos ha aumentado bastante con el tiempo, para desmedro del
campesino.
-¿Qué
quieres saber ahora? -pregunta el guardián-. Eres insaciable.
-Todos
se esfuerzan por llegar a la Ley -dice el hombre-; ¿cómo es posible entonces
que durante tantos años nadie más que yo pretendiera entrar?
El
guardián comprende que el hombre está por morir, y para que sus desfallecientes
sentidos perciban sus palabras, le dice junto al oído con voz atronadora:
-Nadie
podía pretenderlo porque esta entrada era solamente para ti. Ahora voy a
cerrarla.
FIN
Qué terrible vivir toda la vida atenazado por el miedo.
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