Estamos transitando junio del
año 2020 en medio de una pandemia por COVID-19 que ha dejado miles de muertos,
infectados con o sin síntomas y un confinamiento generalizado que empezamos a
abandonar en función de medidas gubernamentales y opinión de expertos.
En un mundo globalizado como
el actual las noticias, opiniones y discusiones sobre el tema se multiplican
vertiginosamente y nos inundan en medios y círculos especializados.
Personalmente estuve
dedicado en las últimas semanas a recibir y comparar opiniones de colegas de la
Psicología y otras ciencias afines. Escuché videos y transmisiones directas
desde México, Perú, Colombia, Chile, Inglaterra y España. En este último país,
en el que resido desde hace 20 años, tuve oportunidad de escuchar opiniones
transmitidas en una mesa redonda que organizara la Federación Española de
Asociaciones de Terapia Familiar FEATF tratar el tema “Virus, Ciencia y
Conciencia”.
Coincidí con el pensamiento
de colegas, excepto con el de una joven bióloga que habló sobre el virus y sus
posibles vacunas desde el conocimiento de su ciencia, que yo desconozco por
supuesto.
Muchos de nosotros hemos
estado confinados en el hogar por más de 60 días. Mientras tanto, allá afuera,
las ciudades intercambiaban su ruido por silencio, menos tráfico y no había
gente en las calles. Cuando salimos a la calle, como si fuera la primera vez,
nuestra mirada se centró en una multitud de aspectos familiares, pero ahora con
una nueva perspectiva y atractivo.
Tratando de asumir esta
realidad del Siglo XXI nos fijamos en el pasado para intentar comprender o
justificar la pandemia y los actos de gobiernos y personas al respecto. Pero
nuestro presente, este instante especial en medio de la pandemia puede no
satisfacernos. Dirigimos, entonces, una mirada al futuro para imaginar una
salida aceptable para nuestro bienestar y comunicación con nuestro entorno.
Lo primero que destaca en
todos los comentarios es que no estamos preparados para una crisis del calibre
de la presente situación. La crisis nos sorprendió aunque nos recordaran,
rápidamente, todas las pestes y desastres anteriores sufridos a escala mundial.
Nos dicen los historiadores: “siempre que hubo pestes nos enclaustramos y
esperamos que pasara”. Otros registraron los millones de muertos. “Siempre en
las pestes se cerraron fronteras y se impusieron normas militares de control de
la población”, agregan. En muchos de esos períodos históricos no hubo
psicólogos o sociólogos que registraran o comentaran los efectos negativos
sobre la salud mental y la comunicación de nuestros antepasados.
Los políticos actuales se
limitan a gestionar el presente teniendo una visión nublada de las perspectivas
futuras y de las acciones pertinentes para esa situación. Se necesita algo más
que gestionar la pandemia actual. Se necesita considerar la complejidad de la
situación que afecta a personas, comunidades, instituciones y medios de
producción.
En esa mesa redonda me
sorprendió positivamente la opinión de un filósofo, el Dr. Daniel Inneraty,
quien describió perfectamente esto que comentamos y los moderadores nos recomendaron
su libro “Una teoría de la democracia compleja” en el que señala la posibilidad
que en ese futuro se cree un “sistema organizado de alertas tempranas” que nos
permita y les permita a los responsables de la salud mundial decidir que se va
a hacer después. Decisiones que no podrán eliminar o modificar su carácter
dramático.
¿Quién ganará la batalla?
Espero que la naturaleza y los hombres haciendo uso de su capacidad de predecir
y encontrar soluciones llámense éstas vacunas, solidaridad, reparto equitativo
de los bienes imprescindibles para la supervivencia, etc.
Lo que seguramente será
común y universal será la incertidumbre. Hoy esa incertidumbre aún permanece
provocando ansiedad. ¿Cuándo podremos abrazarnos, salir normalmente a nuestro
mundo, dejar de usar mascarillas o reunirnos o reunirse la gente en número y
sitios de su incumbencia? Chi lo sá!!!
Lo que sí sabemos porque lo
estamos comprobando los psicólogos a partir de consultas de personas que sufren
efectos posteriores al sufrimiento del COVID-19 o el de sus familiares,
especialmente cuando hay muertes cercanas, es que esta pandemia afecta la salud
mental de todos nosotros.
Observamos un efecto directo
por el sufrimiento en estas situaciones que mencionamos. Efectos que pueden
producir secuelas tanto neurológicas como psicológicas.
Pero hay un efecto indirecto
sobre las personas que observamos a partir de sentimientos de soledad, alarma o
angustia provocada por la falta de trabajo o empeoramiento de las condiciones
socio-económicas. Los síntomas indirectos producidos son la ansiedad, el
insomnio, la depresión y en contados casos el suicidio.
