La situación del Hombre en nuestro
mundo actual es la del expectante Capitán de un barco en la tormenta que ansía
llegar a puerto pero anticipa conductas defensivas que no lo lleven al
naufragio. El presente globalizado muestra estructuras sociales que se deshacen
anunciando el naufragio. El hombre de
hoy tiende a reconstruir su ayer observando en las playas solamente restos de
otros naufragios. Algunos transforman esta visión apocalíptica en una búsqueda
inquieta que permita el sentido pleno de la existencia, deseosos de articular
lenguajes diferentes, de reconstruir armonías perdidas, de convivir en una
comunidad capaz de ser-en-el-amor, sanando las actitudes negativas con una
espiritualidad en armonía con el cosmos y la naturaleza.
Al
examinar el desenvolvimiento de las funciones psíquicas en la Persona, la
Psicología ha intentado describir la formación de la Personalidad como el
resultado sintético de su actividad general. La Personalidad es, así, una
adquisición progresiva y continua en el curso de la existencia. Para Lersch[1] la
Personalidad expresa, sintéticamente, el resultado de la estructuración de los
aspectos orgánicos, psíquicos y espirituales del hombre. Sus características
fundamentales son las de UNIDAD Y
CONTINUIDAD.[2]
Concebida como el resultado de una
función, su unidad es inconcebible sin su continuidad. Siendo ella resultado de
la experiencia individual sería absurdo concebir a este resultado como estático
e invariable para cualquier Persona. La Personalidad es una pero siempre
diferente de sí misma. Incluye las funciones biológicas que no le dan entidad
mas que “ab initio” y persisten invariadas como fundamento estructural a través
de los constantes cambios resultantes del contraste con la experiencia intra y
extra psíquica.
El carácter de fundamentación
constitutiva, programadora de esta base biológica, que implica una organización
bioquímica, anatomo-fisiológica, inmunológica, enzimática, etc., tiene carácter
de recapitulación del proceso de hominización, esto es, de abreviación singularísima
ontogenética de un largo proceso filogenético en medio del cual ha podido
surgir el hombre.
Este proceso del surgimiento del
Hombre, tan en estrecha relación con los procesos de la herencia, ha permitido
el surgimiento de teorías “sociogéneticas” que postulan la “herencia
históricamente condicionada”. No compartimos esa postura. Preferimos adherirnos
a formulaciones teóricas que postulan a esa herencia como un proceso que se
actualiza, perfecciona y configura de un modo único en la Persona humana, desde
la concepción. El pensamiento de Juan Rof Carballo[3]
al respecto será considerado más adelante.
Desde ese momento, la concepción, y
hasta el sublime de la madre al “dar a luz” (aún en las peores circunstancias)
para que la Persona “vea la luz”, las primeras relaciones infantiles y el
entorno van a ir determinando, radical y primariamente, la forma de interpretar
esa realidad y la Personalidad se configurará única e irrepetible.
La realidad trascendental de este
encuentro primario en que el hombre es constituido suele ser desvirtuada o
diluida por la conceptualización parcializada. Se acentúa el análisis de su
potencial hereditario, se destaca la actualización por el ambiente de este
potencial genético, se fija exclusivamente la atención en la relación simbiótica
madre-niño, se multiplican los vértices de estudio al subrayar la importancia
de la socialización en la primera infancia, se lo correlaciona con las etapas
evolutivas o se pretende sintetizar todo esto en la relativa significación de
la amplitud “inteligente” o “adaptativa” del ser humano.
¿Será cada uno de estos aspectos o
todos, simultáneamente?
Quedarse fijado en distinciones
entre “energía” o “estructura”, “instancias”, “topografías” o “estratos” de la
Persona investidos de energía libidinal que la van modificando es dejar de lado
el progreso de la ciencia en general que tiende a examinar la realidad como
organizaciones complejas que la organizan en distintos niveles de “entropía”.
Para el ser humano es posible aceptar que esa “energía” se invierte o anima en
una estructura, la estructura de la Personalidad, que produce una unidad
radical entre estas fuerzas instintivas, las organiza en un desarrollo
multidimensional y permite su manifestación de acuerdo a distintos niveles de
integración intra y extra psíquicos presentes en una armonía que madura y crece
en el vínculo interhumano.
Entendiendo la Personalidad como una
estructura cuyos componentes organizados responden a estímulos complejos,
podemos observar y describir la ordenación y disposición de sus relaciones y
conexiones como una totalidad, no limitada a la suma de sus partes y con una
acción dinámica de carácter teleológico. Esta construcción, ordenación y
articulación simultánea de la Personalidad en una sucesión temporál única y
finita, que determina sus modos de expresión y significación
Para P. Lersch[4]
el concepto de Persona designa la estructura ascencional que culmina en
el desarrollo de una teoría que podría calificarse de Psicología ontológica.
En Lersch están integrados el largo pasado que da lugar a la moderna
Psicología y en su corta historia puede encontrarse en
este autor una elaboración magnífica de una síntesis creadora acerca de la
Personalidad. Esa síntesis la expresa en su teoría a través de los conceptos de
división básica de la Personalidad en un plano endotímico y en una
superestructura personal que pusieron fin a los antagonismos que caracterizaron
la Psicología de la primera mitad del siglo XX. Su obra puede considerarse una Triebpsychologie
(psicología de los instintos) pero a diferencia de Freud, su concepción de
la vida humana es pluritemática, abierta a la diversidad de lo
humano en el plano individual y social. Sin que se convierta en una barrera
infranqueable para el estudio de la naturaleza humana, pone distancia entre el
Hombre y los animales.
