Dr. José V. Martínez-Romero Gandos
A Coruña – Galicia – Spain
(2013)
Palabras clave:
libertad – sentido de vida – violencia doméstica – proyecto vital –
Partiendo de la
concepción de la analítica existencial que considera a la Persona como un
ser-en-el-mundo esencialmente constituído por el ser-con, el ser
los-unos-con-los-otros, la violencia doméstica ejercida contra las mujeres
provoca que la existencia de estas víctimas desemboque en un proceso de
extrañamiento que las aleja de los modos de comunicación propios de la
comunidad del amor.
Es lo que afirma la Logoterapia, una
corriente psicológica fundada por Viktor
E. Frankl que propone una visión integral del ser humano (bio-psico-social y existencial-espiritual)
afirmando que la aspiración fundamental del ser humano es la lucha por
encontrar un sentido a la vida.
Según esta teoría, cuando no encontramos el sentido, padecemos sufrimiento,
vacío existencial, depresión, etc.
A la postre esta
existencia cae en un sin sentido de vida, en un divorcio con la experiencia
comunicacional con el mundo, en un desconocimiento de los nexos referenciales
con la libertad y la dignidad humanas o en un aislamiento afectivo que le
impide cualquier tipo de realización de un proyecto vital.
Los diferentes
modos de violencia que ejercen los maltratadores provocan la alienación (caída
en la cosificación) de sus víctimas, el asalto de la angustia a la totalidad
del ser y la pérdida de la dimensión histórica como Personas.
Este aislamiento
descripto, en especial en todo lo referido a la comunidad del amor, incluye la
extrañeza del ejercicio de la propia libertad, del manejo del tiempo y el espacio
y de todo atisbo de deseo personal de realización.
Realizarse o
malograrse, en el sentido amplio de la existencia, nos lleva a considerar a
ésta como la posibilidad de ser libre para lograr la autenticidad de su ser. Si
se renuncia a las posibilidades puede que la persona se extravíe en el proceso,
se equivoque o simplemente se desconozca.
Antes de avanzar
en nuestras consideraciones es conveniente aclarar que la analítica de la
existencia solamente constituye el fundamento ontológico, imprescindible pero
no suficiente sin las consideraciones debidas a este aspecto de la existencia
humana, la violencia, por parte de la Sociología, el Derecho, la Biología, la
Psicología, la Psiquiatría y todas las ramas pertinentes de estas Ciencias.
Nuestra experiencia
en la asistencia psicológica a víctimas nos muestra la multiplicidad
estructural de los orígenes y posibilidades de modificación del sufrimiento por
violencia de género y doméstica.
Debemos insistir,
asimismo, que la descripción de las formas en las que se expresa la existencia
de estas mujeres-víctimas se sitúa en el terreno de la experiencia
analítico-existencial-fenomenológica. Y recordar que esta violencia ha de
repercutir, necesariamente, en la conformación de una sintomatología propia de
la comprensión clínica psicológica y psiquiátrica presidida, siempre, por la
angustia.
La violencia, en
su expresión más general, y la violencia doméstica ejercida por los hombres
contra sus parejas, en particular, puede ser relacionada con sujetos impulsados
a conseguir algo que no pueden lograr de un modo socialmente adecuado y normal.
Su inseguridad o insatisfacción personales es transformada en una actitud
hostil contra los otros. Una cobardía siempre latente les impide, generalmente,
concretar esta acción violenta en el mundo circundante y la realizan contra sus
mujeres. Existe una escisión interior de su afectividad que se reproduce en una
conciencia conflictiva constituyendo lo que Paul Ricoeur llamó “el drama moral
del hombre dividido de nuestro tiempo”[1]
División que
consiste en la constitución de una “mascara”, habitualmente de hombre
socialmente aceptado y aceptable, pero con una personalidad de componentes
instintivos agresivos predisponentes, profunda inautenticidad y normas y
tradiciones culturales “machistas”.
