El artículo me ha parecido extraordinario. Muy bien
escrito. Tiene todo el “sabor” de muchas lecturas
y también refleja una vena poética. Los contenidos son muy importantes,
con abundantes referencias a autores que admiro. En estos momentos en que la
información nos abruma desde un capitalismo salvaje que tiene en los medios
personeros eficientes este artículo nos deja claro que la muerte “se hace
presente” en nuestro mundo. Y tal como diría Binswanger, acentúa nuestra
relación con el mitwelt pero hace temblar a nuestro eigenwelt pues son momentos
especiales, casi novedosos, en los que nos vemos lanzados a confrontarnos con la
íntima pregunta por nuestro suprasentido o por el absurdo de nuestra
existencia.
Soteria. Sobre el veneno de la información.
Giuliano Milla Segovia
«A tal punto estaban abandonados
a la peste que a veces les sucedía
no sperar sino en
su sueño […] ya estaban dormidos;
todo aquel tiempo fue como un largo sueño.» Albert
Camus. La Peste.
«La muerte
tampoco es mi tipo y no obstante, muchas veces me atrae.» Ernesto
Sábato. El túnel.
El problema último
develado por la pandemia es el del imperioso deseo Unamuniano de vivir. O dicho
de otro modo: el inminente miedo de morir. El individuo quiere ser salvado. El
Otro puede ser un óbice para mi salvamento, importa en la medida que entorpece
mi salvación. Soteria y Thánatos se miran. La muerte ha salido de su letheia,
de su ocultamiento, de su anonimato, de sus lugares comunes: velorios,
hospitales, accidentes, y ahora yace en las puertas de nuestras casas, es
aletheia (des-ocultamiento), verdad revelada. Salimos a aplaudir para
ahuyentarla. La muerte es noticia, se notifica. Llevamos la cuenta y en la
ilusión del número la alejamos. La estadística es abstracción. Ilusión
matemática. Despoja de su significatividad épica a los acontecimientos. Los
des-dramatiza. El filósofo surcoreano Byung Chul-Han (2015), en el marco de su
disertación sobre el fin de los relatos, planteaba:
“Narrar una historia
(Erzälen) es un modo concreto de contar
(zählen). Construye una tensión, que dota de sentido a la sucesión
de acontecimientos. Los enlaza más allá
del mero recuento (Zälen), lo que da
lugar a una historia (Geschichte). El Ser, sin embargo, no se abre ni en el número (Zahl) ni en el recuento
(Zählung), ni en la numeración
(Aufzählung) ni en la narración (Erzählung)” (p.78).
El número no tiene
carne ni hueso, es puro dato, “informa”. Palabra cuya raíz etimológica deriva
del sustantivo latino informatio, del verbo informare: dar forma, disciplinar,
instruir, enseñar. Así, la información que nos llega es (in)formativa, nos
disciplina, nos pone en forma. De ahí la quimérica sensación de que estar
informados es estar seguros. Lo contrario a informar no es desinformar o no
estar informado. Lo contrario a informar es pensar. La fórmula
del confinamiento es: me informo, luego existo. Ya sabemos
de la angustia agravada por este procedimiento. Sin embargo, ¿realmente nos
informamos para querer estar seguros? ¿Nos informamos para salvarnos?
Hay más de un ejemplo
emblemático sobre el deseo de arengar a los que no contribuyen con el privado
deseo de salvación de los individuos. De señalar. De juzgar. Una periodista
peruana no muy querida por un sector de la población es criticada durante
varios minutos en señal abierta. Se ha dedicado un espacio público para tal
fin. Vigilar y castigar, panóptico foucaultiano. Se organizan un par de
periodistas para manosear el desatino de esta otra periodista, que ya había
sido objeto de shitstorm. Vuelve la pregunta, ¿nos informamos para estar
seguros? ¿Para estar a salvo? Show. Otra vez La société du spectacle (1992).
Morbo dicen algunos. Mirar lo que no es necesario mirar. Mirar inútilmente.
Mirar por querer mirar. Ser mirón. Manosear con el ojo.
El deseo de una
sensibilidad panóptica. De llevar al ojo a los extramuros de su razón. Se nos
salen los ojos. El morbo es lo mórbido, señal de enfermedad. Mirar con morbo es
mirar y enfermarse. Envenenarse. El
vocablo griego ἰός refiere a veneno, es decir, virus. En síntesis, el
SARS-CoV-2 ataca a distancia. Su naturaleza submicroscópica que le da cualidad
de invisible se revela en otro de sus signos en el Covid19 como ojo-morboso.
Morbo para el que manosea la falta del irresponsable y voyeurismo para el que
participa de lejos. El coyuntural Byung Chul-Han (2014) decía: “respeto
presupone una mirada distanciada, un pathos de la distancia. Hoy esa actitud
deja paso a una mirada sin distancias, que es típica del espectáculo” (p.13).
