Dr. José Martínez-Romero Gandos
A Coruña – Galicia – España
Noviembre 2015
Nuestra tarea
como Logoterapeutas es preguntarnos si podemos hoy ayudar al Hombre
existencialmente frustrado a encontrar un sentido. Tal vez se piense que es
tarde para esta tarea. Creemos que no. La búsqueda de sentido es
específicamente humana y es, también, propio del hombre someter a crítica ese
sentido. El sentido no se nos dá por añadidura, debemos descubrirlo. No salta a
nuestra mirada como una síntesis automáticamente conformada. Se trata de un
descubrimiento paulatino, único y trabajosamente proyectado sobre el fondo de
la realidad circundante. ¿Cómo aprendemos a seguir este camino? Nuestra primera
maestra es la Familia, agente socializador excelente que nos permite la
búsqueda y la realización posterior de ese sentido de vida, personal, único y
autotrascendente.
Actualmente vivimos
en un mundo en crisis. Esta crisis puede definirse, sintéticamente, como la
“gran crisis de valores” en los comienzos del siglo 21. Nuestra sociedad consumista,
fanática, adicta, golpea en nosotros con una influencia importante que lleva a
la horrible sensación de “vacío”. Un vacío que muy bien ha descripto Viktor
Frankl en su libro “Ante el vacío existencial” (Editorial Herder). Comienza
nuestro maestro este libro diciendo: “En realidad hoy no nos enfrentamos ya,
como en los tiempos de Freud, con una frustración sexual, sino con una
frustración existencial”(...)”bajo un abismal complejo de falta de sentido,
acompañado de un sentimiento de vacío”. Luego nos explica que este vacío
existencial, que va a llevar a la mayoría de la población a una neurosis debida
a conflictos de conciencia, a colisión de valores, a frustraciones
existenciales que él denominó “neurosis noógena” (término originado en “nous”,
espíritu).
La familia
debe enseñar a amar y transmitir conocimientos de modo que el hombre-niño
preste oído atento al requerimiento de las situaciones de vida que va a
enfrentar, No nos alcanzan ya 10 mandamientos. Frankl dice que el hombre debe
estar capacitado para percibir los 10.000 mandamientos encerrados en 10.000
situaciones de su vida cotidiana. Nuestra sociedad en crisis presiona para
impedir la realización de este sentido creatural infiltrándose en la urdimbre
familiar y debilitando su estructura fundamental.
La
familia es la célula embrionaria fundacional del sentido y la primera escuela
de valores. Su salud o debilitamiento están ligados estrechamente a la suerte y
a la situación histórica de las comunidades o sociedades a las que influye y
por las que se ve influída. Es una red peculiar que otorga firmeza y unidad,
fuente de la energía por la cual la vida se hace mas humana. La educación que
realiza es una educación para la libertad y para la responsabilidad. Enseña a
distinguir lo que es esencial de lo que no lo es, lo que tiene sentido de lo
que no lo tiene, entre lo que se necesita para ser responsable y lo que es
superfluo.
Podemos
afirmar aquí que esta institución fundamental de la sociedad es una verdadera y
fundamental escuela de “reciprocidad”. De allí extraeremos los fundamentos que
nos permitirán, luego, manifestarnos en los diferentes grupos que integremos
con la actitud que definimos como de “autotrascendencia recíproca”. Cada uno de
los miembros de esa familia, persona única e irrepetible.
El
hombre, como persona trascendente, es la materia prima para construir la
comunidad de trascendencia reciproca que mencionamos. La familia es la escuela
principal porque su actuación está basada en un “pacto de amor”. El concepto de
familia asigna a cada uno de los miembros la acogida recíproca y en cualquier
edad. Lo contrario es la habitual patología de las relaciones interpersonales
en la familia. La educación (“conducir al hombre hacia su máxima realización y
trascendencia”) está basada en una infinita gama de manifestaciones culturales.
La preocupación por esta educación exige el cuidado de la salud de todos y esta
actividad de “cura” (cuidado) es la verdadera riqueza que cada familia posee.
El instrumento principal de cuidado es el amor. Este amor se manifiesta a
través de la comunicación y su alteración impide la participación y la
posibilidad de compartir y encontrarse.
Numerosos
son los estudios actuales que, desde la antropología, la psicología y la
sociología, subrayan la importancia fundamental para el logro de esa
reciprocidad de las relaciones madre-niño en los primeros días de vida. La
educación en esos momentos no es un rosario de afirmaciones intelectuales sino
una inconmensurable red de comportamientos vocales, visuales y tactíles que garantizan
la transmisión de la seguridad en el logro del sentido de la vida.
Sobre
una dotación biológica e instintiva la madre aporta los “valores” y la
“cultura”, manifestados en la simple y a la vez inefable, transmisión del amor.
