Nos complacemos en reproducir aquí un artículo muy interesante de Giuliano Milla Segovia, joven psicólogo peruano que combina el análisis de la realidad coronavírica con una prosa casi poética y profunda.
Hacia
una psicología del confinamiento
Cuerpo,
espacio e interioridad.
Giuliano Milla Segovia
Este
aislamiento impuesto ha traído consigo una nueva forma de enfrentar el día a
día, a pesar de que las cuarentenas con sus respectivas pestes no son cosa nueva,
los tiempos son otros, el orden social es distinto. Podríamos atrevernos a
decir que las tecnologías de la información con su respectiva cibersociedad son
de los aspectos más contrastantes con otras épocas, con todas sus consecuencias
socioeconómicas, morales y psicológicas. Además, históricamente el individuo
tiene “más libertad”, pensemos en los antiguos patriotismos, los enlistamientos
para los conflictos bélicos, las grandes ideologías y las rígidas costumbres.
Es cierto que hemos abandonado los grandes relatos de occidente como apuntaba
Lyotard (1987) (v.g. el socialismo, el fascismo, el cristianismo moderno) y que
nos hemos quedado huérfanos en términos de sentido, pero reconozcamos,
finalmente con un campo de acción más ancho, con una libertad de elección más
generosa –elegir bien o mal ya es error o acierto de cada quién-, aunque
algunos desconfíen de esa libertad.
Imaginémonos los campos de
concentración de Auschwitz, de Dachau, de Treblinka, por mencionar algunos de
la Alemania Nazi. Ese claustrofóbico encerramiento en el que judíos, eslavos,
polacos y otros eran aniquilados con método en esas fábricas de muerte a la que
llamaron eufemísticamente “solución final”. Los lugares donde dormían eran
reducidos, cuartos precarios atestados de gente, los cuerpos apretados unos a
otros. Vejados en su dignidad les quitaban a los internos sus zapatos para darles
en su lugar otros calzados, viejos, rotos, con alambres en vez de pasadores,
solo figúrense el congelamiento de los pies durante el tiempo de nieve. Los
retretes eran huecos improvisados que por lo común no se limpiaban. A todo ello
agreguémosle el hambre, a veces una sopa rala o un pedazo de pan que solían
guardar para otro momento. Los nazis y los Judenrat (policía judía o capos) vigilando todo el tiempo, una
panvigilancia que violentaba el pudor. No había una expresión externa de la
intimidad, pues no había privacidad, eso que llamamos “espacio propio”,
“espacio íntimo”. El lugar donde “estar solos” solo se podía buscar en la
interioridad, en el adentramiento. Pues un digno espacio físico no había, un
lugar en el que recrearse y en el que expresar el cuerpo, era nostalgia.
El judío-austriaco, fundador de la
logoterapia, Viktor Frankl estuvo encerrado en estos campos de exterminio,
donde formuló su obra Un Psicólogo en los
Campos de Concentración [1946], que más tarde llamarían El Hombre en Busca de Sentido, donde en
palabras de él se desató “una dura lucha por la existencia” (1991, p.13). En su
obra, él denomina existencia desnuda a
la soledad de su cuerpo despojado de sus posesiones y objetos personales, que
sufre el duro arrebato de otros cuerpos a los que antes estaba vinculado. Hoy
podríamos hablar de una existencia
desnuda de otros cuerpos. Mi cuerpo, que ya no toca ni presencia otros
cuerpos, con sus olores, sus sonidos, su cercanía, sus muestras de afecto. Esas
ausencias que sufro. Pero también esas presencias a las que diariamente me
enfrento. Estamos en la Noche Oscura del
Cuerpo (1955), como titularía su poemario uno de los precursores del arte
conceptual, Jorge Eduardo Eielson, vale recordar su pluma:
CUERPO EN EXILIO
Tropezando con mis brazos
Mi nariz y mis orejas
sigo adelante
Caminando con el páncreas y a veces
Hasta con los pies. Me sale luz de las solapas
Me duele la bragueta y el mundo entero
Es una esfera de plomo que me aplasta el corazón
No tengo patria ni corbata
Vivo de espaldas a los astros
Las personas y las cosas me dan miedo
Tan sólo escucho el sonido
De un saxofón hundido entre mis huesos
Los tambores silenciosos de mi sexo
Y mi cabeza. Siempre rodeado de espuma
Siempre luchando
Con mis intestinos
mi tristeza
Mi pantalón y mi camisa
En el poema hay una clara
enajenación del cuerpo. El yo lírico padece la realidad, por eso “vive de
espaldas a los astros”, mutilado del cosmos, de ese paraíso terrenal del que
participamos como seres vivos, como naturaleza encarnada. Sin embargo, la voz
poética lucha, gracias al “saxofón hundido entre mis [los] huesos”, el arte que
sobrevive al espacio, la distancia, el tiempo y que nace de “los tambores
silenciosos de mi sexo”, dice el poeta. La literata peruana Lizbeth Talledo
(2009), nos da más luces sobre esta composición. Nos dice que en ella se plantea el problema de un ser
dislocado en su dualidad, aplastado por el mundo, exiliado en su propio cuerpo.