Para tal
desarrollo de la personalidad la Psicoterapia Existencial debe ofrecer a las
mujeres víctimas de violencia que accedan a una mayor posibilidad de autonomía
y autenticidad. Estos logros son de más fácil acceso cuando podemos ayudarlas a
recuperar el uso pleno de su libertad, la percepción de una corporalidad
recuperada y un tiempo y un espacio vivido sin la presión que genera el stress
y la frustración de la violencia recibida.
Podemos definir a
la mujer maltratada en el ámbito doméstico como una víctima indefensa de la
crueldad en su propio hogar con impedimentos y sin medios para alcanzar un
remedio a su situación.
Esta definición inicial ha provocado y
provoca cierta desconfianza o incredulidad en muchos medios, inclusive los
profesionales y los judiciales. Podríamos citar numerosos casos reales de
violencia doméstica y todos han sucedido entre nosotros. Podemos apartar la
vista pero seguirá sucediendo. Excepto que pongamos en marcha todos los
recursos posibles del Estado y de las Ciencias para disminuirlos y finalmente
reducirlos a su mínima expresión.
Una mujer golpeada es aquella que sufre
maltrato intencional, de orden emocional, físico y sexual, ocasionado por el
hombre con quien mantiene un vínculo íntimo. Él la obliga a realizar acciones
que no desea y le impide llevar a cabo otras que sí desea. Dicha pareja, por
sus características, entra en un círculo de violencia reiterado que dificulta
la ruptura de la relación o su transformación en un vínculo no violento.
Pareciera que por pertenecer esta situación
al fuero íntimo de la relación entre personas no podemos intervenir, interferir
o sancionar a la violencia ínsita de esa relación.
Surgen los mitos o comentarios, no siempre
ingenuos y populares:
”Si está tan mal en la pareja,¿porqué se queda?”, “aguantó
tanto tiempo y aún persiste en la relación”, como si fuera tan sencillo o fácil
apartarse de la violencia.
“La violencia es un problema de las clases bajas o
incultas”, desconociendo los datos que provee la estadística acerca de la
pertenencia de las víctimas a todas las clases sociales y a toda la escala
étarea de las mujeres.
Este desconocimiento o mala intención en los
comentarios pretende afirmarse en aquello que rueda por nuestro mundo
“civilizado” acerca de la carencia de violencia de las personas educadas,
cultas o religiosas. Recuerdo, en el correr de la pluma, a un magistrado, a un
profesor universitario y a un hombre de misa diaria como maltratadores
peligrosos y juzgados.
Ante esto, la réplica superficial: “Se trata
de casos aislados…”. Cuando no la respuesta: “La violencia la provocó la
mujer”. Que sí puede haber sucedido en casos aislados, pero no en la
generalidad de las mujeres víctimas de violencia.
Se ha atribuido el problema, generalizando
demasiado, a que la violencia en el ámbito doméstico surge cuando se instala el
conflicto entre necesidad y libertad. En el juego dialéctico entre
estos dos elementos, el equilibrio de sentimientos positivos contribuye al
bienestar general. Lo contrario supone la infiltración en el proyecto vital de
algunos, varios o todos los miembros de la familia que supone una limitación de
la libertad, un progresivo y constante deterioro o hundimiento del proyecto
vital y la supresión parcial o total de los círculos funcionales superiores de
la vida humana.
La
salud está íntimamente ligada al uso de la libertad, característica del hombre
sano espiritualmente. Condicionada ésta por la violencia en el ámbito doméstico
el poder “ilegítimo” mediante el logro de una vida inauténtica en el resto de
los integrantes.
Si en la intimidad del hogar nos sentimos
libres podemos asegurar nuestra elección de estilo de vida y responsabilizarnos
por el modo de encuentro en el amor. Desde la óptica de la analítica
existencial es primordial la
concepción de unidad bio-psico-social del ser humano. En esa unidad el
ejercicio de la voluntad de sentido para el logro de un proyecto vital, la
conciencia de responsabilidad y el uso de la libertad nos permite diferenciar
salud de enfermedad y describir el nivel de conflicto expresado en la
violencia.
A través del uso de la violencia el
agresor controla o agrede porque cree tener derecho a ello. Lo hace en el
ámbito doméstico o apela a toda su energía, recursos y contactos para hacer
valer “sus derechos”, pasando las víctimas a ser consideradas “victimarios”, en
muchos casos.
