Mis Maestros en el aprendizaje del difícil arte del acercamiento al otro desde la óptica de la Psicología han señalado, siempre, la necesidad de asumir una actitud crítica sobre las limitaciones profesionales para captar al otro. En determinadas circunstancias la capacidad de diagnóstico, pronóstico y tratamiento depende de la propia capacidad del consultante para reconocer su problema y poder encarar su futuro. Lo obvio, lo cotidiano, lo rutinario no aparece ante el experto de acuerdo a cánones académicos predeterminados. El caos inicial debe ir, paulatinamente, convirtiéndose en armonía.
Distancia. Circunstancias muchas veces muy duras como en el caso de los que
llevan mucho tiempo sin trabajo, los enfermos graves, los emigrantes, exiliados
o refugiados, los que tuvieron una infancia infeliz o traumática, en fin, todos
aquellos que no constituyen una simple abstracción sino que son una realidad en
el aquí y ahora de la consulta.. Esa Persona frente a nosotros es el producto
de su temporalidad, de su “anclaje” inevitable a un “dasein”, de su modo
peculiar de ser-en-el-mundo que se encuentra con otro, en este caso un
profesional, que apela a él para intentar superar esa circunstancia limitante y
producir una respuesta “singular, única e irrepetible”.
Nuestro trabajo como psicoterapeutas no puede silenciar que,
como personas, nos encontramos también en un anclaje a un “dasein” propio, aquí
en el encuentro en la doble condición de psicólogos y personas con una historia
única e irrepetible que nos condiciona y nos alerta
La toma de conciencia de lo que significa la relación
psicólogo-paciente en este “encuentro” particular nos permite, como
profesionales, realizar la conveniente “disociación instrumental”, no negando nuestra
historia pero impidiendo que interfiera en el desarrollo de la labor
propiamente dicha.
A lo
largo de más de cinco décadas en la profesión he tenido oportunidad de asistir
en “la cura” a muchas personas de toda edad y condición social. Creo que no es
pertinente citar aquí mis antecedentes de trabajo. Solamente matizar que en ese
tiempo asistí a mujeres víctimas de violencia doméstica, a enfermos terminales,
a personas de variada ideología, a sacerdotes y religiosas, a todas y todos en consultorio o fuera de él y
a innumerables tipos de padecimientos “neuróticos” fruto de la situación
socio-económica de cada momento, en cada país al que me acerqué y en cada
circunstancia en la que alguien se acercó pidiendo asistencia.
Toda
la casuística elaborada en tantos años de profesión se nutre de esas historias,
algunas de ellas volcada en dos libros de mi autoría y mucha guardada en mi
memoria sobre este trabajo y registrada en los años de contactos profesionales
precedentes arriba descriptos[1].
Algunas historias pueden estar ocultas en las descripciones teóricas acumuladas
en numerosas publicaciones propias como referencias puntuales o ilustrando
temas que han sido fundamentales en varios aspectos de mis preocupaciones
investigativas. La necesaria curiosidad científica y la apropiada sensibilidad
para comprender estos fenómenos humanos me llevó a contrastar teorías y a
buscar un accionar profesional que ayudara a las personas a hacer frente a las
necesidades de su vida. Complementariamente, estas investigaciones acerca de
las características de los grupos sociales y en especial los grupos
psicoterapéuticos permitieron la comprensión existencial de otra forma de
acercamiento a la actividad psicoterapéutica y la consideración de los
condicionantes especiales que estos grupos desarrollan, establecen y promueven:
la autotrascendencia recíproca[2].
Recordamos aquí lo expresado por el Dr. Roberto
Almada acerca de éste último concepto diría, junto a él: “La trascendentalidad
recíproca entre dos o más personas (comunidad) es de mayor valor que la
trascendentalidad de un solo hombre hacia el mundo de las cosas, de las tareas
o el servicio a los otros. La auto-trascendencia personal prepara la recíproca y
ambas se complementan y potencializan”
Consideramos
que la persona espiritual es autotrascendente y si bien en ella está todo lo
que necesita para ser plena es preciso que actualice esa plenitud saliendo al
encuentro del afuera que le otorga esa condición. Esa naturaleza
auto-trascendente se manifiesta en nosotros a través de dos tendencias
transitivas que llamamos tendencia a la asociación y tendencia comunitaria. Y
nos presenta interrogantes y posibles soluciones que hemos desarrollado en
nuestra práctica de muchos años de la Logoterapia Grupal. Estamos seguros en
esta práctica que nuestra propuesta responde a la naturaleza de la persona
espiritual, potencia sus mejores recursos auto trascendentes y se despliega en
una dinámica de ayuda mutua.