La salud o el debilitamiento del niño están ligadas a la salud de la familia.
La crisis de ésta llevó a comunidades, sociedades o culturas, históricamente, a
la crisis y a la desaparición.
La familia
influye y es influída. Es una red peculiar que otorga firmeza y unidad, fuente de
la energía por la cual la vida se hace más humana. La educación que realiza es
una educación para la libertad y para la responsabilidad. Enseña a distinguir
lo que es esencial de lo que no lo es, lo que tiene sentido de lo que no lo
tiene, entre lo que se necesita para ser responsable y lo que es superfluo.
En
estos tiempos la institución “familia” ha sufrido como quizás ninguna otra,
acometida por las transformaciones amplias, rápidas y profundas de la sociedad
contemporánea. Su suerte se ha visto ligada al contexto de la situación
histórica de la sociedad en la cual se desarrolla.
Sobresaturados
de la sociedad de consumo, competitiva y masificada, la posibilidad de hallar
un sentido en la vida no depende del sexo, del coeficiente intelectual, del nivel
de formación académico, de la religiosidad o del carácter. El ser humano no
solamente busca un sentido sino que lo descubre por tres caminos: en el amar a
alguien, en lo que hace o crea y en las situaciones límites. En estas tres
situaciones o caminos posibles realiza su obra primordial y particular:
transformar el sufrimiento, la pérdida, la privación, el desastre o la soledad
en servicio.
Nadie
se salva en el individualismo. La comunidad es imprescindible “aún en las
peores circunstancias”. En las situaciones límites, tanto de la familia como de
las comunidades, podemos observar que su capacidad de superación depende de esa
“autotrascendencia recíproca”.
¡Y qué no hace
una familia sana, una madre, un padre o un hermano por lograr esos propósitos
de auténtica comunidad y ofrecer la actitud o el talante que ayude a superar la
crisis! La fuerza cohesionadora del amor hace posible la unión de personas
distintas permitiendo el despliegue de la existencia, respetando la libertad y
la autodeterminación para lograr el sentido individual y comunitario. Es una
ligazón fundada en un primer eslabón, que es el amor, y una cadena de
acontecimientos que conforma el “nosotros”.
Conceptos
absolutamente alejados de los componentes de odio y agresión insertos en todo
racismo, discriminación o abandono.
Para lograr
que la familia transmita el amor, la posibilidad de realización trascendente,
la consideración de los valores, la enseñanza de la libertad y la
responsabilidad y el sentido comunitario ésta debe fundarse en que cada amante
de la pareja fundacional conserve su identidad y peculiaridad pero supere el
individualismo en el compromiso de duración, permanencia y sentido comunitario.
La secularización conyugal, el individualismo erótico y el egoísmo atacan el
“nosotros” familiar y lo convierten en espacio inadecuado para la auténtica
comunidad que es la familia.
Si
la familia fracasa como promotora de la interiorización del hombre, como
transmisora de valores, como lugar de reflexión sobre el sentido de la vida,
como vida comunitaria y como lugar de aprendizaje y respeto por la autoridad,
los jóvenes retoños se sienten desprotegidos, solos y proclives a crisis y
adicciones. Su rebelión no es un hecho atípico, novedoso o temporal. Es la
respuesta angustiada a una sociedad, a una familia, a unos padres que promueven
exclusivamente el hedonismo, la masificación y el bienestar superficial.
En
este contexto la soledad del joven sin modelos válidos lo predispone a un vacío
interior. López Ibor solía decir que “la falta de sentido de la vida carga de
sentido a la droga”. En estas megalópolis en las que vivimos muchos padres
renuncian a su notable tarea formadora por omisión más que por elección. El
Estado complementa, en muchos aspectos, esta renuncia a asumirse como autoridad
formadora.
La
acepción universalmente aceptada del término “autoridad” la define como la
actividad que radica en llevar a los que están bajo su tutela a la posibilidad
de ser ellos mismo, de desarrollar su propia existencia en un crecimiento que
le permita ser artífice de su proyecto personal.
Nos
place, entonces, afirmar repetidamente el concepto de familia como unidad
creadora de proyectos y valores. Una unidad basada en el amor pero que debe
considerar la posibilidad de comunicación efectiva y afectiva entre sus
miembros, equilibrar la armonía entre la autoridad y la libertad de sus
hijos, promover la reflexión sobre los
valores y el sentido de la vida y no olvidar la integración psicológica y
social.
Cuando el otro
me ama, me identifica, me dice quien soy, como soy, como le apetezco. Esto
produce satisfacción y respondo con un movimiento semejante que hace a la
reciprocidad de la relación interpersonal. Esto será fundamental en nuestra
prédica sobre la posibilidad de recuperación de esta capacidad de amar y ser
para el otro en los grupos logoterapéuticos.