Se ha pedido distancia de unos cuantos metros entre persona y persona para
salvaguardarnos. De este mero distanciamiento preventivo podríamos dar el salto
al distanciamiento de lo íntimo. Vale preguntarse ¿el mundo íntimo pierde
dignidad en el espacio público? La distancia íntima es para el lingüista
francés Pierre Guiraud (1986): “la distancia de la protección y del consuelo,
la del afecto y del amor, pero también la de la hostilidad y de la agresión”
(p. 91). Depende de qué queremos hacer con ese espacio íntimo: caldero de
imprecaciones u hogar de confraternidad. Un abrazo es cálido, el exceso de
abrazo abrasa, es decir, quema, asfixia. Tenemos allí una efigie de la
hostilidad a ese Otro que me importa en la medida que pone en peligro mi
salvación.
Así, la ética del
deber, del imperativo, del mandato, es materia de soteriología. La salvación ya
no está en el templo, en la advocación religiosa, ni en interior. Su lugar son
las mass media, la nueva religión. Las plegarias ahora son execraciones. La
inquisición es digital. El filósofo francés Luc Ferry (2007) nos dice: “Para
ser salvado, hay que pasar por la fe y por Otro. La filosofía nos promete lo
mismo, pero nos asegura que podemos conseguirlo por la razón y por nosotros
mismos” (p.20). El sujeto de hoy no se salva ni por la fe, ni por la razón.
Pretende salvarse por el dato.
Fe, razón y dato.
Materia de especulación para la Grecia clásica. Veamos. Explicaba el filósofo
peruano Víctor Li Carrillo en su Enseñanza de la Filosofía (2008) que la
palabra griega theōría, θεωρία, es decir, teoría, que quiere decir en el idioma
helénico: visión, se funda en tres significaciones principales: a) visión como
información, que refiere a la intención de conservar datos y acontecimientos en
la memoria, del testimonio de la realidad. De allí la razón de la historia, del
vocablo hístoor, es decir, testigo, el que da fe de algo que ha visto; por otra
parte b) visión como consideración, o sea, el conocimiento de los cuerpos
celestes y los fenómenos naturales. Punto asociado a la razón y el
entendimiento y, por último, c) visión como contemplación, en este caso la
palabra toma un sentido religioso, de contemplatio, de templum. En síntesis
teoría quiere decir visión en estos tres sentidos. De allí que la persona de
hoy no se salve ni por la fe contemplativa, ni por la consideración reflexiva,
sino más bien por la información volátil. Justamente por este carácter de
inconstante, de etéreo, de voluble, la información deviene en engaño y
persuasión. Se sabe que el veneno viene en formas imprevisibles, atractivas.
Llega en el alimento: la manzana envenenada de Blancanieves. Así, el alimento
que da salud, seguridad, vida, intoxica. Cabe agregar que en quechua la palabra
para referirse a alimento y vida es la misma: kawsay. Entonces, ¿cómo esperar
la salvación (o seguridad) de esta información envenenada? Otra vez: ¿Para qué
nos informamos?
Se decía al principio
que nos queremos salvar de la muerte. Recordemos un idóneo pasaje de la novela
(o nivola) Niebla de Don Miguel de Unamuno (1985) en donde doña Ermelinda y su
sobrina Eugenia Domingo del Arco dialogan sobre un acontecimiento de su
comunidad:
-¿No sabe usted [La
sobrina a la tía] lo que ese bárbaro de Martín Rubio le dijo al pobre don Emeterio a los pocos días de quedarse éste
viudo? -No lo he oído, creo. -Pues verá usted; fue cuando la epidemia
aquella, ya sabe usted. Todo el mundo
estaba alarmadísimo, a mí no me dejaron ustedes salir de casa en una porción de días y hasta tomaba
agua hervida. Todos huían los unos de
los otros, y si se veía a alguien de luto reciente era como si estuviese apestado. Pues bien: a los cinco o
seis días de haber enviudado el pobre
don Emeterio tuvo que salir de casa, de luto por supuesto, y se encontró de manos a boca con
ese Bárbaro de Martín. Este, al verle de
luto, se mantuvo a cierta prudente distancia de él, como temiendo el contagio, y le dijo: “Pero
hombre, ¿qué es eso?, ¿alguna desgracia
en su casa?”. “Sí –le contestó el pobre don Emeterio-, acabo de perder a mi pobre mujer…”. “¡Lástima! Y
¿cómo ha sido eso?” “De sobreparto” –le
dijo don Emeterio. “¡Ah, menos mal!” –le contestó el bárbaro de Martín, y entonces se le acercó a
darle la mano (p. 73).