En
nuestras postulaciones para desarrollar la Logoterapia Grupal incluimos, claro
está, referencias a otros investigadores, desde una fundamentación teórica
fenomenológica-existencial que abarcará la descripción y comprensión
existencial de esa Persona que nos consulta y a la que sugerimos se integre en
esta dinámica grupal propuesta.
Este
ser humano, hombre o mujer, que nos consulta se nos presenta como un ser en
crisis que siente peligrar su identidad por acciones o acontecimientos de su
historia personal debiendo optar entre salud o enfermedad, alteridad o
alienación. Al incorporarse al proceso de este tipo de psicoterapia lo
identificamos como un ser que en las dimensiones espacio-temporales inaugura
una nueva subjetividad y con ella enfrenta su historia, en peligro de deriva.
Enfermedad es alienación (alienus=extranjero). Salud es la posibilidad de
trascendencia. En el despliegue de su existencia, reflejado en su actividad en
el grupo, expresa su modo de relacionarse con el mundo y ese es el fundamento
principal que trabajamos.
Participar
en una actividad psicoterapéutica es un tener que adecuarse, un tener-que-ser
de acuerdo a la nueva realidad que le presentan sus compañeros de grupo y el
psicoterapeuta. Un tener-que-ser de aquel que no siempre eligió libremente su
destino y del que, por consiguiente, no puede responsabilizarse plenamente. Un
ser que se angustia frente a la posibilidad de no-ser-capaz-de-ser. Una persona
en crisis que se acerca porque siente que simplemente transita la existencia,
que pasa por alto y en silencio su circunstancia. Es alguien que, en un
ejercicio de su libertad, ha dado un salto a un mundo nuevo que le propone
cambios. Es un ser que se despliega en el encuentro con los otros en ese mundo
nuevo. Observa su existencia y se pregunta: “¿Quién soy yo en este mundo?”.
Aspira a la coexistencia pero le es difícil establecer un modo de relación de
encuentro, con los otros, en ese mundo. Lo singular de su existencia se
enfrenta a un universo nuevo y desconocido.
Si
acepta el riesgo de la predisposición que sensibiliza, del ambiente que
precipita, del tiempo que lo determina y de la libertad que aún condicionada le
permite trascenderse, podrá encontrar la autenticidad de su existencia a pesar
que las circunstancias se le impongan.
Metodológicamente
hemos encarado el desarrollo de las investigaciones sobre persona, personalidad
y grupos desde una fundamentación epistemológica basada en la fenomenología
comprensiva y descriptiva. En Ciencias Sociales es necesario tratar la
comprensión y la explicación como dos momentos distintos del conocimiento,
encarando las estrategias epistemológicas con un sentido critico pero con un
abordaje metodológico capaz de derivar de estas reflexiones consecuencias
prácticas para la investigación.
Muchas
veces ha habido dolores en la propia vida que no han sido elaborados
convenientemente y esperan aún ser “digeridos” o trabajados como reflexión por
los pacientes consultantes. En especial aquellos contenidos de la personalidad
relacionados con lo que Frankl llamó la “tríada trágica” de nuestra existencia:
muerte, culpa y sufrimiento. La experiencia frente a estos sentimientos de
contenido existencial primordial puede no haber sido comprendidos en su
verdadera dimensión y permanecer la persona sin obtener una respuesta para su
sentido. Permanece relacionado con esas experiencias frustrantes que ocupan
toda su cotidianeidad y no le permite la adaptación y la autotrascendencia. Su
vida se convierte en una serie de acontecimientos que van siendo acompañados
por una gran frustración existencial.
Por
ilustrar lo que conseguimos con la actividad grupal diremos que salud y
libertad están siempre íntimamente ligadas, ya que lo que caracteriza al hombre
sano es el sentimiento del uso de la libertad en su peculiar modo de existencia
pero ligada a la responsabilidad frente a la comunidad a la que pertenece.