Si en los
grupos me preocupo solamente de mi me aparto de la posibilidad de comunicación
verdadera y de autotrascendencia recíproca. Cuando el otro reclama mi atención
me lleva fuera de mi realidad egocéntrica. Gracias a la mirada del otro conozco
lo distinto que hay en mí. Aunque esto provoque una gran angustia por “la
mirada del otro”. Superado el bloqueo que el otro me provoca con su mirada (“me
petrifica”) me reencuentro con la capacidad de ser “auténticamente” yo y
desarrollar un proyecto de vida que considere la existencia de la comunidad,
indispensable para mi realización.
Es la
capacidad de ser-allende-en-el-mundo-en-el-amor (Binswanger). Ser capaz de ser
con el otro, hacerme con el otro, co-ser, co-existir, existir juntos en el seno
de una comunidad.
Esta capacidad
de sentirse junto al otro abre a la posibilidad de solidaridad, de simpatía y
de compromiso. Ser uno y todo. Alojar dentro de mi a los otros y ser huesped de
ellos en su amor. Considerar como propios sus problemas y sufrir su pérdida con
inconmensurable pena. Descubrir que la soledad patológica no la produce la
pérdida del ser querido sino la imposibilidad de reconocer la profunda e íntima
relación con el amor que nos unía a ella. El otro del que recibimos la
identidad porque nos ha llamado por nuestro nombre.
En esto
consiste la esencia de la familia. Nombrar y hacer propio a cada uno de los
miembros.
Cuando debemos
asesorar en la consulta logoterapéutica sobre temas relacionados con la familia
nuestro proceder no será ni ideal, ni técnico ni aferrado a interminables
consideraciones teóricas. Los Logoterapeutas nos encontramos comprometidos en
ayudar al ser humano desde un enfoque humanista que ayude a superar el enorme y
creciente complejo de vacuidad que provoca nuestra sociedad consumista y
elitista.
Citaremos a
consulta a la familia completa, si es posible. Aplicaremos las técnicas básicas
de asistencia a un grupo en entrevista. Observaremos la posibilidad de
descubrir y analizar los valores fundamentales que los distinguen. Trataremos
que nuestra observación distinga aquello material que intenta imponerse sobre
lo espiritual, los condicionamientos sociales y económicos que provocan
alteraciones en el orden natural de la familia que es el amor y aquellos
índices generales de la comunicación interpersonal que se presentarán,
seguramente, alterados.
La
Logoterapia, miembro joven de un movimiento humanístico-existencial centenario,
busca el desarrollo de una acción que se proyecte sobre la comunidad
contribuyendo a la promoción y perfección del Hombre en función de valores
éticos de solidaridad y amor, logros en el marco superior de la responsabilidad
social y bienestar respetuoso de la dignidad creatural de la Persona. Para ello
tenemos muy claro que la Ciencia y la Técnica tienen que estar al servicio del
Hombre y no a la inversa.
Para
desarrollar nuestra tarea, en el marco de una actividad ético profesional,
ofreceremos un lugar de encuentro personalizante, un ámbito de reconciliación
con los valores, un campo de expresión de la conflictiva personal pero con
sentido de la responsabilidad común, respeto de la pertenencia cultural y la
realidad histórico-social de los consultantes.
Nuestra
tarea debe extenderse a la familia sin desconsiderar el análisis de la
condición de persona de cada uno de sus integrantes, que consideramos
constituídos bio-psico-social y espiritualmente. Postulamos a la Persona como
hipercompleja, indeterminada y posible, pluridimensional en la simultaneidad,
única e irrepetible, que culmina la afirmación de su esencia como ser creatural
en un paso mundano trascendente.
Definida
así la persona, nuestra tarea no descansa únicamente en las metodologías
utilizadas que pueden ser variadas y dinámicas, sino en ayudar al otro a
detenerse en el análisis de su situación presente, a posibilitar su apertura
atenta y a ofrecer una voz que apele a su sentido.
No
es tarea fácil. La exigencia de contribuir a la perfección de la Persona a
través de la promoción de valores éticos obliga a preparar Logoterapeutas que
en su paso por la vida universitaria y en los Institutos de formación haya
encontrado un modelo que considere primordiales y válidos estos conceptos de
libertad, de responsabilidad, de superación del vacío existencial, de
reencuentro con el sentido de la vida a pesar de todo, del fin trascendente de
este sentido y de la comunión valorativa personal y comunitaria. No debieran
tener lugar en este círculo trabajador cosmovisiones de persona y vida
epistemológicamente incoherentes ni profesionales débiles para aceptar las dificultades
personales y de modelo que no todos entienden por igual ni despliegan con la
misma intensidad o compromiso.
