Trataremos hoy acerca del concepto
de “ipseidad”. Es un término filosófico que suele asociarse a la idea de sí
mismo, pero en filosofía se recurre generalmente a él para hacer contrapunto
respecto de la noción de mismidad.
En ese contexto, que remarca la
dimensión existencial y no la estructural de la esencia, Jean Paul Sartre plantea
en su obra El ser y la nada (1993)[1] que
la ipseidad constituye el circuito que se encuentra entre el ser en sí y el ser
para sí. "La reflexión, pues, capta la temporalidad en tanto que ésta se
revela como el modo de ser único e incomparable de una ipseidad, es decir,
como historicidad”, concluye el pensador.
La temporalidad es el modo de ser de
lo humano y por ende lo humano es histórico. Esta dinámica abarca pasado,
presente y futuro y su totalidad nunca está acabada. En el momento que se
produce ya está más allá. De allí que sea necesario comprender al hombre como
un ser-en-el-mundo con historicidad. Para acercarse a la comprensión de ese
ser-en-el-mundo es necesario señalar que el en-si carece de tiempo y que se
presenta en el mundo como un “para-si” que esboza ya la temporalidad pero no,
aún, la conciencia. Esa temporalidad solamente puede revelarse en el ser de un
modo externo, objetivo y en un primer momento irreflexivo.
La acción humana no es de por sí
voluntaria. Implica un fin porque, en su temporalización, el ser en el presente
necesita aplicar lo que Sartre llama “negativité” es decir, negar la situación
para poder seguir avanzando. En esa carencia se abre a la posibilidad
inaugurando el futuro. Ese fin no se vincula a una voluntad o a una
deliberación, ilumina una serie de medios que permiten la apreciación y
experimentación de las cosas y de las estructuras del mundo. En esa apreciación hay elección y con la multiplicidad
de fines mediante la acción individual se promueve la constitución del
proyecto. El proyecto de ser vincula saberes prácticos y discursivos,
intelecciones, afectos, pasiones y voluntades (éstas pueden luego oponerse al
proyecto original) estableciendo “la historicidad” del sujeto que se integra
luego en el “proyecto global” de la sociedad, integración que provoca la
aparición del absurdo porque tal vez esto niega la libertad individual. Absurdo
dado ante la contingencia que opone facticidad a libertad. Esta facticidad
intenta imponerse sobre mi elección. Aquí queda patente que la única elección
imposible es “no elegirse”. Ello no significa que sucumba y pueda “elegir” por
la facticidad. Esto último, posiblemente, me arroje en la inautenticidad frente
al proyecto original.
Nos recuerda Marcello Furst de
Freitas Acetta (2015)[2]
que la ipseidad humana ha sido entendida metafísicamente a lo largo de la historia.
Y agrega que en ese sentido por ipseidad la tradición ha entendido a la
identidad humana, es decir, el modo como el individuo humano conforma su
experiencia de acuerdo con los elementos ontológicos previamente dados que
determinan su esencia. Su intento de comprender la ipseidad humana de un modo
no metafísico le obliga a una deconstrucción previa de la idea metafísica de
identidad ontológica.
Sin recurrir a conceptos y
discusiones filosóficas iniciadas ya en tiempos de Santo Tomás de Aquino y aún
actuales entre seguidores del Aquinate y los seguidores del aristotelismo
contemporáneo acerca de si el concepto Dios como ipsum esse subsistens puede ser equiparable a la sustancialización del
ser y de lo uno tal como lo concibió Platón[3]
lo que nos llevaría al absurdo de decir de algo que su esencia es pura
existencia, nos limitaremos a dialogar sobre el ser que es como existente
individual.
El existencialismo destaca el
carácter dado (la irreductibilidad) de la existencia, su prioridad sobre la
esencia. El origen latino de la palabra “existencia” nos remite a una
etimología que expresa algo que “emerge, aparece, se presenta, se hace
visible”. Es muy larga la lista de autores que han tratado el tema del ser de
la existencia. Como un recordatorio posible podemos decir, siguiendo a Vicente
Fatone[4]
que existir es ser un ser de lejanías porque no se limita el hombre a ser en el
aquí y ahora sino que esta realidad no lo agota y lo proyecta en la búsqueda de
su realización que siempre está en el horizonte como un irrealizable. En esta
situación tiene que elegir a cada instante entre todas sus posibilidades, no
las pasadas que ya no son, sino eligiéndolas en un juego creador que solamente
está en el futuro. El proceso de elección es un proceso liberador porque le
permite huir de lo ya determinado y crearse a sí mismo y a sus mundos. Esto es
la libertad. Pero esta libertad le produce angustia. El hombre al
existir fuera de sí, no puede sino sentirse amenazado, siempre inseguro de ese
su ser en permanente riesgo; y por eso mismo el hombre tiene que cuidar su ser.
Gracias a esta cura (sorge) el hombre es lo que es. La cura es paradójica, es
cuidado, pero nunca da seguridad. El hombre,
que es cura, es el ser inseguro, expuesto, el ser que constantemente
corre el riesgo de su ser. En ese ser de posibilidades que es el hombre siempre
hay un “todavía no” que le dá la condición de ser incumplido. No estará acabado
ni aún en la muerte. Porque la muerte no es existencia.