Menciona: “A
primera vista las partes del cuerpo se han desnaturalizado y confundido su función pero […] con mayor detenimiento,
deducimos que el objetivo está en
afirmar que la fuerza motor que mueve al ser y lo conduce proviene de su interior, de sus vísceras” (p. 111).
Nuestros
cuerpos están en exilio, desterrados del escenario social y por lo tanto,
afectivo. Nuestras tramas pausadas, también la vida pública. Hoy, esta se
reduce al campo virtual y a unas controladas horas en las calles para un par de
compras necesarias (sin tomar en cuenta a los imprudentes que salen por otros
motivos, algunos quizá sin motivos).
Es común que en el campo de la psicología
el papel del cuerpo quede relegado solamente a su rol fisiológico, químico y
hormonal o a las tan de moda neurociencias. Esto no es así, el cuerpo
trasciende lo biológico en la vida psicológica de las personas, ya lo había
dejado claro el psicoterapeuta americano Alexander Lowen en el Lenguaje del Cuerpo o el psicoanalista
austriaco Wilhem Reich con la Teoría de
la Coraza Muscular. El cuerpo y nuestra psique son un mismo organismo.
Teóricamente los separamos con propósito científico o académico, pero son una
unidad. Somos un cuerpo vivido, Leib.
La ansiedad es sentida en nuestro cuerpo, acelerado, tembloroso, agitado, con rápida
respiración, sudor excesivo, resequedad en la boca o quizás con cambios del
ritmo cardiaco; igualmente la depresión se reconoce por la baja vitalidad
física, dolores y fatiga inusitada, se revela en la postura, los mareos, en los
cambios de apetito. Esto solo por citar el papel del cuerpo en los trastornos
de salud mental más comunes. ¿Qué vivencias desatan en nosotros todos los
síntomas mencionados? La respuesta que demos será la referente al cuerpo
vivido. Ahora, preguntémonos, ¿qué consecuencias tiene el confinamiento sufrido
por nuestros cuerpos en nuestra psique?