Los que sufren intensamente
son, asimismo, los familiares de los muertos por COVID-19 cuando la despedida
está muy condicionada por normas o incluso estas normas impiden la despedida y
la elaboración del duelo pertinente.
Paradojalmente la opinión de
los expertos de clínicas psiquiátricas o de los psiquiatras en general es que
los enfermos mentales graves o crónicos como psicóticos o pacientes con T.O.C.
mejoran en relación a los efectos de la pandemia, especialmente aquellos que no
podían salir a la calle o estaban limitados porque su entorno transmite la
realidad exterior como limitada. Los pacientes obsesivos encuentran
justificación a sus síntomas y se sienten beneficiados por tener que lavarse
las manos tantas veces, usar mascarillas, alejarse de determinados sitios, etc.
No debemos olvidar una
incidencia importante de la pandemia sobre los inmigrantes, las personas sin
familia de apoyo, los homeless o los desocupados de cualquier oficio.
En algunos casos la
obligación del aislamiento lleva a familias a encontrar nuevos canales y formas
de comunicación. O a empeorarlos. También aumentan las formas de agresión
machista en parejas confinadas con conflictos previos.
Lo que sí podemos decir que
coincidimos con muchos expertos es en tener cuidado con las afirmaciones o
campañas de políticos y gobernantes acerca de lo que se ha llamado “la
desescalada para lograr paulatinamente llegar a la nueva normalidad”. La nueva
normalidad no existe. Es un concepto errado. Existe una realidad presente, con
un pasado condicionante o productor de experiencias y un futuro incierto. Normal
no es lo que abunda.
Tal vez convenga que todos
los psicólogos/psicólogas recordemos los aprendizajes que realizamos (por lo
menos teóricamente) cuando nos transmitían los conceptos del modelo de Olson
que nos permitiría identificar y
describir las dimensiones centrales de cohesión y adaptabilidad de la familia,
así como también mostrar cómo las relaciones familiares pueden distribuirse, en
un balance dinámico, entre constancia y cambio (dimensión de adaptabilidad) y
entre amalgamada y desligada (dimensión de cohesión).
Les dejo un esquema del
modelo de Olson para que podamos utilizar en la medida de nuestras necesidades
de asistencia a familias.
Esta cualidad premonitoria de Han tiene en 2020 algo de catártico pues acaba de publicar en España un libro, La desaparición de los rituales (editorial Herder) -Alemania lo leyó el año pasado- que adelantaba lo que ahora sabemos: «que los rituales dan estabilidad a la vida y son en el tiempo lo que una vivienda en el espacio». Sus querencias, el narcisismo exacerbado de la sociedad moderna, la muerte del deseo y la omnipotencia del consumo se analizan desde este ángulo, dibujando un panorama que, más que nunca, exige la rápida actuación del ser humano.
ResponderEliminarDice en su último libro que nos han vendido un estilo de vida intenso, y señala que quien espera siempre lo nuevo, lo estimulante, pasa por alto lo que ya existe. ¿Puede la pandemia reconducirnos a una vida distinta?
Algunos sociólogos ya están difundiendo un romanticismo del coronavirus. Hablan de desaceleración o de sosiego. Según ellos, esta sería una oportunidad. Volveríamos a tener tiempo para prestar atención al canto de los pájaros o para detenernos a oler el aroma de las flores. Pero conviene mantener un cierto escepticismo. Lo que probablemente sucederá es que tras la epidemia el capitalismo avanzará aún con mayor ímpetu y que nosotros viajaremos aún con menos escrúpulos. La presión para aportar rendimiento, para optimizarnos y para competir seguirá aumentando. En este momento el capitalismo no está siendo desacelerado, sino retenido. Reina una paralización nerviosa, una calma tensa. No nos abandonamos al sosiego, nos han obligado a una inactividad. La cuarentena no es un tiempo de tranquilidad. No se producirá ninguna revolución viral.
¿Acepta que se ha acelerado lo que usted plantea en su libro, que los rituales están desapareciendo?
La pandemia remata la desaparición de los rituales. También el trabajo tiene aspectos rituales. Uno va al trabajo a las horas fijadas. Y el trabajo se hace en comunidad. También el coworking o trabajo cooperativo apunta al carácter comunitario. Pero en el teletrabajo, al que la pandemia obliga, esta dimensión ritual se pierde por completo. En El principito de Saint-Exupéry el pequeño príncipe le pide al zorro que lo visite siempre a la misma hora, para que la visita se convierta en un ritual
Gracias por el Esquema de Olson. Cordial