Esa posibilidad de ser se va
realizando siempre en el mundo que lo ubica como un ser abierto a él. Está
fuera de sí mismo. Ese “extrañarse” de si mismo, ese alienarse de sí mismo,
implica la temporalidad. Pasado, presente y futuro son las propias proyecciones
de su ser-en-el-mundo, tres formas de extensión hacia ese mundo. En el pasado
yo fui, no lo soy. Y lo fui de tal manera que me es imposible no haber sido. Es
irremediable. El futuro es lo que no soy pero puedo llegar a serlo. Estoy
abierto a él. Pero toda proyección se hace en el presente pero que a su vez es
también proyección de mis posibilidades.
El Existencialismo hace al hombre
responsable de sus actos concientes o no concientes. El hombre es un ser que
elige y se elige y que al elegirse se asume a sí mismo y se hace responsable.
En el juego de esa temporalidad el hombre es un ser en situación. Está
comprometido con su ser en una relación de la que no puede salir porque al
decir de Sartre “el hombre es un ser que en su ser le va su ser”. Soy quien
soy, siempre estaré en situación de ser. No puedo suprimir mi situación. No
puedo no elegir, no puedo no luchar, no puedo no morir. Son situaciones límite
que tendrá que tener el coraje de aceptar. De esta forma el existir es ser un
ser para la nada, para la muerte. La muerte es su posibilidad fundamental
porque no es posible no morirse. La muerte es el gran posible que permite los
otros pequeños posibles de la existencia.
Sobre la posibilidad de la
trascendencia de esa muerte encontramos diversas opiniones. Una de ellas es la
de Heidegger que se abstiene de hablar del último después; Sartre niega ese
después y Jaspers ve en el naufragio mismo la negación de la muerte y de la
nada, el ser sigue siendo para él. Somos seres finitos. Nuestros límites son el
nacimiento y la muerte. Existiendo somos fieles a estos dos límites.
Pero el hombre no está solo en el
mundo. Existir es ser un ser con los otros. Estar abierto a las cosas pero
también a otros hombres. En este sentido el hombre es dialogo. Tal vez sea
difícil entender que al abrirse a los otros el hombre se niega a sí mismo ya
que es posible que se identifique con las cosas y con los otros. Cuando se
afirma en lo que es, se compromete. Cuando niega lo que es, la nada se le
aparece.
Esta nada es lo que lo angustia. En
la nada de la angustia surge el todo. La nada hace surgir el ser y lo insta a
realizarse en la autenticidad aceptando sus limitaciones actuales y últimas o
permanecer en la angustia que provoca esa nada y caer en la cotidianidad y la
inautenticidad.
Resumiendo estos aspectos descriptos
diremos que el Ser Humano
se enfrenta a las preguntas propias del existir humano como son la finitud de
todos los proyectos y experiencias de la vida (nada es permanente, todo
termina) o la realidad de la muerte (propia y de nuestros seres queridos); de
la libertad y responsabilidad de la propia existencia; de la coexistencia con
otros seres humanos y los dilemas y conflictos que de ella derivan, así como de
nuestra propia condición individual y solitaria: pues a pesar de tener seres
queridos, nadie puede vivir nuestra vida y conocer realmente nuestra propia
experiencia; de la pregunta por el sentido y la búsqueda de una tarea y misión
para la propia vida. Estamos además lanzados a la incertidumbre y el azar, pues
nunca tendremos las respuestas certeras a los dilemas de la existencia humana,
las fórmulas para lograr la felicidad perfecta o el control absoluto de todas
las situaciones. Existir implica una aventura extraordinaria, llena de retos y
pruebas como el sufrimiento, la culpa y la muerte; requiere un trabajo personal
profundo que debemos aprender a afrontar de una manera positiva, pero a la vez
realista. Nadie nos entrena para Existir y lograr una vida consciente y plena. Mucho menos para encontrar y realizar nuestro
verdadero propósito.
Cuando no logramos afrontar la
existencia enfermamos física, psicológica y existencialmente. La enfermedad no
es algo que nos ocurre desde fuera y de manera casual, es el resultado de
nuestra relación con el mundo, con los otros, con nosotros mismos y con los
valores. Incluso si consideramos estar sanos y no tener ningún problema en la
vida, debemos detenernos y preguntarnos conscientemente ¿Qué estoy haciendo con
mi existencia? ¿Estoy realmente desarrollando la existencia que deseo vivir? ¿Estoy
viviendo de manera responsable el poco tiempo que tengo delante de mí? ¿Es esto
lo que quiero para mí realmente? ¿A dónde estoy yendo? ¿Soy realmente auténticamente
feliz?
[1] Sartre,
J. P. (1993) El ser y la nada. Barcelona; Altaya. pg. 188/189.
[2] Acetta,
Marcello (2015) Clínica, espelhamento e ipseidade: trajetória dum proceso
compreensivo. En “Situaçôes clínicas I. Análise Fenomenológica de Discursos
Clínicos. IFEN. Río de Janeiro. pg. 132.
[3] Ver
referencias a este tema en “El ser y su ser en Tomás de Aquino” de Liliana
Beatriz Irizar, Civilizar. Ciencias Sociales y Humanas, vol. 9, núm. 16,
enero-junio, 2009, pp. 179-191. Universidad Sergio Arboleda, Bogotá, Colombia.
[4] Fatone,
Vicente (1953) Introducción al existencialismo. Editorial Columba, Buenos
Aires.