Estoy viviendo en un lugar muy hermoso y tranquilo de la
costa Ártabra gallega. Mi realidad cotidiana está llena de afectos familiares y
paseos por los parques vecinos.
Pero un amigo muy querido me dice que no debo abandonar
partes de mi despliegue “histórico”.
Opina que en este momento crítico de desarrollo de
conductas “patológicas” nadie sobra, que vale tanto la fuerza joven de los
psicólogos y psicólogas recién egresados como la experiencia de años de trabajo
intenso en el campo de la asistencia al otro.
Estima que hoy, más que nunca, es necesaria la
investigación, el compromiso, el desafío y la defensa de valores fundamentales
que la teoría del Análisis Existencial y en especial la Logoterapia nos señalan
como fundamentales en el proceso de logro de una existencia auténtica.
Cree, firmemente, que los lazos con la cultura pueden
ayudar para frenar esa topadora de destrucción que es una globalización mal
utilizada, un desastre ecológico y demográfico y una economía del totalitarismo
que auguran un futuro oscuro y amenazante.
Siente que lo que está pasando no se puede comprender
ni en su mínima expresión y que es mejor proceder mediante una “reducción
fenomenológica” que evite las trampas de una pretendida “intersubjetividad” y que
aquella permita no dejarse atrapar por el olvido del valor de la vida, del otro
y del significado del sufrimiento.
Nos advierte que no somos “otros diferentes de esta
época” y que debemos buscar toda comunicación con una “alteridad posible” igual
o semejante a nuestros sentimientos. Situación muy diferente de la “certeza” de
aquellos que pretenden afirmar la construcción de una vida “post orgánica”
basada en la cibernética o la robótica, de los “lobys” que realizan acciones
tendientes a provocar la desaparición de la vida humana en el planeta,
viéndonos obligados a optar por actuar con libertad y responsabilidad en defensa
de esa vida tan valiosa.
Tiene la “intuición” que todavía podemos hacer algo
en la medida en que actuemos, pensemos y nos pongamos en contacto con los que
hacen algo, pues nadie puede vivir aislado y autónomo en la defensa de algo tan
importante, vital y urgente.
Cuando sentimos que no podemos hacer nada es porque ya
estamos atrapados por la crisis, por la amenaza descripta o por el comienzo de
la destrucción. Parece un mensaje apocalíptico. Sin embargo es un mensaje de
Esperanza. Esperanza en la actuación del ser humano para acudir al llamado o a
la protesta porque aún en las dictaduras más terribles uno sabe que hay otra
cosa posible, una alteridad posible, que cada uno de nosotros debe “construir”
en el sentido heideggeriano de un mundo mejor. Habitar en este mundo no es
solamente tener “alojamiento”. El habitar es la manera en la que los mortales
“somos” en la Tierra y su rasgo fundamental es “cuidar” (mirar por los otros).
Mi amigo me insta, a través de su mensaje, a que siga
gozando de la familia y del lugar en que habito pero que incluya en ese
“habitar” a los otros como necesitados, como carentes de la “cura” que les
llevó a la pérdida del sentido utilizando la herramienta fundamental de mi
profesión como Psicólogo que es el “encuentro”. Y que siga, una vez más, el
lema frankleano: “Yo encontré sentido a mi vida ayudando a los otros a
encontrar sentido a la suya”.
Recojo el desafío y me decidiré a ampliar la investigación,
la docencia, a facilitar encuentros psicoterapéuticos y a intensificar la
relación con mis colegas, “malgré la distance, malgré tout”.