La cuarentena nos obliga a estar
todo el tiempo en un espacio determinado. Algunos en espacios holgados, de
abundantes cuartos, otros menos favorecidos en casas angostas y mezquinas, con
apenas 1 o 2 habitaciones, más cercanos a las celdas de Auschwitz, sin sumarle
a ello las carencias que complejizan aún más la situación. Este contraste hace
que cada persona reaccione diferente a la situación. El escenario donde se va a
desarrollar la vida psicológica es notablemente disímil. Unos tendrán la
oportunidad de enfrentar este tiempo haciendo deporte, desarrollando una
habilidad artística, incluso corriendo. Se irán a una habitación en la que
puedan estar solos, consigo mismos un rato, sin escuchar las voces ni oler los
humores de los demás. Tendrán un lugar para poner sus objetos y controlarán su
propio orden. El home office será más
cómodo, libre de ruidos molestos. La vida sexual íntima seguirá conservada en
la privacidad personal
¿Y en la otra cara de la moneda? Un
golpe al pudor, a la añoranza de soledad, de poder estar a solas y consigo
mismo. Piensen en los hogares de una sola habitación donde padres negligentes
tienen intimidad a riesgo de que sus hijos los vean. En la irritación causada
por los ruidos de los niños por ejemplo en quienes desean concentrarse en el
trabajo (si es que tienen uno). En la frustración al no poder llevar a cabo cómodamente
el ejercicio del mindfulness, la
meditación, el deporte o el desempeño de algún tipo de arte, todo comúnmente
aconsejado por psicólogos y psiquiatras. Sumémosle la incertidumbre por el
factor económico para solventar las necesidades primarias y la ansiedad
desatada por el temor al contagio y el encierro ¿Qué pasa cuando las personas ya
se cansaron de mirarse las caras? Sobre ello recordemos el ensayo del polígrafo
Marco Aurelio Denegri (2015) llamado: ¿Cuántas
horas diarias es soportable el ser humano? En él concluye que somos
soportables 4 horas en promedio. Un desafío a la inteligencia emocional, a la
tolerancia y la paciencia. Nuestra subjetividad necesita un respiro de las subjetividades
que nos rodean. Parecemos estar en una encrucijada.
Por las redes sociales, andaban
circulando publicaciones y avisos de psicólogos que ofrecían soporte emocional
y consejería a las personas que atraviesen por crisis. Aquí hay por lo menos
tres problemas. El primero es que no todos tienen acceso a una cámara web o a
un teléfono, el segundo reside en que un profesional puede tener la mejor intención,
pero ¿ayudará de la mejor manera?, sin mencionar la iatrogenia. Y por último, ¿los que tienen acceso a la cámara web o
teléfono tendrán la privacidad necesaria para la consulta? Solo piensen en una
consulta relacionada a violencia familiar, a alguna vivencia confidencial o el simple
pudor, si es que el pudor es simple. Todos estos son problemas que necesitan
ser apuntados.
¿Qué salida hay a todo esto? Traigamos
nuevamente el testimonio de Viktor Frankl en Auschwitz:
“A pesar del primitivismo
físico y mental imperantes a la fuerza, en la
vida del campo de concentración aún era posible desarrollar una profunda vida espiritual. No cabe duda que
las personas sensibles acostumbradas
a una vida intelectual rica sufrieron muchísimo (su constitución era a menudo endeble), pero el daño causado
a su ser íntimo fue menor: eran
capaces de aislarse del terrible entorno retrotrayéndose
a una vida de riqueza interior y libertad espiritual” (1991, p.44).
Aparentemente, ante las limitaciones
espaciales y vitales impuestas a nuestro cuerpo hay una salida, la vida
interior, la intraversión. Que no necesariamente es una evacuación o huida a la
mente (esto podría ser contraproducente por los pensamientos rumiantes cargados
de miedo y pánico frente a la pandemia, o para los cuadros esquizoides) sino
más bien, los recuerdos, las anécdotas e historias compartidas y narradas en
familia. Los diálogos sobre temas cruciales del vivir, conocerse más. Por otro
parte, nos queda el sentido del humor, quizá satirizar la propia circunstancia,
decía VF que “el humor es otra de las armas con las que el alma lucha por su
supervivencia” (1991, p. 51), reírnos de la mezquindad de la vida y de nosotros
mismos no nos viene mal. Gracias a la libertad interior que no se pierde aún en
las peores circunstancias es que V.F. pudo sobrevivir a Auschwitz, narra:
“Los que estuvimos en
campos de concentración recordamos a los
hombres que iban de barracón en barracón consolando a los demás, dándoles el último trozo de pan que les
quedaba. Puede que fueran pocos en
número, pero ofrecían pruebas suficientes de que al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la
última de las libertad humanas
—la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias— para decidir su propio camino (…) Es esta
libertad espiritual, que no se
nos puede arrebatar, lo que hace que la vida tenga sentido y propósito” (1991, p.71-72).
