En estos tiempos de COVID-19 nos preguntamos, constantemente, que nos está pasando, que está pasando en el mundo, cuál será nuestro porvenir. Tuvimos que pasar por experiencias que tal vez fueron difíciles, sin precedentes y con gran impacto social.
Muchos de nosotros hemos estado
confinados en el hogar por más de 60 días. Mientras tanto, allá afuera, las
ciudades intercambiaban su ruido por silencio, menos tráfico y no había gente
en las calles.
Hoy algunas medidas de prevención
siguen siendo restrictivas y hay nuevas reglas colectivas de regulación del
contacto social
Cuando salimos a la calle luego
de una cuarentena, como si fuera la primera vez, nuestra mirada se centra en
una multitud de aspectos familiares, pero ahora con una nueva perspectiva y
atractivo. Esto sucede porque somos seres sociales y habitamos territorios con
diferentes características cada uno de ellos que reconocemos según nuestra
experiencia.
La pandemia del COVID-19 tiene
que dejarnos alguna enseñanza. Las amenazas ecológicas al planeta ahora son más
evidentes. La cuarentena nos hizo tomar conciencia de las amenazas a los
sistemas naturales y sociales. No somos amos da la naturaleza. Somos “otros”
diferentes a esa naturaleza, pero también parte de ella. Lo que el Hombre hace
con la naturaleza según sus deseos deriva en una forma especial de ética y
responsabilidades muchas veces al servicio de intereses espúreos o al mandato
de capitales multinacionales. Estas grandes empresas deberían pagar dinero
extra por el daño que le hacen a la naturaleza (basura, restos contaminantes de
la producción, contaminación en general, etc.)
Estas consideraciones son
fácilmente asumibles por todos. Pensar que le dejamos a la posteridad. Recobrar
el dominio pleno de nuestra conciencia ecológica y recuperar un protagonismo
humano equilibrado con esa realidad que nos rodea. Habitar sin destruir.
Habitar con sentido. Habitar sin poner en peligro nuestra cultura y nuestro
patrimonio histórico, geográfico y cultural.
Todos nos preguntamos por el
mundo del futuro en la post-pandemia. No hay respuestas certeras, no hay
probabilidades imaginables, no hay predicciones. Porque tal vez, desde siempre,
no hay pasado ni futuro. Solamente el presente. ¿O no?
Dice Emmanuel Levinas en “De
l’existence a l’existant”: “Tener tiempo e historia es tener un futuro y un
pasado. No tenemos presente. Él huye entre nuestros dedos. Sin embargo, es en
el presente que somos y que podemos tener pasado y futuro”
Tratando de asumir esta realidad
del Siglo XXI nos fijamos en el pasado para intentar comprender o justificar la
pandemia y los actos de gobiernos y personas al respecto. Pero nuestro
presente, este instante especial en medio de la pandemia puede no
satisfacernos. Dirigimos, entonces, una mirada al futuro para imaginar una
salida aceptable para nuestro bienestar y comunicación con nuestro entorno.
Y cuando vemos las numerosas
fallas de los humanos en cuanto a la responsabilidad de luchar contra la
instalación del virus según recomendaciones de los expertos, podemos darnos
cuenta de la importancia de no “cosificar” al presente y parafraseando a
Levinas “arrojarlo en el tiempo de los políticos, de los capitales, de los
bancos o de los poderosos”.
Parecería que las diferentes
culturas actuales en nuestro planeta debieran reaccionar de manera diferente de
acuerdo a sus respectivas historias o proyectos futuros. Pero no es así. Hay
una globalización de la irresponsabilidad, de la estupidez y de la soberbia.
Para superar esta situación
pandémica estamos obligados y debemos comprometernos a encontrar, según Frankl,
el suprasentido. Es decir, alcanzar o presentir por medio de la creencia que
algo será posible trascendiendo la capacidad de comprensión racional. Cuando
hablamos de “suprasentido” nos basamos en la definición básica de “sentido” que
es aquello potencial que necesita ser actualizado por la persona en la
circunstancia actual. Es un valor “encarnado”, es parte de nuestra condición
como existentes. Es único y personal, singular en cada situación y solamente se
alcanza en un proceso de búsqueda.
