Dr. José Martínez-Romero Gandos
(Extracto del Capitulo de la Tesis Doctoral “Emigración y Psicología
Alteridad y alienación en los emigrantes gallegos al Río de la Plata” – 2005)
Salud y libertad están siempre íntimamente ligadas, ya que lo que caracteriza al hombre sano es el sentimiento del uso de la libertad en su peculiar modo de existencia pero ligada a la responsabilidad frente a la comunidad a la que pertenece. Cuando hacemos coincidir nuestra libertad con el orden asignado a nuestra vida personal en la comunidad, nos sentimos sanos.
La enfermedad mental, en cambio, es el anuncio de nuestro apartarnos de la expresión auténtica de nuestro proyecto y la constatación de nuestra integración a un mundo extraño, extranjero Cabe recordar aquí que, etimológicamente, extranjero está ligado al concepto de aquel que fue desterrado de la patria, el “alienus”, mas allá de la linea demarcatoria de la Ciudad de Roma. Este concepto se relaciona con “extraño” (del latin “estraneu” y de allí se deriva “extranjero”) que es “aquel que viene de otro país”. Recordemos al gran Pinel quien ha creado el término “alienación” para englobar a todas las psicosis, queriendo significar que el enfermo mental se ha hecho “extraño” (alienus) a sí mismo.
En este trabajo continuamente oponemos “alteridad”, como la posibilidad de ser uno mismo, libre y responsable, frente al otro, a “alienación” como el poder ilegítimo de lo inauténtico que ocupa el primer plano de su existencia e impide la plenitud del ser y el uso responsable de su libertad.
El polémico campo de las neurosis nos muestra personas con distintos modos de condicionamiento de su libertad. Sus manifestaciones se hallan impregnadas de angustia, tanto en el lenguaje como en su expresión significativa corporal. La ambivalencia es el sentimiento predominante. La angustia del neurótico es descripta por Von Gebsattel[1] como “el barómetro que mide la nada”. Y continúa diciendo este autor:”Que se es libre y no se es libre, que aunque se está no se es, que se desea huir, pero no se sabe de qué ni donde, en esto consiste la paralizante, acechante dualidad de la angustia, una osciliación del hombre angustiado entre la posibilidad de querer y la impotencia de la voluntad, una disposición de ánimo que Kierkegaard llama con gran acierto “vahído de la libertad””. En las entrevistas realizadas para nuestra Tesis hemos encontrado muchas referencias a este estado en los momentos previos a la decisión de partir hacia lo desconocido de la emigración. Sujetos pasibles de recibir la influencia de personas cercanas a su circunstancia, no deciden en libertad y responsabilidad y son llevados hacia la partida sin su verdadero consentimiento. Una vez en el país de acogida pueden permanecer en esta ambivalencia, bloqueando la realización auténtica de un proyecto de vida. Este mundo del neurótico, plagado de mecanismos de defensa que pauperizan su creatividad y disminuyen los efectos de la libertad, casi siempre culmina en un colorido repertorio de síntomas de origen hipocondríaco. Si predomina la negación prefieren mimetizarse con el medio de acogida e intentar producir una imagen “adaptada” a las circunstancias del medio.
Se nos muestra evidente en la enfermedad la importancia de los signos, especialmente los expresados por la palabra y el lenguaje. Este lenguaje nos exige desde su constitución y cualifica nuestras interpelaciones existenciales por la amplitud de su horizonte posible. La palabra y el lenguaje son nuestras principales herramientas en las entrevistas psicológicas.
Cuando digo “yo” esta palabra, como signo, representa una parte de mi psique muy indiferenciada en la interpelación que realiza “el otro”. Cuando agrego “yo amo”, el horizonte se amplía subjetivamente, casi hasta el infinito. Infinito del amor que solamente “yo” completo. Pero cuando digo “Yo, José, amo a Pilar”, la interpelación no se limita a mi “yo” sino que compromete al “otro”, Pilar.