Las personas son responsables de la actitud
que tendrán ante la adversidad, si caerán en la desesperación o si buscarán
salidas. Esto nos da un horizonte de esperanza. Frankl en su obra Psicoanálisis y Existencialismo (1963) explica
que el ser humano desarrolla tres tipos de valores: valores de creación,
ligados al ingenio para hacer y crear; en esta cuarentena pensemos en la
creatividad de los padres para jugar con los niños, de ese juguete llamado
imaginación como decía Charles Chaplin en Luces
de la Ciudad (1931), de la habilidad para crear e improvisar historias y
chistes, en resumen, en esa potencia que tiene todo ser humano para usar su
fantasía e inteligencia. Además, están los valores de experiencia, estos se dan
al valorar, al sentir, al vivenciar las experiencias que se suscitan en cada
segundo de nuestra vida, una buena charla, una comida compartida, la vista de
un bello atardecer, de una luminosa tarde, el aprecio de una luna llena, lo
satisfactorio de disfrutar de alguna habilidad de un integrante de mi familia,
compartir nuestros anhelos, proyectos, miedos; en conclusión, toda experiencia
rescatable, en la que encontremos algo bueno, algo bello, de valor. Y por
último, tenemos los valores de actitud, estos más trascendentes que los anteriores
porque en ellos se intenta otorgarle un sentido a la adversidad (al sufrimiento
diría Frankl), nos permiten darte un propósito a la desventura y los
infortunios. En este caso la salud, la vida. Hoy toleramos el encierro para
mañana gozar de la vida.
El ser humano, lejos de ser un
organismo determinado por reflejos condicionados o preso de sus tendencias
oscuras e inconscientes, es un ser capaz de responder con coraje aún en las
peores situaciones. Recordemos cómo inicia uno de los cuentos de La Palabra del Mundo de nuestro genial
Julio Ramón Ribeyro titulado Al Pie del
Acantilado:
“Nosotros somos como la
higuerilla, como esa planta salvaje que brota
y se multiplica en los lugares más amargos y escarpados. Véanla cómo crece en el arenal, sobre el canto
rodado, en las acequias sin riego,
en el desmonte, alrededor de los muladares. Ella no pide favores a nadie, pide tan solo un pedazo de espacio
para sobrevivir. No le dan tregua
el sol ni la sal de los vientos del mar, la pisan los hombres y los tractores, pero la higuerilla sigue
creciendo, propagándose, alimentándose
de piedras y de basura. Por eso digo que somos como la higuerilla, nosotros, la gente del pueblo. Allí donde el
hombre de la costa encuentra
una higuerilla, allí hace su casa porque sabe que allí podrá también él vivir” (1980, p. 127).
Esta cuarentena nos permite
descubrir la potencial higuerilla de nuestras almas, a pesar de la ruindad del
mundo. En nosotros está el poder de elegir la actitud ante esto que nos llevará
a vivir un sórdido Auschwitz mental o el fuego incesante de una higuerilla.
Bibliografía
Chaplin, C. (productor). Chaplin, C.
(director). (1931). Luces de la ciudad [cinta cinematográfica].
Estados Unidos: United Artists.
Denegri, M.A. (2015). Miscelánea Humanística. Lima: Fondo Editorial de la Universidad Inca Garcilaso de la Vega.
Eielson, J.E. (1955). Noche oscura del cuerpo. Madrid: Visor Libros.
Frankl,
V. (1963). Psicoanálisis y
existencialismo. México D.F.: Fondo de Cultura
Económica.
Frankl,
V. (1991). El hombre en busca de sentido.
Barcelona: Editorial Herder.
Lyotard,
J-F. (1987). La condición postmoderna.
Madrid: Ediciones Cátedra.
Ribeyro,
J.R. (1980). La palabra del mudo.
Lima: Editorial Milla Batres.
Talledo,
L. (2009). Manifestación de la crisis de
sentido en el hombre moderno en Noche
oscura del cuerpo de Jorge Eduardo Eielson. [Tesis de Licenciatura]. Universidad Nacional
Mayor de San Marcos, Lima.