No niega en el plano psíquico las
analogías con la vida instintiva animal pero se ponen de manifiesto sus peculiares
y sustanciales diferencias. La clave para la comprensión de su teoría está
en que considera la vida instintiva humana, aún en el plano del hambre y sexo,
como mas tendencial que propiamente instintiva. Prefiere el término en
alemán de antrieb (tendencia) por el de trieb (instinto).
Coincidimos, plenamente, con este
autor y consideramos que no solamente es imprescindible el conocimiento de su
teoría por todos los estudiosos de la Personalidad sino que nos es de suma
utilidad para la comprensión de la Persona que consulta en sus dimensiones bio-psico-social
y espiritual.
La Personalidad, dice Lersch, no
puede compararse con un árbol en el que las raíces permiten la verticalidad y
el sostén de su estructura al viento. La semejanza con el Hombre es
estrictamente inversa. Las raíces deberán ser superiores para que la
comparación fuese aceptable porque permiten la expresión valorativa y el uso de
la libertad que son esenciales para la trascendencia del Hombre. Esta realidad
suprabiológica no niega el plano de la vitalidad. En la consideración de la
Persona la verticalidad está sostenida por esta superestructura. De allí la
comparación que hace el Prof. Ramón Sarró en el prólogo del libro citado.
Lersch, que rescata para la
Psicología el arte de la visión inmediata de los fenómenos, utiliza el método
fenomenológico para el análisis cualitativo de la experiencia. En este sentido
incluye el análisis de la percepción, de la tectónica de la personalidad, el
análisis de los aspectos tendenciales y emocionales, intentando penetrar en la
intimidad de los fenómenos relativos al hombre, no en forma teorética, sino en
su quidditat, en su esencia.
En el importante prólogo que Sarró
hace para el libro de Lersch destaca que el autor supera el axioma subjetivista
que daba punto de partida legítimo para la Psicología a la introspección, el
axioma atomista que establece una relación de jerarquía entre los elementos
concientes y los fenómenos superiores, el axioma sensualista que destaca la
fundamentación en los sentimientos elementales para justificar la genética de
la vida psíquica o el axioma mecanicista que, mediante principios asociativos, justifica el enlace de las vivencias
simultánea y sucesivamente.
En sustitución de estos axiomas
Sarró[5]
encuentra en Lersch los siguientes principios que resumen, magníficamente, su
obra:
1.
La
concepción, tanto de la vida tendencial como emocional, es pluritemática.
2.
Los
distintos métodos psicológicos son convergentes; son diversas perspectivas de
un mismo objeto.
3.
La
conceptuación psicológica no es delimitativa, sino acentuante, es decir, un
fenómeno psicológico forma siempre parte de la totalidad y conceptuarlo
equivale a destacarlo sobre ese fondo global.
4.
Las
distintas funciones psíquicas no son distintas en el sentido de que funcionan
independientemente; actúan indisolublemente entrelazadas constituyendo una
“Gestaltkreis”, una circularidad funcional, ininterrumpida. Así, la percepción
es en su primer plano, pasiva, pero en su plano de fondo, es activa en tanto
que apetitiva. Así mismo, la apetición es sentimentalidad, e inversamente. Y
todo este sistema circular y circulante no está cerrado sobre sí mismo, sino
que es “comunicante”, constantemente abierto al mundo. La vida psíquica es relación,
esta oscilación antropocósmica, este diálogo entre “ego” y mundo, concebidos,
no como entidades independientes, sino como polos de una misma realidad. Por
ello la imagen del mundo pertenece a la psicología tanto como los más íntimos
procesos volitivos e intelectivos.
5.
El
principio de la estratigrafía en sentido vertical realiza la misma función que
el de circularidad en el plano horizontal, es decir, que es a un tiempo
diferenciador e integrativo; los estratos no tienen existencia independiente,
son sólo “regiones” de la vida psíquica global.
6.
El
principio de la persona como integración total y estructurada de la vida
psíquica
Para constituir una Psicología
moderna, capaz de plantear el problema de su unidad y las posibilidades de
interdisciplina y transdisciplina, Lersch[6]
reconoce su deuda con el pasado, producto de su reflexión científica sobre el
hombre basado en Aristóteles, San Agustín, Santo Tomás, Gracián, Pascal,
Shopenhauer, Nietzche, Wundt, Krüger, Husserl, Scheler y Heidegger, en una
corriente integradora que no desprecia la base de una ciencia natural
experimental pero que agrega el aspecto cultural.
[1] Lersch,
P. – La estructura de la Personalidad, Edit. Scientia, Barcelona, 1968 –
pgs. 54/57
[2] Lersch, P. – op.cit. pag. 57 dice:
“Por el contrario, se es persona en una acepción mucho más amplia en la
constitución ontológica del mundo, como ser humano singular, único e
insustituíble, que realiza y experimenta su existencia en y con el mundo, a
través de las múltiples funciones y contenidos de la vivencia.”
[3] Rof
Carballo, Juan – El Hombre como encuentro – Ediciones Alfaguara, Madrid,
1973.
[4] op. cit.
[5] Lersch, P. – op. cit. Prólogo,
pag. XXVI y XXVII. Prólogo de Ramón Sarró.
[6] Op.cit.
pag. XXXIX a XLV,