Se pone en juego algo que debe centrarse en la lectura cualificada. Pilar interpretará una cualidad existencial especial del signo “amor”. El espectador tendrá su propia versión.
El signo es la sombra proyectada de “mi amor” pero no debe negarse a comprender lo que ella (la proyección) no ha producido como totalidad. Los distintos momentos en que expreso “mi amor” contienen diferentes subjetividades emitidas por el mismo sujeto. Allí es donde se instaura la necesidad del otro que escucha. Y esta “escucha” puede ser pasible de análisis objetivo. Solamente cabe preguntarse si este análisis será verdaderamente objetivo, efectivo, legítimo y fecundo.
En el despliegue de la existencia mundana cada hombre se enfrenta con la soledad de su proyecto, una tarea formidable que intenta superar la angustia por la finitud de su propia empresa. Cada uno es único e irrepetible frente a este proyecto. Y la tarea se presenta como una lucha constante por sostener el sentido de vida.
Frente a la oscuridad que presenta la persona para la captación de ese sentido, el signo intenta la universalización de lo que al saber objetivo le está vedado reseñar. Se establecen, así, conciliaciones posibles entre la vivencia subjetiva y la interpretación de los signos que ésta persona produce, de los cuales el lenguaje es uno de los principales.
El lenguaje es la expresión de la actividad de la conciencia que da cuenta de vivencias únicas e inenarrables en su verdadera dimensión.
Podríamos apelar, como tantos colegas prestigiosos lo han hecho, a la proyección de estas vivencias. Utilizaríamos pruebas proyectivas que darían cuenta de una parte del fenómeno. ¿Porqué le damos, entonces, tanta importancia al lenguaje, si no es mas que la huella mundana de un tránsito vivencial? ¿Por qué aceptará la ciencia que en nuestro trabajo hermenéutico alcancemos una reconstrucción aceptable de tantos fragmentos dispersos en el fondo endótimico personal de cada entrevistado?
Creemos que la proyección, parcialmente, ilustra sobre la conflictiva subyacente. Pero es en la interpelación en que confiamos.
La interpelación es la apelación que uno realiza al otro, para llamarlo, valga la redundancia, a un destino común. Apelamos al otro como investigadores y como psicólogos para que nos manifiesten, a través del lenguaje, lo que sintieron, sienten y esperan en relación a este proceso migratorio.
En la apelación al otro para que se exprese en relación a este sentido especial, hacemos uso del conocimiento que poseemos sobre la emigración y proponemos que servirá para alertar a la humanidad sobre las consecuencias psicológicas que enfrentan los migrantes. Prometemos la solidaridad con quienes la padecieron desde nuestro compartir el mismo “solum” natal. Ofrecemos la “cura” (el cuidado) del otro sabiendo que, a través de este vínculo especial establecido en el relato de su historia de vida, nos obliguemos a interpretar de la mejor manera su posibilidad de alteridad o alienación.
La interpretación de los signos es una predicción que la conciencia del investigador realiza para acercarse a lo originario del saber. Al realizar una investigación comprometida con el otro y su realidad histórica e inmediata, cumple con lo originario de su saber. En nuestra calidad de psicólogos existenciales, este tipo de investigación nos acerca a nuestro deber esencial que es el de detenerse, escuchar y comprender al otro, con quien nos encontramos en una relación de vínculo circunstancial.
Llega a nuestra conciencia, es decir, somos concientes que esta tarea nos acerca también a un imaginario de poder. Templados en la escuela de lo inexplicable cuando asistimos al otro que enfrenta la muerte, la enfermedad, la crisis o la angustia, nuestra interpretación del fenómeno aprovecha la perplejidad que todo científico experimenta frente a lo real y se dirige a dar cuenta de muchos acontecimientos que desbordan el alcance de la razón y se acrecentan en la escucha “de corazón” para comprender cabalmente el sufrimiento del otro y el sentido de su vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario