Dr. Frankl y Dr. Martínez-Romero en Caracas 1985

martes, 1 de diciembre de 2020

La globalización en tiempos de pandemia. Como globalizar la solidaridad y anular la escalada egoísta.

 


¡El virus no existe! ¿Cuántos muertos registra hoy nuestra comunidad? Solamente nos salvará una vacuna. ¡Los políticos no se pueden guiar por el miedo y aprobar vacunas sin seguridad! ¡La urgencia no puede suprimir medidas de control y riesgo!!

Frases como éstas o semejantes pueblan todos los continentes, saturan los informativos, enfrentan a políticos y comentaristas, frente a la instalación de una pandemia debida al virus llamado popularmente COVID-19.



Se ha globalizado la pandemia. Se ha globalizado el miedo. Se han globalizado las críticas y también los llamados pidiendo ayuda, medios, inversiones, controles, penalizaciones o soluciones. Pero el virus no sabe de conflictos y se difunde porque la población mundial sucumbe ante las demandas económicas, el consumismo establecido como sistema y la falta de solidaridad.

Pocos saben lo que significa, en realidad, el término “globalización”. Opinan algunos que la globalización es un proceso económico, tecnológico, político, social y cultural a escala mundial que consiste en la creciente comunicación e interdependencia entre los distintos países del mundo, uniendo sus mercados sociales a través de una serie de transformaciones sociales y políticas que les brindan un carácter global.

Este proceso originado en el seno de la civilización occidental y que se ha expandido alrededor del mundo en la segunda mitad del S. XX recibe su mayor impulso con el fin de la Guerra Fría, y continúa en el siglo XXI. Se caracteriza en la economía por la integración de las economías locales a una economía de mercado mundial donde los modos de producción y los movimientos de capital se configuran a escala planetaria. Esto dio en llamarse “nueva economía”.

La globalización nos somete a cambios y presiones a veces no deseados. Ríos de tinta han cubierto publicaciones acerca de este fenómeno actual. En la historia de las grandes civilizaciones la única forma en la que se conseguía alcanzar era por medio de las conquistas. Sangrientas e injustas siempre. Los filósofos de todas las épocas han defendido que, ante el desarrollo de una nueva conquista debíamos prepararnos para no perder, ni un ápice, nuestra condición de persona.

Tanto en la antigüedad como en el presente aparecen voces que resaltan, ensalzan o alaban los beneficios de tal o cual globalización. Pero si fijamos nuestra atención en todo el contexto en el que se incluye el mencionado fenómeno rápidamente observamos consecuencias inmediatas e ingratas de su implantación: Recesión, pobreza generalizada y estructural, déficit económico general, crisis en la institución familiar y alteración del goce de la libertad. Las consecuencias de este proceso caen sobre toda la población y los economistas del Establishment aún no han encontrado soluciones.

La economía globalizante tiende a motivar el esfuerzo individual para que la persona obtenga ventajas De esta forma no se contribuye al bien común, la comunidad se resiente, los éxitos de UNOS se convierten en fracasos de los OTROS. La lucha se establece por el bienestar personal, el ascenso económico y social, la posesión de bienes. En este tipo de relaciones comunitarias cada hombre es un potencial enemigo de su vecino o compañero de trabajo, su familia y aún los amigos. El resultado es el aumento de la agresividad, dificultades en las relaciones interpersonales y una ansiedad general. Muchas instituciones tienden a programar la distribución indiscriminada de pseudos beneficios sociales, siempre generales, mínimos y decididos por el poder. Se desconocen las condiciones individuales, las conformaciones culturales y la libertad del Hombre.

En estas líneas intentamos llamar la atención sobre la verdadera esencia del Hombre. De una manera u otra tratamos de alertar sobre las utopías. Aquí denunciamos, una vez más, el hambre, la desocupación, la miseria, el aumento de la deuda, flagelos con los que cerramos el Siglo XX y aún continúan en el nuevo siglo.