Cuando hacemos coincidir nuestra libertad con el orden asignado a nuestra vida
personal en la comunidad, nos sentimos sanos.
La
enfermedad mental, en cambio, es el anuncio de nuestro apartarnos de la
expresión auténtica de nuestro proyecto y la constatación de nuestra
integración a un mundo extraño, extranjero. Es necesario recordar aquí que,
etimológicamente, extranjero está ligado al concepto de aquel que fue
desterrado de la patria, el “alienus”, más allá de la línea demarcatoria de la
Ciudad de Roma. Este concepto se relaciona con “extraño” (del latín “estraneu”
y de allí se deriva “extranjero”) que es “aquel que viene de otro país”.
En
este trabajo continuamente oponemos “alteridad”, como la posibilidad de ser uno
mismo, libre y responsable, frente al otro, a “alienación” como el poder
ilegítimo de lo inauténtico que ocupa el primer plano de su existencia e impide
la plenitud del ser y el uso responsable de su libertad.
En el
despliegue de la existencia mundana cada hombre se enfrenta con la soledad de su
proyecto, una tarea formidable que intenta superar la angustia por la finitud
de su propia empresa. Cada uno es único e irrepetible frente a este proyecto. Y
la tarea se presenta como una lucha constante por sostener el sentido de vida.
Siempre
nos preguntamos ante la realidad de una persona que consulta ¿Será capaz de
estructurar una decisión libre y responsable? El interrogante asaltará su
conciencia, una y otra vez. La conciencia, descripta fenomenológicamente, se
presenta como la expresión de la posible adaptación a la realidad, como el
original despliegue de la reflexión creadora y como un sistema personal.
El
campo de la conciencia tiene límites precisos que se organizan entre lo que la
realidad me presenta y lo que yo capto. Frente a una experiencia nuestro
consultante extrae del pasado, de la memoria, los contenidos necesarios para la
construcción de lo vivido en el presente. Dicha situación supone una “reserva
de recuerdos”, conformados en un inconsciente mnésico, que se relacionan con
otra importante “reserva”: aquella de los automatismos y costumbres que
sostienen la actualidad de su organización. Según H. Ey “ser consciente es
vivir la particularidad de la propia existencia, transponiéndola en la
universalidad de su saber”. Este saber se manifiesta en la estructura compleja
de la vida misma que pone al sujeto en relación con los otros y con el mundo.
En esta actividad de relación interpersonal, la conciencia juega un papel
organizativo esencial que se manifiesta como “experiencia sensible actual”
Esta
manifestación en el presente involucra a los sentimientos vividos, incorporados
como experiencia, haciéndolos vibrar como una suerte de diafragma que se
incorporan a los analizadores perceptivos pero que lo hacen elaborando e
integrando las conductas al campo fenoménico de la conciencia en totalidad La
consideración de la conciencia en estos términos permite que no nos contentemos
con la descripción y análisis de los mecanismos parciales o constitutivos de
esa conciencia (memoria, percepción, esquemas intelectuales y lenguaje), ni
siquiera en sus movimientos transitivos analizados desde la intencionalidad,
los desarrollos y las relaciones del particular “modo-de-ser-en-el-mundo” de la
persona, de sus relaciones con los otros y con las razones de su “Dasein” y
praxis mundana.
A poco
que meditemos con atención acerca de estos creemos que es posible comprender
este proceso e iluminar la zona gris de dudas que provoca el análisis de las
consecuencias de la decisión de un ser humano sobre su proyecto y,
consecuentemente, sobre su sentido de vida.
Eugenio
Fizzotti viene en nuestra ayuda cuando dice: “...se identifica la libertad con
la posibilidad de satisfacer todo capricho, todo impulso, todo deseo. Ser
libres significaría “hacer lo que me gusta”, y al mismo tiempo estar privados
de ciertas preocupaciones y de ciertas cargas. Pero hay más. A veces la
libertad se entiende como la eliminación de toda coacción, opresión, turbaciones
psíquicas y físicas; o como independencia frente a cualquier género de ley
ética. /.../ Sin embargo, la autenticidad de la libertad se debe buscar en un
dato de capacidad interior y posibilidad por conocerse y determinarse, según un
proyecto existencial esbozado una vez y, progresivamente, aclarado y delineado
con mayores puntualizaciones.
