Dr. Frankl y Dr. Martínez-Romero en Caracas 1985

viernes, 29 de mayo de 2020

LA CIUDAD QUE HABITAMOS LUEGO DEL PASO DE LA COVID-19




En estos tiempos de pandemia coronaria  tuvimos que pasar por experiencias que tal vez fueron difíciles, sin precedentes y con gran impacto social.
Muchos de nosotros hemos estado confinados en el hogar por más de 60 días. Mientras tanto, allá afuera, las ciudades intercambiaban su ruido por silencio, menos tráfico y no había gente en las calles.
Hoy algunas medidas de prevención siguen siendo horarios individuales y restrictivos y se han eliminado las reglas colectivas de regulación del contacto social. Esto permite que niños y niñas, ancianos y público en general salgan a las calles, abriendo gradualmente terrazas y tiendas.
Cuando salimos a la calle, como si fuera la primera vez, nuestra mirada se centró en una multitud de aspectos familiares, pero ahora con una nueva perspectiva y atractivo. Esto sucede porque somos seres sociales y habitamos territorios con diferentes características cada uno de ellos.
Vivimos en un territorio pero tratamos de no ser un mero "ocupar el lugar", "ser los dueños de una casa". Este no es el concepto sociológico actual. Los sociólogos dicen que no vivimos porque construimos sino que "construimos porque vivimos anteriormente". Y nosotros, que vivimos en este rincón de la Península Ibérica, somos "ciudadanos gallegos".
Vivir, vivir en una casa, vivir en un determinado espacio geográfico es un "acto de fundación y fundante" (concepto de Enrique del Acebo Ibáñez en Estudios del IMAE Nº 1 - 1998). Es aquel que habita en un lugar el verdadero planificador, el verdadero constructor de un espacio vital y social, ya que nadie vive lejos de sí mismo o del entorno social. Esta es una vieja tradición que los gallegos heredamos de los romanos: somos "homo conditor", aquellos que dan forma a los contenidos, que dan un significado último a las formas arquitectónicas.
La integración del hombre en un territorio toma la forma de “arraigo" (asentarse, establecerse, instalarse, quedar fijo en un lugar) siempre que este hecho se entienda como un espacio sociocultural total.
Este "arraigo" se debe a una serie multidimensional de componentes que integran individuo, sociedad y cultura, junto con coordenadas espaciales y temporales. No es posible "construir" una ciudad sin tener en cuenta el espacio y el tiempo, especialmente configurado por las generaciones futuras.
Muchas veces escuchamos decir en estas latitudes “yo soy coruñés”. Muy bien. Pero ¿Qué significa ese concepto? Pues la identificación del hombre con un sitio, un espacio-tiempo, con unas características sociales determinadas y una cultura.
No es cuestión de construir megalópolis o polígonos sin estrecha relación con el entorno, la historia del lugar y con la sociedad. Este arraigo también depende de las estructuras participativas, de los diferentes grupos, de las variadas organizaciones y de todos aquellos que se sientan involucrados, conformando todo esto una comunidad local.
Decíamos que no es cuestión de construir o comprar un piso o casa. Es necesario que el habitante participe de un marco normativo y axiológico que determina la sociedad. Identificándose con el mencionado marco. Caso contrario permanece en una anomia. Puede ser una identificación crítica pero, finalmente, identificación. Las formas de habitar un territorio facilitan el arraigo y una concepción personal del entorno.
Apelemos, una vez más, al conocimiento de los sociólogos que afirman diferentes niveles de este arraigo: a) un arraigo fruto de una comunidad de sangre, un arraigo “doméstico”, b) un arraigo local inmediato (vecinos, barrio, municipio, comunidad local); c) un arraigo urbano (la ciudad como marco de referencia y convivencia); d) un arraigo nacional y, finalmente, e) un arraigo cultural.
Pensamos que todo es muy simple pero somos herederos partícipes de una preteridad, una historia, que “habita” nuestro tiempo presente. El pasado está allí, en el paisaje, en las rocas, en el mar, en los árboles, en los pájaros. Nosotros encarnamos el presente que siempre es una comunidad. Por eso también tenemos una responsabilidad sobre el sitio en el que “edificamos” o “construimos”
La casa y el hábitat deben ser “vividos”, “soñados”, “imaginados”, pues sin estas dimensiones la realidad aparece como carente de sentido. El goce por el lugar elegido no reside solamente en lo que se recibe sino también en lo que se comparte. Hay un juego dialéctico entre la “casa” y la “comunidad”, entre la “casa” y el “universo”.
Todo esto que comentamos está interferido por un proceso de despersonalización de la construcción de entornos que provoca desarraigos progresivos. El hombre actual se va distanciando de lo que en el pasado generaron sus antepasados, fundadores de ciudades, secularizando las megalópolis actuales, desvinculándose del auténtico habitar, rompiendo vínculos con la naturaleza, apartándose de las personas en una actitud insolidaria y provocando el aumento de la corrupción.
Debemos encontrar las raíces de nuestro verdadero sentido de vida cultural, de nuestro “hábitat”. Sabemos de la interpretación de los “grandes constructores de hábitats” que configuran un espacio egoísta, con criterios utilitaristas, tributarios de un espacio de explotación y dominio. Luego de su construcción no tenemos tiempo para protestar.
Si toleramos la depredación de la naturaleza y la modificación natural del entorno, nos colocamos, automáticamente, fuera de ese entorno. Es algo externo a nosotros, algo para “explotar” (y vale la pena seguir la etimología de la palabra). Somos y son capaces de llegar a la devastación si es necesario para construir fuera de nuestra cultura, de nuestro entorno, de nuestra historia.
No podemos abandonar a la naturaleza ahora que observamos que “revive” con la merma de residuos de carburantes y de acciones industriales. Parece que la naturaleza reclama su cuidad y que nosotros estamos llamados a respetar un espacio vital importante. No podemos “desertar” (otra vez la etimología: producir un desierto, un vacío. También del latín de-sedere, abandonar la sede). Este es nuestro territorio. Esta es nuestra cultura, nuestro hábitat.
La pandemia del COVID-19 tiene que dejarnos alguna enseñanza que podamos seguir si tenemos en cuenta lo que mencionábamos más arriba. Las amenazas ecológicas al planeta ahora son más evidentes. La cuarentena nos hizo tomar conciencia de las amenazas a los sistemas naturales y sociales. No somos amos da la naturaleza. Somos “otros” diferentes a esa naturaleza, pero también parte de ella. Lo que el Hombre hace con la naturaleza según sus deseos deriva en una forma especial de ética y responsabilidades muchas veces al servicio de intereses espúreos o al mandato de capitales multinacionales. Estas grandes empresas deberían pagar dinero extra por el daño que le hacen a la naturaleza (basura, restos contaminantes de la producción, contaminación en general, etc.)
Estas consideraciones son fácilmente asumibles por todos. Pensar que le dejamos a la posteridad. Recobrar el dominio pleno de nuestra conciencia ecológica y recuperar un protagonismo humano equilibrado con esa realidad que nos rodea. Habitar sin destruir. Habitar con sentido. Habitar sin poner en peligro nuestra cultura y nuestro patrimonio histórico, geográfico y cultural.


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