Esto
es posible porque la “víctima” se hace cargo del sistema de creencias del
“victimario”. A través de ese control instaurado, de esa creencia asumida y de
la dosificación adecuada de fuerza, seducción y dialéctica verbal, el
victimario destruye la Esperanza de la víctima. Recordemos la frase de Gabriel
Marcel cuando dice: “La Esperanza es el arma de los indefensos. Y por ello
tiene eficacia, por ser todo lo contrario a un arma”. El victimario usa el arma
de la violencia. La víctima, si puede, apela a la Esperanza.
La violencia no se puede predecir. Es
imprescindible estar atentos. Solamente podemos contar con la descripción
clínica de numerosos casos en los que se repite el ciclo de la violencia.
Siguiendo este esquema lo único predecible es la repetición de los episodios de
violencia. El significado de cada uno de estos episodios se suma e incorpora al
“sin sentido” de la existencia de la víctima, constituyendo un verdadero
“infierno”.
Quien desee aportar su trabajo profesional
para el mejor cuidado de la víctima deberá tener en cuenta o ejercer las
acciones que terminará o impedirá la continuidad del círculo de violencia:
agresión; culpa; pedido de perdón; sexo; placer; nueva agresión.
Para ejercer convenientemente este papel es
necesario contar o pertenecer a una “red de intervenciones” construida con el
accionar de psicólogos, médicos, abogados, jueces, asistentes sociales y con la
comunidad. La violencia se reduce mediante la aplicación de programas sociales
y se comprende a través de investigaciones, trabajos publicados y
comunicaciones entre colegas.
Los
agentes sociales o profesionales que asisten a mujeres víctimas de violencia
saben que se trabaja con situaciones límite que no permiten pérdida de tiempo.
Es necesario instruir para que se facilite la evitación de situaciones de
violencia que nunca se resuelven en el corto plazo. Es muy importante la
revalorización del sentido de vida de las víctimas, el restablecimiento de
valores fundamentales y la auto-consideración como Persona.
Se trata, asimismo, de lograr cambios que
activen mecanismos y conductas de control que no actúen solamente sobre la
violencia. En este campo es necesario recordar, especialmente, que cada persona
es “unica e irrepetible”.
Por
lo que conocer lo que está pasando exige economía de medios y gasto de recursos
asistenciales y técnicos. Conocer acerca de la realidad violenta, ayudar a
reconocer sentimientos bloqueados, analizar el contenido de los mensajes de la
violencia, elevar la autoestima y programar, conjuntamente, las acciones que
permitan ayudar a renovar el sentido de vida pleno de las víctimas, para que
sigan adelante a pesar de los sufrimientos y problemas que acarrea este tipo de
situaciones.
La discusión a nivel científico y judicial
del problema y la investigación en los temas vinculados a la violencia
permitirá contar con experiencia e instrumentos propios para la asistencia. La
creación de la Escala de los Grados de Libertad para evaluar la posibilidad de
realización de sentido de las mujeres víctimas de violencia doméstica es un
aporte más al campo de necesidades descripto.
Aún en estas circunstancias de sufrimiento,
peligro, amenazas y violencia estamos agradecidos al poder colaborar para
asistir a estas mujeres en la “cura” que reconoce su mejor test cuando pueden
ellas mismas dedicarse a ayudar a otras a superar las inhibiciones que le
impiden salir del círculo de la agresión.
La actividad profesional implicará procedimientos urgentes
para prevenir futuras crisis o agresiones, actitudes de espera por la
dificultad de la víctima en reconocer sus posibilidades, continencia de la
angustia, desarrollo de caminos de libertad sin imposiciones, creando el lugar
apropiado para la confianza y desarrollando una creatividad técnica basada en
la necesidad de conseguir cambios de conducta urgentes, perfectamente
establecidos por autoridades y científicos.
[1]
Citado en “La Psicología Fenomenológica en la prevención de la violencia”, Dra.
Aída Kogan, Cátedra de Psicología Fenomenológica y Existencial de la Facultad
de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, Coordinadora Ma. Lucrecia
Rovaletti, Bs. Aires, agosto 1994.