Este epidémico
episodio, oscuro homenaje a la situación actual, da cuenta del trasfondo ético
y por lo tanto soteriológico que vivimos con la pandemia. El primer aspecto que
destacar en él es el del carácter visible de la muerte bajo el distintivo del
luto. Antes lo sólito ante la pérdida era vestir del luto o representar el
duelo bajo una forma simbólico-social. Hoy es cuestión encargada a la
funeraria, en donde la familia tiene poca o nula participación. La muerte se
oculta, se enmascara (quizá con el maquillaje) o las mascarillas de prevención.
Hace poco la muerte quedaba reclusa en la esfera privada y aún allí, se le
escondía.
Hoy, la muerte se ha
hecho pública, es incómoda. Sin embargo, están los memes y las goodnews para
soportarla. Por eso, la muerte no termina de descubrirnos. No termina de
develarnos. No ya la muerte develada. Sino esta vez, la Parca, la muerte
personificada, no nos puede desnudar, porque ni la intoxicación por veneno
informativo, ni el neo-nihilismo memelógico lo permiten. ¿Por qué nos intoxicamos?
¿Por qué nos narcotizamos? Aquí es preciso resaltar el segundo punto del pasaje
literario. En voz de la Eugenia unamuniana: “Todos huían los unos de los
otros”.
El confinamiento nos
ha obligado a mirar dentro. Ese mirar dentro es mirar mi-mundo-con-los-otros,
en tanto que Mitwelt (Heidegger, 2009), es decir, el mundo en común con mis
próximos, aquellos que constituyen mi vida. Entonces, ¿de quién huimos por
medio del narcótico al que llamamos “información”? De ellos, de su finitud
revelada, de su muerte. Nos envenenamos mórbidamente con esa falsa seguridad,
con esa falsa eternidad del show. Finalmente, no es mi muerte la que me duele,
sino la imagen de sus muertes las que me conduelen. Vivir mirando adentro,
haciendo una flexión hacia sí mismo, una re-flexión, es mirar la verdad de la
muerte de aquel que amo, bien amado o torpemente amado, a fin de cuentas,
aquellos a los que amo. En palabras del filósofo y dramaturgo Gabriel Marcel:
decir te amo, es decir, no morirás (Blázquez, 1988).
Finalmente, se
quiebra la apariencia del no-morir, de que la vida no se acaba, de que la
muerte le ocurre a los otros-que-no-son-mis-otros. Que no son los míos ni yo.
Cuando se rompe ese falso mito, tenemos la oportunidad de vivir auténticamente,
de mirar-los y mirarnos. De acercarme a ellos y tener un auténtico encuentro
humano. No de individuo a individuo. Sino de persona a persona. Responsable de
sus vidas y viceversa. Solo así, se puede mirar en los extramuros del
mundo-propio, del mundo-con-los-míos. Saltar el muro de la indiferencia
requiere pues, tomar conciencia de la verdad de la muerte de mis otros para ver
sus rostros y responder a sus miradas. El ensayista y pedagogo argentino Jaime
Barylko nos decía (2005):
“Cuando la
apariencia entra en crisis, cuando falla, si estás dispuesto a darte cuenta, se produce la
fractura. La realidad se desgarra como
un velo, ahí te detienes, y piensas. Perder la protección que brindan las apariencias es un dolor, pero
saber que uno sale de la oscuridad a la
luz es una dicha (p.11).
Esta pandemia es, pues, una oportunidad para salir de la
niebla.
Referencias
Barylko, J. (2005). La filosofía. Una invitación a pensar.
Buenos Aires:
Booket. Blázquez, F. (1988). La filosofía de Gabriel Marcel: De
la dialéctica a la invocación. Madrid:
Ediciones Encuentro.
Camus, A. (2003).
La peste. Barcelona: Editorial Sol 90.
Debord, G. (1992). La société du spectacle. Paris: Gallimard Ferry, L.
(2007). Vencer los miedos. La filosofía como amor a la sabiduría. Madrid: Editorial Edaf.
Guiraud, P. (1986).
El lenguaje del cuerpo. México, D.F.: Fondo de Cultura Económica.
Han, B-C. (2014). En el enjambre.
Barcelona: Editorial Herder.
Han, B-C. (2015). El aroma del tiempo. Un ensayo
filosófico sobre el arte de demorarse.
Barcelona: Editorial Herder.
Heidegger, M. (2009). Ser y Tiempo. Madrid:
Trotta.
Li Carrillo, V. (2008). La enseñanza de la filosofía. Lima: Fondo
Editorial de la Universidad Inca
Garcilaso de la Vega.
Sábato, E. (2000). El túnel. Lima: Adobe Editores S.A.
Unamuno, M. (1985). Niebla. Colombia: Editorial La Oveja Negra.
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