Concebir
la libertad sólo por lo que muestra de negativo sería coartar el amplio e
inexplorado reino del alma humana. Efectivamente, la libertad no existe sólo
“en” estructuras, en elementos exteriores o interiores, en opresiones más o
menos acentuadas. La libertad es sobre todo “para” algo, para una actitud, para
una decisión, para la realización de valores. Y en este positivo dirigirse a lo
que la libertad aporta al hombre se encuentran delineadas las directrices
fundamentales de la existencia humana”.
Es
común oponer a estos conceptos las objeciones a lo expresado o fundamentado por
la corriente existencial. Surgen críticos que postulan que la percepción de
esta libertad es una ilusión o engaño, especialmente en las personas con trastornos
en la personalidad o aquellos sometidos a duras condiciones de vida o
aislamiento.
La
cuestión, siempre planteada en la consideración de estos temas, es si el hombre
es capaz de tomar una decisión oponiéndose a los determinantes de su conducta.
No es tarea única de la farmacología o de la psicoterapia suscitar esta
libertad frente a las determinaciones o condicionamientos. En las “situaciones
límite” el hombre ha sabido mostrar, a lo largo de la historia, que es posible
superar condicionamientos o limitaciones de solución impensada.
Reconociendo
los condicionamientos biológicos, psicológicos y sociológicos y afirmando que
el hombre no está libre de esos condicionamientos pero que no es “libre de
algo, sino libre para algo” podemos decir, en otras palabras, que es libre para
tomar una posición frente a todo condicionamiento. Viktor E. Frankl describe su caso personal de limitación extrema
en campos de concentración para ilustrar sobre un “determinismo” que pasa por
alto esa auténtica posibilidad del hombre.
Como
Profesionales de la Salud debemos analizar, muy especialmente, aspectos de la
personalidad de los consultantes que faciliten una decisión libre y responsable
y favorezca su adaptación a la vida social y laboral de la comunidad a la que
pertenecen.
La
importancia de la consulta de una persona que inicia un proceso personal para lograr
el uso pleno de su libertad, la elaboración de un proyecto vital auténtico y
responsable, junto con la mencionada capacidad de autotrascendencia recíproca
nos compromete y obliga como Profesionales de la Salud. Una primera obviedad
surge con la necesidad de considerar que el proceso implica “un comienzo” y “un
logro posterior generalmente llamado alta”.
Se parte desde un grupo que influye, necesariamente, de acuerdo a las condiciones
personales frente a diferentes circunstancias externas reaccionando de
diferentes formas cada uno de sus integrantes. Señalemos la importancia de la
personalidad previa del consultante, las características psicológicas
predominantes, su historia vital y su presente. Pero no acentuemos las
diferencias teóricas que muchas veces nos enfrentan con distintos modos de
interpretación de la realidad. Tengamos en cuenta a la Persona como totalidad y
actuemos en consecuencia.
Para
asistir a nuestro consultante en este importante proceso es necesario conocer,
previamente, aspectos teóricos sobre psicopatología, dinámica grupal,
relaciones de encuentro en la psicoterapia y formación. Todo especialista en el
tema deberá acudir a los autores clásicos sobre el tema y consultas con la
bibliografía actual para facilitar la asistencia del consultante.
Nos
preguntamos, ante estas situaciones, la importancia de “la mirada del otro”
sobre los proyectos y surge a nuestra memoria la famosa frase de Jean Paul
Sartre “el infierno son los otros”, como resumen de las vicisitudes de sus
personajes en “A puertas cerradas”.
Resumiendo,
podemos decir que el consultante es un ser que, en las dimensiones
espacio-temporales, inaugura una nueva subjetividad y con ella su historia en
peligro de encontrarse a la deriva. Si acepta el riesgo de la predisposición
que sensibiliza, del ambiente que precipita, del tiempo que lo determina y de
la libertad que aún condicionada le permite trascenderse podrá encontrar la
autenticidad de su existencia a pesar que las circunstancias se le impongan.
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CITAS EN EL TEXTO
[2]
Martínez-Romero Gandos, José (2021) Logoterapia grupal. Autotrascendencia
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del autor.