Sin posibilidad de clonación, cada Persona necesita cuidados que van ligados a un complejo entramado psicosocial en la que manifiesta sus valores y desarrolla sus propios procesos de adaptación. Solamente en una perspectiva holística del problema podremos descubrir las verdaderas necesidades del Hombre. La génesis de este proceso es universal, que no globalizante, porque cada persona es única e irrepetible, libre y responsable para decidir sobre su futuro y su auto-trascendencia.

Cuando la consideramos en estas dimensiones bio, psico, social y espiritual queda claro que la totalidad del Hombre no puede reducirse a un solo fenómeno y debe entendérselo como una unidad de sentido y como una unidad estructural. En esta pluralidad de dimensiones el Hombre experimenta el sí mismo y su relación con el mundo. Su esencia es ser libre y responsable, respondiendo a valores y proyectándose en un futuro trascendente.

Aristóteles decía que con el asombro comienza la Filosofía. Cuanto más reflexiono sobre mi existencia más oscura veo mi existencia particular. La comprensión, la inteligencia y el lenguaje me quedan cortos para explicar esta realidad que enfermedad y muerte: la pandemia. ¿Cuál es la actitud específicamente humana a seguir? Es una época difícil para dar lugar al asombro.

El desafío es construir un sistema en el que la solidaridad sea el centro. La vertiginosidad con que la globalización difunde sus mensajes impide a los ciudadanos una elaboración crítica y ética de su verdadera influencia. Deslindar la verdad es muy difícil e impide la expresión auténtica de sentimientos y proyectos. Muchos quedan paralizados frente a la pandemia, otros la niegan, aquellos no toman medidas de prevención y la responsabilidad brilla por su ausencia.

Desde nuestra posición ideológica debemos reconocer los cambios en la realidad social pero alertar sobre las posibilidades, casi seguras, de caída en el vacío existencial, en la vida sin sentido y en la superficialidad de la actividad cotidiana, cuando no en la contemplación de la destrucción de nuestra sociedad y modo de vida. Debemos preocuparnos intensamente por ese futuro.

Prever los problemas psicopatológicos derivados de sentimientos profundos de soledad provocados por esta sociedad globalizada, vigilar la aparición de comportamientos alterados que modifican e impiden esa plenitud de vida, encarar las sutiles y a veces brutales circunstancias en las que se altera la convivencia familiar y contribuir al bienestar es el desafío de la hora.

Las alteraciones mencionadas son multifactoriales. Una inadecuada utilización de los recursos de las comunidades lleva al aumento de los problemas mencionados, limitando la pretendida eficiencia del sistema.

La gestión de proyectos que incorporen rápidas y profundas innovaciones en la atención sanitaria y en la educación son los parámetros iniciales necesarios. Aceptar la sugerencia de los economistas implica buscar formas modernas de aumento de la eficacia y la eficiencia del sistema. Pero esta eficiencia debe complementarse con la actividad comunitaria que genere en la población espacios culturales para evaluar sus propias necesidades y encontrar criterios definidos para que las soluciones sean, cualitativa y cuantitativamente, aceptables y aceptadas por todos. Esta es la verdadera innovación: la vida solidaria.

El concepto de “salud” de la Organización Mundial de Salud comprende el bienestar biológico, psíquico, social de las personas y no solamente la ausencia de enfermedad. Los técnicos diferencian “salud objetiva” de “salud subjetiva” definida la primera como “la capacidad para la función” y la segunda como “la significación que la persona otorga al sentirse bien”.

La economía provee los parámetros necesarios para el desarrollo de un aspecto esencial de las comunidades. Pero no el principal. Sin posibilidad de clonación, cada persona necesita cuidados que van ligados a un complejo entramado psicosocial en el que se encuentra ligado afectivamente, en el que manifiesta sus valores personales y en el que desarrolla sus propios procesos de adaptación. Los enfermos de COVID-19 son ingresados en hospitales hoy al borde de la saturación. Si empeora su estado las UCIs también están colapsadas. Mueren sin la presencia de sus familiares. Son enterrados sin ceremonias. Las familias y amigos quedan destrozados. Pero aún ante este panorama no observamos una reacción responsable de la mayoría de la población. Multitudes en los centros comerciales porque hay que celebrar las fiestas de fin de año, los jóvenes violando disposiciones de distancia y control para realizar macro fiestas llenas de alcohol y sin medidas preventivas, empresarios que no realizan las prescriptivas medidas de seguridad para sus obreros y empleados, etc. etc. etc.

 Solamente una perspectiva holística del problema permitirá descubrir sus verdaderas necesidades. La génesis de este aspecto evolutivo humano es universal. Universal, que no globalizante, porque cada persona es única e irrepetible, libre y responsable para decidir sobre su futuro y sobre su auto-trascendencia. La globalización no siempre permite este aspecto esencial de la Persona. Si no es obligado a abandonar aquello que le pertenece por esencia, el hombre es capaz de incorporarse a un proceso intenso de desarrollo como el que comentamos. La condición es el respeto por su esencia: la libertad.

¿Cómo es posible aumentar la solidaridad en un mundo egoísta, consumista y superficial? Volviendo a lo clásico sin abandonar lo actual.

Mostrar a los responsables de la producción que sin la debida motivación, sin el ejercicio periódico de la creatividad, sin la esperanza en un bienestar futuro para su familia, sin la atención sanitaria debida, sin educación generadora de estructuras valorativas, el Hombre se aliena y por ende rinde menos.

¿Podrán las empresas redescubrir estos conceptos? ¿Podrán los jóvenes responsabilizarse y construir una generación tal que sea modélica? Los jóvenes necesitan una fuerte motivación que movilice sus potenciales creativos y productivos. Ellos ven el porvenir con nubarrones y dejan cesantes sus energías solamente dirigidas a sostener una vida provisional llena de adicciones, agresiones o depresiones.

Recordar que el hombre es lobo del hombre pero que, simultáneamente, es también el que ha desarrollado su creatividad hasta los límites insospechados de la actualidad. Luz y sombra de la historia. Creación y destrucción. Amor y guerras.

Apuntemos al amor y a la solidaridad.

No se forman “colaboradores solidarios”. He aquí la sencilla fórmula de desarrollo comunitario ya señalada en la Biblia.

La formación de estos “colaboradores solidarios” permitiría un doble efecto positivo inmediato.

El hombre común, sin ninguna elaboración intelectual, sin la necesidad de ningún estudio sistemático, vivencia esta naturaleza espiritual de su ser Persona. Vivencia esta angustia por su finitud y se esfuerza en su auto-trascendencia. No se le escapa que su vida vale la pena vivirla, plenamente. Y se esfuerza para encontrarle sentido a pesar de las circunstancias que, inevitablemente, lo rodean y frustran muchos de sus proyectos.

En muchas oportunidades encuentra ese sentido a pesar del sufrimiento que le produce el dolor por la pérdida de un hijo, el dolor físico de una enfermedad o trauma, la carencia de un empleo o una casa, o la necesidad de enfrentar catástrofes naturales.

El Hombre es capaz de esto y mucho más. Si enferma, sufre o padece pérdidas busca la “cura”.  Todos buscan la “cura”, el cuidado de un otro. Ese “otro” puede ser padre, hermano, amigo, hijo o compañero. Muchas veces esta compañía es el verdadero trampolín que los coloca, nuevamente, en la senda del sentido.  Aceptan la transitoriedad de la existencia, superan el sufrimiento y recobran la esperanza.

Cuando esto no es posible recurren a un profesional en busca de la “cura”. Según de que “cura” se trate consultan a un médico, un psicólogo, un psicopedagogo o un religioso. Cualquiera de estos profesionales es la persona que “impulsada por su eros terapéutico, aprovecha su preparación técnica para cuidar a sus semejantes, como prójimos, cuando lo necesitan o están enfermos”.