Si nos atenemos al eje
“éxito-fracaso” no podemos dejar de pasar por el otro eje
“desesperación-plenitud”. Estos dos ejes fueron tratados magníficamente por
Frankl y ha quedado entre nosotros como “la cruz de Frankl”. Si se pierde el
horizonte de valores y no apelamos frente al sufrimiento a ellos (homo patiens)
quedaremos reducidos a un accionar racional (homo sapiens).
La pérdida de esta visión
axiológica produce la caída en el absurdo de la existencia y la caída en el
vacío existencial. La comprensión de estos valores es intuida por el hombre a
partir de su auto-comprensión axiológica pre reflexiva.
Nos ayudará en la pandemia
recordar a nuestros consultantes la posibilidad de apelar a valores de actitud,
que son aquellos que encarnan la capacidad del hombre de encontrar un sentido
al sufrimiento, logrando transformar una tragedia en un triunfo (Frankl, El
hombre doliente, p.21 por ejemplo). Situación difícil de transmitir, ciertamente.
Pero Frankl insiste en ello: transformar el sufrimiento y el dolor en sentido.
Claro que estos valores de
actitud no son exclusivos ni excluyentes de los valores de creación y los
vivenciales. Los de creación permiten dar una respuesta al mundo personal y
peculiar. Los vivenciales se relacionan con la experiencia y especialmente en
la relación del hombre, a través de sus sentidos, con los semejantes y con la
naturaleza.
Sabemos que todo esto hay que
motivarlo. La felicidad no es un sentimiento alcanzable automáticamente.
Recordar lo que decía Kieerkegaard: “La felicidad es una puerta que se abre
siempre desde adentro hacia afuera. Nuestros actos intencionales nos conducen
al encuentro con el sentido, concientes de buscarlo no solamente en lo “que es”
sino también “en lo que puede ser”.
Los políticos actuales se limitan
a gestionar el presente teniendo una visión nublada de las perspectivas futuras
y de las acciones pertinentes para esa situación. Se necesita algo más que
gestionar la pandemia actual. Se necesita considerar la complejidad de la
situación que afecta a personas, comunidades, instituciones y medios de
producción.
El filósofo Dr. Daniel Inneraty, en
su libro “Una teoría de la democracia compleja” nos señala la posibilidad que
en ese futuro se cree un “sistema organizado de alertas tempranas” que nos
permita y les permita a los responsables de la salud mundial decidir que se va
a hacer después. Decisiones que no podrán eliminar o modificar su carácter
dramático.
¿Quién ganará la batalla? Espero
que la naturaleza y los hombres haciendo uso de su capacidad de predecir y
encontrar soluciones llámense éstas vacunas, solidaridad, reparto equitativo de
los bienes imprescindibles para la supervivencia, etc.
Lo que seguramente será común y
universal será la incertidumbre. Hoy esa incertidumbre aún permanece provocando
ansiedad. ¿Cuándo podremos abrazarnos, salir normalmente a nuestro mundo, dejar
de usar mascarillas o reunirnos o reunirse la gente en número y sitios de su
incumbencia? Chi lo sá!!!
Lo que sí sabemos porque lo
estamos comprobando los psicólogos a partir de consultas de personas que sufren
efectos posteriores al sufrimiento del COVID-19 o el de sus familiares,
especialmente cuando hay muertes cercanas, es que esta pandemia afecta la salud
mental de todos nosotros.
Observamos un efecto directo por
el sufrimiento en estas situaciones que mencionamos. Efectos que pueden
producir secuelas tanto neurológicas como psicológicas.
Pero hay un efecto indirecto
sobre las personas que observamos a partir de sentimientos de soledad, alarma o
angustia provocada por la falta de trabajo o empeoramiento de las condiciones
socio-económicas. Los síntomas indirectos producidos son la ansiedad, el
insomnio, la depresión y en contados casos el suicidio.