La Logoterapia
familiar no es, específicamente, una terapia de grupo sino un lugar de
encuentro para intercambiar y contrastar estilos de comunicación, fundamentos
valorativos y algo más. Lo que interesa saber no es el análisis de los
componentes inconcientes de cada integrante, ni ofrecer la racionalización de
una teoría de la cura, sino desarrollar una creatividad operativa centrada en
el descubrimiento paulatino de lo que oculta la naturaleza esencial de su
constitución que es el amor.
Allí reside el
alfa de nuestra tarea profesional. Cualquier Psicología que prescinda
del amor separa al ser humano de sus referentes originales e intencionales. La
cualidad trascendente de la realidad humana se potencia en el encuentro
auténtico de la coexistencia familiar. Para lograr éxitos en el campo de la
psicoterapia familiar debe combinarse las técnicas (estimulantes y bienvenidas)
con la incorporación de un elemento de arte que supere las limitaciones de la
Ciencia en la consideración de su genuina dimensión que es la dimensión
espiritual (Frankl).
Veamos
si podemos encontrar ahora la omega de nuestra profesión. En las
familias que consultan por conflictos se advierte una preocupación por la
ambivalencia frente a la autoridad, las crisis en el encuentro, la relación de
autoridad con los hijos y las dificultades en la vida comunitaria. Los
especialistas debemos buscar las verdaderas causas del conflicto no solamente
en el plano psíquico o social sino también en el plano noético, el terreno
espiritual verdadera señal de la crisis. La relación se manifiesta a los ojos
del Logoterapeuta como motivadora de desencuentros, agresiones mutuas,
discusiones que siempre suponen una lucha por el poder. Abandonaron la
preocupación fundamental de la pareja por ir en busca del otro, eliminar el
individualismo y participar de la intersubjetividad. Está latente la ruptura
poniendo el peligro el futuro de todos los miembros y de la familia como
institución.
Para
evitar esta ruptura y ayudar a la pareja a encontrar nuevas posibilidades de
encuentro es necesario cambiar la dirección de la crisis para favorecer la
concreción de un proyecto positivo.
Este
proceso común lo van desarrollando, con la ayuda logoterapéutica, aceptando
fallas, revisando fidelidades y créditos y buscando lugares en común para lo
indeterminado. Esta indeterminación apareció o va a aparecer en las situaciones
límite, en el sufrimiento, en la enfermedad, en el dolor o en la pérdida.
Superar la crisis es encontrar la “camaradería itinerante” para lograr
compromiso mutuo y superación de facticidades y límites. Límite máximo cuando
se trata de la muerte de alguno de sus miembros. La característica esencial del
ser humano se expresa en esta situación límite máxima que es la del amor más
allá de la muerte.
Oportunidad
trascendental. Posibilidad de rechazo de uno u otro miembro. Posibilidad de
caida en el egoísmo o el sinsentido. Imposibilidad de encuentro con el otro. O
realización de valores superando todas las barreras. Aún las de la muerte.
La
Logoterapia no ayudará al grupo familiar ni se llegará a una conclusión
positiva sobre la solución de problemas si no se ayuda a superar las barreras
que obstaculizan la realización de los valores, motivo básico expresado en el
sentido trascendente de la existencia. El Logoterapeuta se dirige al otro,
apela al “sé conmigo” con estos valores, insta a la superación de las facticidades y muestra la importancia
de los sentimientos frente al otro.
La
ayuda principal reside en la reconciliación con estas tres áreas fundamentales:
los valores, la relación trascendente y la importancia del otro. La expansión
de cada uno y todos estos sentimientos se convertirá en un escudo protector
contra la violencia, el desprecio, la agresión, la indiferencia y la
infidelidad. La actividad profesional implicará juegos de dramáticos silencios
convocantes, actitudes de espera, continencia de la angustia, desarrollo de
caminos de libertad sin imposiciones, creando el lugar apropiado para la
confianza y desarrollando una creatividad técnica basada en la imposición de
“palabras límites”: fe, camaradería, sufrimiento, sentido, esperanza, amor,
solidaridad, cuidado del otro, que forman parte de lo que en algunas
Conferencias denominamos “el almacén logoterapéutico”.
La
labor del Logoterapeuta se centrará en los procesos de interacción que ocurren
entre sus miembros coordinando las reflexiones sobre las situaciones presentes
y futuras. Buscará ayudar a establecer nuevos modelos de relación vincular.
Para ello deberá apelar a las enseñanzas teóricas y prácticas que nos llegan
desde la Dinámica Grupal.
Con
el desarrollo de estas actividades habremos ayudado a superar las barreras que
imposibilitaban la plenitud de las relaciones familiares y habremos asegurado
la condición esencial de la familia como transmisora de valores y como
conductora del aprendizaje de las relaciones grupales. El capital fundacional
de esta institución básica en el desarrollo social, la familia, se basa en la
adquisición de ese entramado de relaciones amorosas cotidianas que permitirán
la trascendentalidad recíproca.