En estos tiempos de
pandemia coronaria tuvimos que pasar por
experiencias que tal vez fueron difíciles, sin precedentes y con gran impacto
social.
Muchos de nosotros hemos
estado confinados en el hogar por más de 60 días. Mientras tanto, allá afuera,
las ciudades intercambiaban su ruido por silencio, menos tráfico y no había
gente en las calles.
Hoy algunas medidas de
prevención siguen siendo horarios individuales y restrictivos y se han
eliminado las reglas colectivas de regulación del contacto social. Esto permite
que niños y niñas, ancianos y público en general salgan a las calles, abriendo
gradualmente terrazas y tiendas.
Cuando salimos a la
calle, como si fuera la primera vez, nuestra mirada se centró en una multitud
de aspectos familiares, pero ahora con una nueva perspectiva y atractivo. Esto
sucede porque somos seres sociales y habitamos territorios con diferentes
características cada uno de ellos.
Vivimos en un territorio
pero tratamos de no ser un mero "ocupar el lugar", "ser los
dueños de una casa". Este no es el concepto sociológico actual. Los
sociólogos dicen que no vivimos porque construimos sino que "construimos
porque vivimos anteriormente". Y nosotros, que vivimos en este rincón de
la Península Ibérica, somos "ciudadanos gallegos".
Vivir, vivir en una casa,
vivir en un determinado espacio geográfico es un "acto de fundación y
fundante" (concepto de Enrique del Acebo Ibáñez en Estudios del IMAE Nº 1
- 1998). Es aquel que habita en un lugar el verdadero planificador, el
verdadero constructor de un espacio vital y social, ya que nadie vive lejos de
sí mismo o del entorno social. Esta es una vieja tradición que los gallegos
heredamos de los romanos: somos "homo conditor", aquellos que dan
forma a los contenidos, que dan un significado último a las formas
arquitectónicas.
La integración del hombre
en un territorio toma la forma de “arraigo" (asentarse, establecerse,
instalarse, quedar fijo en un lugar) siempre que este hecho se entienda como un
espacio sociocultural total.
Este "arraigo"
se debe a una serie multidimensional de componentes que integran individuo,
sociedad y cultura, junto con coordenadas espaciales y temporales. No es
posible "construir" una ciudad sin tener en cuenta el espacio y el
tiempo, especialmente configurado por las generaciones futuras.
Muchas veces escuchamos
decir en estas latitudes “yo soy coruñés”. Muy bien. Pero ¿Qué significa ese
concepto? Pues la identificación del hombre con un sitio, un espacio-tiempo,
con unas características sociales determinadas y una cultura.
No es cuestión de
construir megalópolis o polígonos sin estrecha relación con el entorno, la
historia del lugar y con la sociedad. Este arraigo también depende de las
estructuras participativas, de los diferentes grupos, de las variadas
organizaciones y de todos aquellos que se sientan involucrados, conformando
todo esto una comunidad local.
Decíamos que no es
cuestión de construir o comprar un piso o casa. Es necesario que el habitante
participe de un marco normativo y axiológico que determina la sociedad.
Identificándose con el mencionado marco. Caso contrario permanece en una
anomia. Puede ser una identificación crítica pero, finalmente, identificación.
Las formas de habitar un territorio facilitan el arraigo y una concepción
personal del entorno.
Apelemos, una vez más, al
conocimiento de los sociólogos que afirman diferentes niveles de este arraigo:
a) un arraigo fruto de una comunidad de sangre, un arraigo “doméstico”, b) un
arraigo local inmediato (vecinos, barrio, municipio, comunidad local); c) un
arraigo urbano (la ciudad como marco de referencia y convivencia); d) un
arraigo nacional y, finalmente, e) un arraigo cultural.
Pensamos que todo es muy
simple pero somos herederos partícipes de una preteridad, una historia, que “habita”
nuestro tiempo presente. El pasado está allí, en el paisaje, en las rocas, en
el mar, en los árboles, en los pájaros. Nosotros encarnamos el presente que
siempre es una comunidad. Por eso también tenemos una responsabilidad sobre el
sitio en el que “edificamos” o “construimos”
La casa y el hábitat
deben ser “vividos”, “soñados”, “imaginados”, pues sin estas dimensiones la
realidad aparece como carente de sentido. El goce por el lugar elegido no
reside solamente en lo que se recibe sino también en lo que se comparte. Hay un
juego dialéctico entre la “casa” y la “comunidad”, entre la “casa” y el “universo”.
Todo esto que comentamos
está interferido por un proceso de despersonalización de la construcción de entornos
que provoca desarraigos progresivos. El hombre actual se va distanciando de lo
que en el pasado generaron sus antepasados, fundadores de ciudades,
secularizando las megalópolis actuales, desvinculándose del auténtico habitar,
rompiendo vínculos con la naturaleza, apartándose de las personas en una
actitud insolidaria y provocando el aumento de la corrupción.
Debemos encontrar las
raíces de nuestro verdadero sentido de vida cultural, de nuestro “hábitat”.
Sabemos de la interpretación de los “grandes constructores de hábitats” que
configuran un espacio egoísta, con criterios utilitaristas, tributarios de un
espacio de explotación y dominio. Luego de su construcción no tenemos tiempo
para protestar.
Si toleramos la
depredación de la naturaleza y la modificación natural del entorno, nos
colocamos, automáticamente, fuera de ese entorno. Es algo externo a nosotros,
algo para “explotar” (y vale la pena seguir la etimología de la palabra). Somos
y son capaces de llegar a la devastación si es necesario para construir fuera
de nuestra cultura, de nuestro entorno, de nuestra historia.
No podemos abandonar a la
naturaleza ahora que observamos que “revive” con la merma de residuos de
carburantes y de acciones industriales. Parece que la naturaleza reclama su
cuidad y que nosotros estamos llamados a respetar un espacio vital importante.
No podemos “desertar” (otra vez la etimología: producir un desierto, un vacío.
También del latín de-sedere, abandonar la sede). Este es nuestro territorio.
Esta es nuestra cultura, nuestro hábitat.
La pandemia del COVID-19
tiene que dejarnos alguna enseñanza que podamos seguir si tenemos en cuenta lo
que mencionábamos más arriba. Las amenazas ecológicas al planeta ahora son más
evidentes. La cuarentena nos hizo tomar conciencia de las amenazas a los
sistemas naturales y sociales. No somos amos da la naturaleza. Somos “otros”
diferentes a esa naturaleza, pero también parte de ella. Lo que el Hombre hace
con la naturaleza según sus deseos deriva en una forma especial de ética y
responsabilidades muchas veces al servicio de intereses espúreos o al mandato
de capitales multinacionales. Estas grandes empresas deberían pagar dinero
extra por el daño que le hacen a la naturaleza (basura, restos contaminantes de
la producción, contaminación en general, etc.)
Estas consideraciones son
fácilmente asumibles por todos. Pensar que le dejamos a la posteridad. Recobrar
el dominio pleno de nuestra conciencia ecológica y recuperar un protagonismo
humano equilibrado con esa realidad que nos rodea. Habitar sin destruir.
Habitar con sentido. Habitar sin poner en peligro nuestra cultura y nuestro
patrimonio histórico, geográfico y cultural.