Los que sufren intensamente son,
asimismo, los familiares de los muertos por COVID-19 cuando la despedida está
muy condicionada por normas o incluso estas normas impiden la despedida y la
elaboración del duelo pertinente.
Paradojalmente la opinión de los
expertos de clínicas psiquiátricas o de los psiquiatras en general es que los
enfermos mentales graves o crónicos como psicóticos o pacientes con T.O.C.
mejoran en relación a los efectos de la pandemia, especialmente aquellos que no
podían salir a la calle o estaban limitados porque su entorno transmite la
realidad exterior como limitada. Los pacientes obsesivos encuentran
justificación a sus síntomas y se sienten beneficiados por tener que lavarse
las manos tantas veces, usar mascarillas, alejarse de determinados sitios, etc.
No debemos olvidar una incidencia
importante de la pandemia sobre los inmigrantes, las personas sin familia de
apoyo, los homeless o los desocupados de cualquier oficio. Y especialmente,
tener en cuenta a los niños. Se publicó en Canadá un artículo de mi autoría
sobre LIBERTAD, RESPONSABILIDAD Y ESPIRITUALIDAD EN NIÑOS DURANTE LA PANDEMIA
COVID-19. (“Carried by the
Spirit: Our Hearts Sing”. Discerning Meaning during the COVID-19 Pandemic. (“Llevados por el Espíritu: Nuestros corazones cantan”. Discerniendo el
sentido durante la pandemia COVID-19) https://logoterapiagalicia.blogspot.com/2020/09/carried-by-spirit-our-hearts-sing.html
El propósito de este artículo es
describir la experiencia del Dr. Frankl en los campos de concentración y su
posterior adaptación a la vida social normal. Desde este punto de vista,
explorará la capacidad de recuperación de niños y adultos después de la
pandemia llamada Covid-19.
En algunos casos la obligación
del aislamiento lleva a familias a encontrar nuevos canales y formas de
comunicación. O a empeorarlos. También aumentan las formas de agresión machista
en parejas confinadas con conflictos previos.
Lo que sí podemos decir que
coincidimos con muchos expertos es en tener cuidado con las afirmaciones o
campañas de políticos y gobernantes acerca de lo que se ha llamado “la
desescalada para lograr paulatinamente llegar a la nueva normalidad”. La nueva
normalidad no existe. Es un concepto errado. Existe una realidad presente, con
un pasado condicionante o productor de experiencias y un futuro incierto.
Normal no es lo que abunda.
Tal vez convenga que todos los
psicólogos/psicólogas recordemos los aprendizajes que realizamos (por lo menos
teóricamente) cuando nos transmitían los conceptos del modelo de Olson que nos
permitiría identificar y describir las
dimensiones centrales de cohesión y adaptabilidad de la familia, así como
también mostrar cómo las relaciones familiares pueden distribuirse, en un
balance dinámico, entre constancia y cambio (dimensión de adaptabilidad) y
entre amalgamada y desligada (dimensión de cohesión).
El sociólogo David Olson de
origen estadounidense, profesor de la Universidad de Minnesota y experto en
temas de familia, desarrolló el "modelo circumplejo” de funcionamiento
familiar, que tiene en cuenta dos criterios: la cohesión y la flexibilidad.
Según la rigurosidad de los criterios, se pueden diferenciar 16 tipos de
sistemas familiares. De estos, 4 son equilibrados o funcionales, 8 son
medianamente equilibrados o semifuncionales, y 4 tipos extremos son
desequilibrados o disfuncionales.
La cohesión familiar tiene
que ver con el grado de cercanía emocional, la presencia o ausencia de
relaciones emocionales sinceras y cálidas. La flexibilidad familiar es
la capacidad del sistema familiar para adaptarse con flexibilidad, cambiar
cuando se expone a factores estresantes, así como ser apta para resolver problemas
de la vida que surgen frente a ella cuando transita a través de las etapas del
ciclo vital.
A Coruña - Galicia - España
enero de 2022