Para que esta “Misión” no sea una mera declaración de buenas intenciones debemos citar a nuestro Maestro Viktor E. Frankl.. Según Frankl, nuestra “Misión” como Logoterapeutas es la “cura médica de almas”. Es una pastoral “médico-psicológica”. Según los griegos, la persona encargada de “cuidar” el cuerpo era el “mëdos”, derivando de allí la palabra “médico”. Para esa cultura el “therapeutikós” era el siervo encargado de cuidar el templo, es decir, el lugar por excelencia para la vida espiritual.

Quienes nos dedicamos a esta profesión, y en especial los Logoterapeutas, aceptamos y reconocemos nuestra “Misión” como aquella destinada a colocarnos al servicio del otro para ayudarlo a mejorar sus “dolencias” cuando éstas lo agobian, librarlo de su angustia cuando el daño es positivo y facilitar su reencuentro con el sentido, a pesar de todo y contando con los valores de su propia existencia. En este tiempo de pandemia también es “apelar” al ejercicio de la responsabilidad.

Deberíamos contribuir con nuestra experiencia para el desarrollo de una acción logoterapéutica que se proyecte sobre la comunidad contribuyendo a la promoción y perfección del Hombre en función de valores éticos de solidaridad, logros en el marco superior de la responsabilidad social y calidad de vida respetuosa de la dignidad de la Persona.

Nuestra “Misión” no necesita de grandes tratados de Psiquiatría, Psicopatología o Técnicas Psicoterapéuticas. Los “Maestros” y “Tratadistas” han contribuido a nuestra formación básica imprescindible. Ahora nos basta la definición del diccionario: “Misión es la acción de enviar. Es el poder que se dá a un enviado para cumplir su cometido. Es, también, el deber moral que cada hombre le impone su condición o estado”.

Somos enviados para servir en la “cura” o cuidado del otro y es para nosotros un deber que nuestra condición nos impone. “Pastores de almas” que buscan encarrilar la oveja hacia la recuperación del “sentido” de vida. El Derecho nos otorgaría la condición de “curadores ad-bona” que define a quien cuida los bienes de un incapacitado. ¡Y qué mayor incapacidad que carecer de la voluntad necesaria para encontrar sentido a la vida a pesar de todo!

Esa es nuestra “Misión”. ¿Y cuál es nuestro pago? El diccionario vuelve a ser útil para definir la cuestión citando la acepción que atribuye a “Misión: alimento que se señalaba a los segadores por su trabajo”. El cumplimiento de la Misión es nuestro alimento y pago verdaderos.

¿Cómo podemos lograr estos propósitos en esta sociedad en crisis, con poco ejercicio de la solidaridad y padeciendo una pandemia?

Debemos ajustar nuestra Misión para afirmar, repetidamente, el concepto de Logoterapia como propuesta facilitadora del desarrollo de proyectos y valores. Una propuesta que debe considerar la posibilidad de comunicación efectiva y afectiva, promover la reflexión sobre los valores y el sentido de la vida, no olvidar la integración psicológica y social y facilitar la armonía entre la libertad y la responsabilidad.

Nuestra tarea como Logoterapeutas es preguntarnos si podemos hoy ayudar al Hombre existencialmente frustrado a encontrar un sentido en su vida. Muchas personas piensan que tal  vez  es tarde para esta tarea en un mundo totalmente globalizado, en crisis y vacio existencialmente. Creemos que no.

Concluimos que es necesario considerar la posibilidad de establecer una sociedad basada en el respeto por la Persona. Esta persona necesita obtener el máximo de oportunidades para realizarse dentro de la comunidad de su elección, desarrollar y usar sus potencialidades y encontrar un trabajo digno.

En ese contexto es posible que pueda dar y recibir, encontrando en la comunidad su oportunidad de ser solidario con acciones de acuerdo a los más altos valores y con un ejercicio continuo de responsabilidad”

Diciembre de 2020.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario